Las mil y una noches:389
Y CUANDO LLEGO LA 389ª NOCHE
editarElla dijo:
«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!
"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y marcharse seguido de su escolta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!
Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba allí. Volví sobre mis pasos entonces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto. Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.
Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repugnante entre todos los que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasado, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi marido más que después de haberme entregado a ti.
¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»
Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitkales más como gratificación. ¡Me marché entonces, y vine aquí a implorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj!"
Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstantes, y les dijo: "Hay que perdonar sus palabras condenables a este hombre, porque lo excusa su historia!"
Luego dijo Schehrazada:
LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS
editarAmrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Alí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:
- ¡Mi dulzura
- tiene miedo de las miradas,
- y mi corazón sensible
- teme
- a los ojos de los enemigos!
- ¡Pero cuando se acerca el amigo
- el placer
- me hace estremecerme
- y toda derretida
- me entrego a él!
- ¡Pero si se aleja,
- tiemblo de emoción,
- como la gacela
- que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano Abú-Issa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.