Las mil y una noches:387

Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 387: Y cuando llegó la 387ª noche



Y CUANDO LLEGÓ LA 387ª NOCHE

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Ella dijo:

... Entonces dijo el emir el-hadj: “¡Que le cuelguen!” Pero el hombre se echó a los pies del emir y le dijo: “¡Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz) te conjuro que escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equitativo hacer!" Accedió el emir con un signo de cabeza, y el condenado la horca dijo:

"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tranquilamente detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me encontré con una muchedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a todos los transeúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi camino, paré mi borrico y me metí con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y testimonios de todos los transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.

"En tanto, yo pensaba para mí: ¿Qué delito he podido cometer? Sin duda todo se debe al olor bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!

"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protestas de los transeúntes apiadados de mí, hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya magnificencia no sabría yo describir nunca.

Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos instantes también pensé en mi pobre borrico, que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las canastas de basura.

Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a rogarme dulcemente que le siguiera, y me condujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron ellas en la sala caldeada, en la cual me bañaron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza, otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron. Tras de lo cual lleváronme ropas magníficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡Creo que voy a seguir desnudo, pues jamás conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»

Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.