Las mil y una noches:452
Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE
editarElla dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte en venganza tu gallo y los huevos que empolla? Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en un país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
"¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio, acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó completamente, cogiose con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo instante Zeinab la Embustera tiró con viveza del cubo y gritó a Azogue: “¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.