Las mil y una noches:450
Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE
editarElla dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduinos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas que no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tres bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad sea El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.