Las mil y una noches:296

Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 296: Pero cuando llegó la 301ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 301ª NOCHE

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Ella dijo:

...Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo, saqué la mano y me desembaracé de las ligaduras que me ataban a las tablas. Pero había estado en una postura tan incómoda, que en un principio no logré moverme, y durante varias horas creí no poder recobrar el uso de mis miembros. Pero al fin conseguí ponerme en pie, y poco a poco pude andar y pasearme por la isla. Me encaminé hacia el mar, y apenas llegué descubrí en lontananza un navío que bordeaba la isla velozmente a toda vela.

Al verlo me puse a agitar los brazos y gritar como un loco; luego desplegué la tela de mi turbante, y atándola a una rama de árbol, la levanté por encima de mi cabeza y me esforcé en hacer señales para que me advirtiesen desde el navío.

El destino quiso que mis esfuerzos no resultasen inútiles. No tardé, efectivamente, en ver que el navío viraba y se dirigía a tierra; y poco después fui recogido por el capitán y sus hombres.

Una vez a bordo del navío, empezaron por proporcionarme vestidos y ocultar mi desnudez, ya que desde hacía tiempo había yo destrozado mi ropa; luego me ofrecieron manjares para que comiera, lo cual hice con mucho apetito, a causa de mis pasadas privaciones; pero lo que me llegó especialmente al alma fue cierta agua fresca en su punto y deliciosa en verdad, de la que bebí hasta saciarme. Entonces se calmó mi corazón y se tranquilizó mi espíritu, y sentí que el reposo y el bienestar descendían por fin a mi cuerpo extenuado.

Comencé, pues, a vivir de nuevo tras de ver a dos pasos de mí, la muerte, y bendije a Alah por su misericordia, y le di gracias por haber interrumpido mis tribulaciones. Así es que no tardé en reponerme completamente de mis emociones y fatigas, hasta el punto de casi llegar a creer que todas aquellas calamidades habían sido un sueño. Nuestra navegación resultó excelente, y con la venia de Alah el viento nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla llamada Salahata, donde debíamos hacer escala, y en cuya rada ordenó anclar el capitán, para permitir a los mercaderes desembarcar y despachar sus asuntos.

Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de mercancías para vender o cambiar, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¡Escucha lo que voy a decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu vida. ¡Así, pues, quiero serte de alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país, con el fin de que cuando pienses en mí lo hagas gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!"

Yo le contesté: "Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor". Y él dijo: "Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que se perdió en una isla en que hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto o si vive todavía. Como están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero, abrigo la idea de confiártelas para que, mediante un corretaje provisional sobre la ganancia, las vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regreso a Bagdad pueda yo entregarlo a sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad".

Y contesté yo: "¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia!, ¡oh señor! ¡Y verdaderamente eres acreedor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!"

Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las llevaran a la orilla, para que yo me hiciera cargo de ellas. Después llamó al escriba del navío y le dijo que las contase y las anotase fardo por fardo. Y contestó el escriba: "¿A quién pertenecen estos fardos y a nombre de quién debo inscribirlos?" El capitán respondió: "El propietario de estos fardos se llamaba Sindbad el Marino, Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se llama".

Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: "¡Pero si Sindbad el Marino soy yo!" Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de mi segundo viaje me abandonó en la isla donde me quedé dormido.

Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: "¡Oh capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el pobre Sindbad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mi historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la orilla de un arroyo delicioso, después de haber comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos mercaderes de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el Marino!"

Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los mercaderes que habían subido por mercaderías a bordo se acercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar, palmoteó sorprendido, y exclamó:

"¡Por Alah! Ninguno me creyó cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de carnero y transportado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Pues bien; he aquí aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan hermosos diamantes!" Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como un hermano ausente que se encuentra de pronto a su hermano.

Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también por Sindbad el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por estar con vida todavía, y me dijo: "Por Alah, ¡oh señor! ¡que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu aventura! ¡Pero bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encontraras tus mercancías y tu fortuna!"

Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese, aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y, efectivamente, fue enorme la ganancia que me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta entonces.

Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sínd, donde vendimos y compramos igualmente.

En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumerables, cuyo relato no puedo detallar. Pero, entre otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la superficie de las aguas, sin volar nunca sobre tierra.

Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.

Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanos. Porque había regresado más rico que nunca, a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercancías.

Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que supera en interés a las tres que acabáis de oír".

Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.

No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente