Las mil y una noches:362

Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 362: Pero cuando llegó la 366ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 366ª NOCHE

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Ella dijo:

... la joven esclava que me daba anticipadamente por el trabajo en proyecto que yo aún no conocía.

Entonces, después de haberme puesto el ropón de seda consabido, los esclavos me llevaron a la estancia donde me esperaba la joven, que debía ser virgen, según afirmación del viejo judío. Y me encontré, en efecto, con una joven muy bella, en cuya compañía me dejaron solo para pasar la noche. Y al punto me acosté con ella y la encontré perfecta en verdad.

Tres días y tres noches pasé con ella, comiendo y bebiendo y haciendo lo que tenía que hacer, y a la mañana del cuarto día el anciano hizo que me llamaran, y me dijo: "¿Estás ahora dispuesto a ejecutar el trabajo que te he pagado y que de antemano aceptaste?”

Declaré que estaba dispuesto a prestarme a aquel trabajo, sin saber de qué se trataba.

Entonces el viejo judío ordenó a sus esclavos que enjaezaran y llevaran dos mulas; y los esclavos llevaron dos mulas enjaezadas. Montó en una él y yo en otra, y me dijo que le siguiera. Íbamos a buen paso, y de tal suerte caminamos hasta mediodía, hora en la que llegamos al pie de una alta montaña cortada a pico, y en cuyas laderas no se veía ningún sendero por donde pudiese aventurarse un hombre o una cabalgadura cualquiera. Echamos pie a tierra, y el viejo judío me tendió un cuchillo, diciéndome: "¡Clávalo en el vientre de tu mula! ¡Ha llegado el momento de empezar a trabajar!" Yo obedecí y clavé el cuchillo en el vientre de la mula, que no tardó en sucumbir; luego, por orden del judío, desollé al animal y limpié la piel. Entonces mi interlocutor me dijo: "Tienes que echarte ahora encima de esa piel, para que yo la cosa contigo dentro como si estuvieras en un saco". Y obedecí asimismo, y me eché encima de la piel, la cual cosió el anciano cuidadosamente conmigo dentro; luego me dijo: "¡Escucha bien mis palabras! De un instante a otro se arrojará sobre ti un pájaro enorme y te cogerá para llevarte a su nido, que está situado en la cima de esta montaña escarpada. Ten mucho cuidado de no moverte cuando te sientas transportado por los aires, porque te soltaría el pájaro y te estrellarías al caer al suelo; pero cuando te haya dejado en la montaña, corta la piel con el cuchillo que te di y sal del saco. El pájaro se asustará y no te hará nada. Entonces has de recoger las piedras preciosas de que está cubierta la cima de esta montaña y me las arrojas. Hecho lo cual, bajarás a reunirte conmigo".

Y he aquí que apenas había acabado de hablar el viejo judío, me sentí transportado por los aires, y al cabo de algunos instantes me dejaron en el suelo. Entonces corté con mi cuchillo el saco y asomé por la abertura mi cabeza. Aquello asustó al pájaro monstruoso, que huyó volando a toda prisa. Yo me puse entonces a recoger rubíes, esmeraldas y demás piedras preciosas que cubrían el suelo, y se las arrojé al viejo judío. Pero cuando quise bajar advertí que no había ni un sendero donde poner el pie, y vi que el viejo judío montaba en su mula después de recoger las piedras, y se alejaba rápidamente hasta desaparecer de mi vista.

Entonces, en el límite de la desesperación, lloré mi destino y pensando hacia qué lado me convendría más encaminarme, eché a andar todo derecho delante de mí y a la ventura, errando de tal suerte dos meses hasta llegar al final de la cadena de montañas, a la entrada de un valle magnífico, en el que los arroyos, los árboles y las flores glorificaban al Creador entre gorjeos de pájaros.

Allí vi un inmenso palacio que se elevaba a gran altura por los aires y hacia el cual me encaminé. Llegué a la puerta, donde hallé sentado en el banco del zaguán a un anciano cuyo rostro brillaba de luz. Tenía en la mano un cetro de rubíes y llevaba en la cabeza una corona de diamantes. Le saludé y me devolvió el saludo con amabilidad, y me dijo: "¡Siéntate junto a mí, hijo mío!" Y cuando me senté, me preguntó: "¿De dónde vienes a esta tierra que nunca halló la planta de un adamita?" ¿Y adónde te propones ir?"

Por toda respuesta estallé en sollozos, y se diría que me iba a ahogar el llanto. Entonces me dijo el anciano: "Cesa de llorar así, hijo mío, porque me encoges el corazón. Ten valor y empieza por reanimarte comiendo y bebiendo". Y me introdujo en una vasta sala, dándome de comer y de beber. Y cuando me vio en mejor estado de ánimo, me rogó que le contase mi historia, y satisfice su deseo, y a mi vez le rogué que me dijese quién era y a quién pertenecía aquel palacio. Me contestó: "Sabe, hijo mío, que este palacio fue construido antaño por nuestro señor Soleimán, de quien soy representante para gobernar a las aves. Cada año vienen aquí a rendirme pleitesía todas las aves de la tierra. Si deseas regresar a tu país, te recomendaré a ellas la primera vez que vengan a recibir órdenes mías, y te transportarán a tu país. En tanto, para matar el tiempo hasta que lleguen, puedes circular por todo este inmenso palacio, y puedes entrar en todas las salas, con excepción de una sola, la que se abre con la llave de oro que ves entre todas estas llaves que te doy".

Y el anciano gobernador de las aves me entregó las llaves y me dejó en completa libertad.

Empecé por visitar las salas que daban al patio principal del palacio; luego penetré en las otras estancias, que estaban todas arregladas para que sirvieran de jaulas a las aves, y de tal suerte llegué ante la puerta que se abría con la llave de oro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.