Las mil y una noches:319
Y CUANDO LLEGO LA 326ª NOCHE
editarElla dijo:
... y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentose, pues, ante la fuente de arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron: "¡Eh! ¿Qué vas a hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de mala sombra!" Pero el hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: "¡Callaos vosotros! ¡Quiero comer de este plato y llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!" Y le dijeron otra vez: "¡Que te ahorcarán y te desollarán!" Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya había metido la mano, y se inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que tenía más cerca, se escapó asustado y libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos, protestando de que no tenía nada que ver con lo que ocurriera.
Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del cuervo, la sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso pedazo que había sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un movimiento giratorio se la arrojó al fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o con el ruido de una cascada en una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón resonó con un eco sonoro que hubo de repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio el fondo de la enorme fuente!
Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: "¡Alah nos proteja! ¡Se ha tragado la fuente de un solo bocado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche o canela u otra cosa semejante entre sus manos!" Y añadió: "¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya veo que se le dibuja en la frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!".
Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: "¡Así se te pare la digestión y te ahogue, espantoso abismo!" Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor, metió otra vez los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido sordo, y los sacó con una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la palma antes de tragarla cuando Zumurrud dijo a los guardias: "¡Traedme pronto al del arroz, antes de que se trague el bocado!". Y los guardias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la mitad del cuerpo encorvado encima de la fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos a la espalda y le llevaron a presencia del rey, mientras decían los circunstantes: "El se empeñó en perderse. ¡Ya le habíamos aconsejado que se abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!"
Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: "¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué causa te ha impulsado a venir a esta ciudad?" El otro contestó: "Me llamo Othman, y soy jardinero. Respecto al motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer". Zumurrud exclamó: "¡Que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cuando tuvo ambos objetos, trazó caracteres y figuras con la pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una hora, después levantó la cabeza y dijo: "¡Desdicha sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el de bandolero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil zorras! ¡Confiesa enseguida la verdad o lo harás a golpes!"
Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco antes por él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al descubierto unos dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después intentó salvar la cabeza declarando la verdad, y dijo: "¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti ahora mismo, y en adelante seguiré el buen camino!" Mas Zumurrud le dijo: "¡Me es imposible dejar vivir en el camino de los musulmanes a una fiera dañina!"
Después ordenó: "¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la puerta del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!"
Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y se volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: "¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y canela, te vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.