Las mil y una noches:510

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 510: Pero cuando llegó la 511ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 511ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío!?" Abdalah contestó: "¡Es un cesto de frutas que voy a llevar a mi amigo Abdalah del Mar!" El rey dijo: "Pero ésta no es hora para que la gente salga de su casa. ¡Y además, no está bien que mi yerno lleve por sí mismo a la cabeza una carga de mandadero!"

Abdalah contestó: "¡Es verdad! Pero tengo miedo de faltar a la hora de la cita, y de pasar a los ojos del marítimo por un embustero sin fe, y de oírle reprocharme mi conducta, diciéndome: "¡Las cosas del mundo te distraen de tu deber ahora y te hacen olvidar tus promesas!" Y dijo el rey: "¡Tienes razón! Ve a buscar a tu amigo, ¡y que Alah sea contigo! Y Abdalah emprendió el camino del mar, cruzando por los zocos. Y al reconocerle, decían los mercaderes madrugadores que abrían sus tiendas: "¡Es Abdalah el gran visir, yerno del rey, que va al mar para cambiar frutas por pedrerías!" Y los que no le conocían salíanle al paso, y le preguntaban: "¡Oh vendedor de frutas! ¿a cómo va la medida de albaricoques?"

Y contestaba él a todo el mundo: "No son para la venta. ¡Ya están vendidos!" Y lo decía muy cortésmente, dejando contento a todo el mundo. Y de tal suerte llegó a la playa, donde vió salir de las olas a Abdalah del Mar, al cual entregó las frutas a cambio de nuevas pedrerías de todos los colores. Luego emprendió otra vez el camino de la ciudad, pasando por delante de la tienda de su amigo el panadero. Pero se extrañó mucho al encontrar cerrada la puerta de la tienda, y esperó un momento para ver si llegaba su amigo. Y acabó por preguntar al tendero de al lado: "¡Oh hermano mío! ¿qué ha sido de tu vecino el panadero?" El otro contestó: "No sé de cierto lo que le ha reservado Alah. ¡Debe estar enfermo en su casa!"

El otro dijo: "¡En tal callejuela!" Y Abdalah emprendió el camino de la callejuela indicada, y tras de indagar cuál era la casa del panadero, llamó a la puerta y esperó. Y algunos instantes después vió aparecer por un tragaluz alto la cabeza asustada del panadero, que bajó a abrir, serenado ya al ver el cesto de pesca lleno de pedrerías, como de costumbre. Y se arrojó al cuello de Abdalah, besándole con lágrimas en los ojos, y le dijo: "¿Pero es que no te han ahorcado por orden del rey? He sabido que te detuvieron por ladrón; y temiendo que también a mí me detuvieran como cómplice, me apresuré a cerrar el horno y la tienda y a esconderme en el último rincón de mi casa. ¡Pero explícame ya, ¡oh amigo mío! a qué se debe el que estés vestido como un visir!" Entonces Abdalah le contó desde el principio hasta el fin lo que le había sucedido, y añadió: "Y el rey me ha nombrado su gran visir y me ha dado en matrimonio a su hija. ¡Y ahora tengo un harem, al frente del cual se encuentra mi antigua esposa, la madre de mis hijos!"

Después dijo: "Toma este cesto con todo su contenido. ¡Te pertenece, porque así está escrito hoy en tu destino!" Luego le dejó y volvió a palacio con el cesto vacío.

Cuando el rey le vió llegar con el cesto vacío, le dijo riendo: "¡Ya lo ves! ¡Tu amigo el marítimo te ha abandonado!" Abdalah contestó: "¡Al contrario! Las pedrerías con que me ha llenado hoy el cesto eran superiores en belleza a las de los demás días. Pero se las he dado todas a mi amigo el panadero, que en otro tiempo, cuando me afligía la miseria, me alimentó y alimentó a mis hijos y a la madre de mis hijos. ¡Y yo a mi vez, por lo mismo que él fué misericordioso en los días de mi pobreza, no le olvido en los días de mi prosperidad! Pues ¡por Alah, que quiero dar fe de que nunca hirió él mi susceptibilidad de trabajador pobre!" Y extremadamente edificado, le preguntó el rey: "¿Cómo se llama tu amigo?" Abdalah contestó: "¡Se llama Abdalah el Panadero, como yo me llamo Abdalah el Terrestre y como mi amigo del mar se llama Abdalah el Marítimo!" Al oír estas palabras, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Y como yo me llamo el rey Abdalah! ¡Y como todos nos llamamos servidores de Alah! ¡Pero como todos los servidores de Alah son iguales ante el Altísimo y hermanos por la fe y el origen, quiero ¡oh Abdalah de la Tierra! que vayas en seguida a buscar a tu amigo Abdalah el Panadero, a fin de que le nombre yo mi segundo visir!"

Al punto fué Abdalah el Terrestre a buscar a su amigo Abdalah el Panadero, a quien acto seguido revistió el rey con las insignias del visirato, nombrándole su visir de la izquierda, como Abdalah el Terrestre era su visir de la derecha.

Y el antiguo pescador Abdalah llenó sus nuevas funciones con todo el brillo deseable, sin olvidarse ni un solo día de ir en busca de su amigo Abdalah del Mar y de llevarle un cesto con frutas de la estación a cambio de un cesto con metales preciosos y pedrerías. Y cuando ya no hubo frutas en los jardines ni las tenían tampoco los vendedores de primicias, llenó el cesto con pasas, almendras, avellanas, cacahuetes, nueces, higos secos, albaricoques secos y confituras secas de toda especie y colores. Y cada vez volvía llevando a la cabeza el cesto lleno de joyas, como de costumbre. Y esto duró el espacio de un año.

Pero un día, llegado que fué Abdalah de la Tierra a la playa por la aurora, como siempre, se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habitantes del mar...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.