Las mil y una noches:360
PERO CUANDO LLEGO LA 364ª NOCHE
editarElla dijo:
...nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cualquier otra ave de rapiña. Luego se levantó de un salto, se partió en dos partes al hacer un movimiento, cortándose por la mitad, y corrió a nosotros con el tronco solamente, mientras su parte inferior corría en dirección distinta. Y en el mismo momento surgieron de todos los puntos de la selva otros hombres semejantes a aquél, los cuales corrieron a la fuente, se partieron en dos partes con un movimiento de retroceso y se abalanzaron a nosotros con su tronco solamente. Arrojáronse entonces sobre los tres de mis mamalik más próximos a ellos, y se pusieron al punto a devorarlos vivos, mientras que yo y mis otros mamalik nos lanzamos a nuestra barca, y prefiriendo mil veces ser devorados por el agua que devorados por aquellos monstruos, nos dimos prisa a alejarnos de la orilla, dejándonos de nuevo llevar por la corriente.
Y entonces, mientras los troncos devoraban a mis tres desgraciados mamalik, vimos correr por la ribera todas las piernas y nalgas con un galope furioso y desordenado, que nos aterró en nuestra barca, fuera ya de su alcance. Y también nos asombramos mucho del terrible apetito de aquellos troncos cortados por el vientre, y nos preguntamos cómo era posible semejante cosa, deplorando siempre la suerte de nuestros desgraciados compañeros.
Nos impulsó la corriente hasta el siguiente día, y llegamos entonces a una tierra cubierta de árboles frutales y grandes jardines de flores encantadoras. Pero cuando amarramos nuestra barca, no quise echar pie a tierra, y encargué a mis tres mamalik que fuesen primero a inspeccionar el terreno. Así lo hicieron, y después de estar ausentes medio día, volvieron a contarme que habían recorrido una distancia grande, caminando de un lado a otro, sin encontrar nada sospechoso; más tarde habían visto un palacio de mármol blanco, cuyos pabellones eran de cristal puro, y en medio del cual aparecía un jardín magnífico con un lago soberbio; entraron en el palacio y vieron una sala inmensa, donde se alineaban sillones de marfil alrededor de un trono de oro enriquecido con diamantes y rubíes; pero no encontraron a nadie ni en los jardines ni en el palacio.
En vista de un relato tan tranquilizador, me decidí a salir de la barca, y emprendí con ellos el camino del palacio. Empezamos por satisfacer nuestra hambre comiendo las frutas deliciosas de los árboles del jardín, y luego entramos a descansar en el palacio. Yo me senté en el trono de oro y mis mamalik en los sillones de marfil; y aquel espectáculo hubo de recordarnos a mi padre el rey, a mi madre y al trono que perdí, y me eché a llorar; y mis mamalik también lloraron de emoción.
Cuando nos sumíamos en tan tristes recuerdos, oímos un gran ruido semejante al del mar, y enseguida vimos entrar en la sala donde nos hallábamos un cortejo formado por visires, emires, chambelanes y notables; pero pertenecientes todos a la especie de los monos. Los había entre ellos grandes y pequeños. Y creíamos que había llegado nuestro fin. Pero el gran visir de los monos, que pertenecía a la variedad más corpulenta, fue a inclinarse ante nosotros con las más evidentes muestras de respeto, y en lenguaje humano me dijo que él y todo el pueblo me reconocían como a su rey y nombraban jefes de su ejército a mis tres mamalik. Luego, tras de haber hecho que nos sirvieran de comer gacelas asadas, me invitó a pasar revista al ejército de mis súbditos, los monos, antes del combate que debíamos librar con sus antiguos enemigos los ghuls, que habitaban la comarca vecina.
Entonces, yo, como estaba muy fatigado, despedí al gran visir y a los demás, conservando en mi compañía sólo a mis tres mamalik. Después de discutir durante una hora acerca de nuestra nueva situación, resolvimos huir de aquel palacio y de aquella tierra cuanto antes, y nos dirigimos a nuestra embarcación; pero al llegar al río notamos que había desaparecido la barca, y nos vimos obligados a regresar al palacio, donde estuvimos durmiendo hasta la mañana.
Cuando nos despertamos, fue a saludarnos el gran visir de mis nuevos súbditos, y me dijo que todo estaba dispuesto para el combate contra los ghuls. Y al mismo tiempo los demás visires llevaron a la puerta del palacio cuatro perros enormes que debían servirnos de cabalgadura a mí y a mis mamalik, y estaban embridados con cadenas de acero. Y nos vimos obligados yo y mis mamalik a montar en aquellos perros y tomar la delantera, en tanto que a nuestras espaldas, lanzando aullidos y gritos espantosos, nos seguía todo el ejército innumerable de mis súbditos monos capitaneados por mi gran visir.
Al cabo de un día y una noche de marcha, llegamos frente a una alta montaña negra, en la que se encontraban las guardias de los ghuls, los cuales no tardaron en mostrarse. Los había de diferentes formas, a cual más espantables. Unos ostentaban cabeza de buey sobre un cuerpo de camellos, otros parecían hienas, mientras otros tenían un aspecto indescriptible por lo horroroso, y no se asemejaban a nada conocido que permitiera establecer una comparación.
Cuando los ghuls nos vislumbraron, bajaron de la montaña, y parándose a cierta distancia nos abrumaron con una lluvia de piedras. Mis súbditos respondieron del propio modo, y la refriega se hizo terrible por una y otra parte. Armados con nuestros arcos, yo y mis mamalik disparamos a los ghuls una cantidad de flechas, que mataron a un gran número, para júbilo de mis súbditos, a quienes aquel espectáculo llenó de ardor. Así es que acabamos por lograr la victoria, y nos pusimos a perseguir ghuls.
Entonces, yo y mis mamalik determinamos aprovecharnos del desorden de aquella retirada, y montados en nuestros perros, escapar de mis súbditos los monos, poniéndonos en fuga por el lado opuesto, sin que se diesen ellos cuenta; y a galope tendido desaparecimos de su vista.
Después de correr mucho, nos detuvimos para dar un respiro a nuestras cabalgaduras, y vimos enfrente de nosotros una roca grande, tallada en forma de tabla, y en la que aparecía grabada en lengua hebraica una inscripción que decía así:
¡Oh tú, cautivo, a quien arrojó el Destino a esta región para hacer de ti el rey de los monos! Si quieres renunciar a tu realeza por medio de la fuga, dos caminos se abren a tu liberación: uno de estos caminos se halla a tu derecha, y es el que antes te conducirá a orillas del Océano que rodea al mundo; pero cruza por desiertos terribles llenos de monstruos y de genios malhechores. El otro, el de la izquierda, se tarda cuatro meses en recorrerle, y atraviesa un gran valle, que es el Valle de las Hormigas. Si tomas ese camino, resguardándote de las hormigas, irás a parar a una montaña de fuego, al pie de la cual se encuentra la Ciudad de los Judíos. ¡Yo, Soleimán ben-Daúd, escribí esto para tu salvación!
Cuando leímos tal inscripción, llegamos al límite del asombro, y nos apresuramos a emprender el camino de la izquierda, que debía conducirnos a la Ciudad de los Judíos, pasando por el Valle de las Hormigas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.