Las mil y una noches:395
PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE
editarElla dijo:
... cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik y reconocidos como intrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Íbamos tan tranquilos, cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:
- "En esta morada donde siempre es bienvenido el huésped, puso el tiempo la belleza de sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu".
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego, cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber. Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?" Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso, mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol. Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con cánticos de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.