Las mil y una noches:310

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 310: Pero cuando llegó la 316ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 316ª NOCHE editar

Concluida la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar en que estaba acurrucada:

"¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de gloria!"

Y contestó Schehrazada sonriendo: "¡No espero más que la venia de este rey bien educado y dotado de buenos modales!" Entonces contestó el rey Schahriar: "¡Concedida!

Y dijo Schehrazada:


HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA editar

Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar, hermoso como la luna llena.

Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de mi destino, deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre mío!?"

El mercader Gloria le dijo: "He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el humo. Y además, ha dicho el poeta:

¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón fiel en tu camino negro!
¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se desvía y el arte de no fiarse más que de sí mismo!

"Otro dijo:

¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la constituye la hipocresía, y la otra la traición!

"Otro dijo:

¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para mejorarte!

Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribundo, contestó: "¡Oh padre mío, te escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?"

Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de hacer el bien!" Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?" Gloria el mercader dijo: "No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:

¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el apetito!
¡Oh! ¡A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si mi riqueza disminuyese!

Después prosiguió el anciano: "No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni creas inútil pedir consejo a quien pueda dártelo, pues el poeta ha dicho:

¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡Cuando quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero, no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
"Además, hijo mío, tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
"Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras! Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida".

Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momento los ojos y se recogió. Luego levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual falleció en la misericordia del Altísimo.

Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron estos versos en la losa de su tumba:

¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!

Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.

Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto. Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces".

Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto viose reducido a vender la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.

Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las calles.

De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vio una gran muchedumbre formando corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.