Las mil y una noches:371

Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 371: El jovenzuelo y su maestro


EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO

editar

Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badr le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.

Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.

Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía ya pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos".

El joven aceptó la proposición, diciendo: "¡Escucho y obedezco!"...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente:

Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese jovenzuelo y su maestro!"