Las mil y una noches:506

Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 506: Y cuando llegó la 507ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 507ª NOCHE editar

Ella dijo:

"¿... No eres, entonces, un genni entre los genn?" El otro contestó: "¡No, por cierto! ¡Soy un hermano que cree en Alah y en su enviado!" Abdalah preguntó: "Pues entonces, ¿quién te ha tirado al mar?" El otro dijo: "¡No me ha tirado nadie al mar, pues he nacido en él! Porque soy un hijo entre los hijos del mar. Somos, en efecto, pueblos numerosos los que habitamos las profundidades marítimas. Y respiramos y vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los pájaros en el aire. Y todos somos creyentes en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) y somos buenos y caritativos con nuestros hermanos los hombres que habitan en la superficie de la tierra, ¡porque obedecemos a los mandatos de Alah y a los preceptos del Libro!" Luego añadió: "Por otra parte, si yo fuese un genni o un efrit malhechor, ¿no hubiera hecho trizas ya tu red en vez de rogarte que vinieras en mi ayuda para salir sin estropeártela, puesto que con ella te ganas el pan y es la única puerta por donde entran recursos en tu casa?" Al oír estas palabras tranquilizadoras, Abdalah sintió que se disipaban sus últimas dudas y sus últimos temores, y cuando se inclinaba para ayudar al habitante del mar a salir de la red, éste le dijo aún: "¡Oh pescador! el Destino quiso para bien tuyo mi captura. Me paseaba yo, en efecto, por las aguas, cuando cayó encima de mí tu red y me apresó en sus mallas. ¡Deseo, pues, labrar tu dicha y la de los tuyos! ¿Quieres que hagamos un pacto por el cual se comprometa cada uno de nosotros a ser amigo del otro y hacerle regalos y a recibir de él otros en cambio? Así, tú, por ejemplo, vendrás todos los días a buscarme aquí y a traerme una provisión de los frutos de la tierra que crecen entre vosotros: uvas, higos, sandías, melones, albérchigos, ciruelas, granadas, plátanos, dátiles y otros más. Y lo aceptaré de ti todo con extremado gusto. Y te daré a mi vez de los frutos del mar que crecen en las profundidades que habitamos nosotros: coral, perlas, crisolitos, aguamarinas, esmeraldas, zafiros, rubíes, metales preciosos y todas las gemas y pedrerías del mar. ¡Y con ellas te llenaré cada vez el cesto de frutas que me traigas! ¿Aceptas?"

Al oír estas palabras, exclamó el pescador, que ya no se tenía más que con una pierna de tanta alegría y entusiasmo como le causaba aquella enumeración espléndida: `¡Ya Alah! ¿Y quién no aceptaría?"

Luego dijo: "Bueno, ¡pero ante todo sea con nosotros la Fatiha para rellenar nuestro pacto!" Y el habitante del mar accedió. Y recitaron ambos en voz alta la Fatiha liminar del Korán. E inmediatamente Abdalah el pescador libertó de la red al habitante del mar.

Entonces preguntó el pescador a su amigo marítimo: "¿Cómo te llamas?" El otro contestó: "Me llamo Abdalah. Así es que, cuando vengas aquí todas las mañanas, el día en que por casualidad no me veas, no tendrás más que gritar: "¡Ya Abdalah! ¡oh marítimo!" Y te oiré al instante, y verás cómo aparezco fuera del agua". Luego le preguntó: "¿Y cómo te llamas tú, hermano mío?" El pescador contestó: "¡Me llamo también Abdalah, como tú!"

Entonces exclamó el marítimo: "¡Tú eres Abdalah de la Tierra y yo soy Abdalah del Mar! Y he aquí que seremos dos veces hermanos, por nuestro nombre y por nuestra amistad. ¡Espérame, pues, aquí un instante, ¡oh amigo mío! nada más que el tiempo necesario para sumergirme y volver con el primer regalo marítimo!" Y Abdalah de la Tierra contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto Abdalah del Mar saltó desde la orilla al agua y desapareció a la vista del pescador. Al cabo de cierto tiempo, al no ver Abdalah de la Tierra aparecer al marino, se arrepintió mucho de haberle libertado de la red, y dijo para sí: ¿Acaso sé si va a volver? Sin duda se ha reído de mí y me ha dicho todo eso para que le deje en libertad. ¡Ah! ¿por qué no lo capturé? ¡Así hubiera podido exhibirle a los habitantes de la ciudad y ganar mucho dinero! Y también le hubiera transportado a las casas de la gente rica, que no quiere molestarse, para enseñársele a domicilio. ¡Y me habrían retribuido espléndidamente!" Y de este modo continuó lamentándose con el alma, y diciéndose: "Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador... !


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.