Las mil y una noches:263
PERO CUANDO LLEGO LA 264ª NOCHE
editarElla dijo:
...afablemente y corrió a buscar a su esposa, la sagaz Zobeida. Y Zobeida, iluminado el rostro por el júbilo, recibió a Grano-de-Belleza felicitándole por el resultado obtenido, y le dió cien dinares para que preparase para ambos un banquete que durase toda la noche. Y Grano-de-Belleza, con el dinero de su mujer, mandó preparar enseguida el festín consabido. Y ambos se pusieron a comer y beber hasta saciarse. Y entonces, alegres hasta el límite de la alegría, copularon de una manera prolongada. Y después, para descansar, fueron a la sala de recepciones, encendieron las luces y organizaron entre los dos un concierto capaz de hacer bailar a las rocas y suspender el vuelo de los pájaros en el fondo del cielo.
No es de extrañar, por lo tanto, que de improviso se oyeran golpes dados en la puerta exterior de la casa. Y Zobeida, que fué la primera en oírlos, dijo a Grano-de-Belleza: "Ve a ver quién llama a la puerta". Y Grano-de-Belleza fué enseguida a abrir.
Ahora bien; aquella noche, el califa Harún Al-Raschid, sintiendo oprimido el pecho, había dicho a su visir Giafar, a su portaalfanje Massrur y a su poeta favorito el delicioso Abu-Nowas: "Me siento con el pecho algo oprimido. ¡Vamos a pasearnos un poco por las calles de Bagdad, a ver si se nos dilatan los humores!" Y los cuatro se habían disfrazado de derviches persas y se habían puesto a recorrer las calles de Bagdad, esperando dar con alguna entretenida aventura. Y así habían llegado delante de la casa de Zobeida, y al oír cantar y tañer instrumentos, habían llamado a la puerta, según costumbre de los derviches.
Cuando les vió Granó-de-Belleza, como no ignoraba los deberes de la hospitalidad, y además estaba en excelentes disposiciones, les recibió cordialmente, les introdujo en el vestíbulo y les dió de comer. Pero ellos rechazaron el alimento, diciendo: "¡Por Alah! ¡Los espíritus delicados no necesitan mucho alimento para regocijar los sentidos! Se contentan con la armonía. Y precisamente estamos viendo que los acordes que oíamos desde fuera se han callado al entrar nosotros. ¿Será una cantora de profesión la que cantaba tan maravillosamente?"
Grano-de-Belleza contestó: "¡No, señores, era mi propia mujer!" Y les contó su historia, desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle.
Entonces, el jefe de los derviches, que era el mismo califa, dijo a Grano-de-Belleza, que le parecía todo lo delicioso posible y por el cual sintió súbito afecto: "Hijo mío, puedes tranquilizarte respecto a los diez mil dinares que debes al ex marido de tu esposa. Soy el jefe de la tekké de los derviches de Bagdad, que cuenta con cuarenta miembros, y gracias a Alah estamos acomodados; diez mil dinares no constituyen para nosotros ningún sacrificio. Te prometo que los tendrás antes de diez días. Pero ve a rogar a tu esposa que cante algo desde detrás del tapiz para exaltarnos el alma. Porque la música, hijo mío, le sirve a unos de comida, a otros de remedio y a otros de abanico; pero para nosotros es las tres cosas a un tiempo".
Grano-de-Belleza no se hizo rogar más, y su esposa Zobeida se avino a cantar para los derviches; de modo que el júbilo de éstos fué extremado, y pasaron una noche deliciosa, ya escuchando el canto y contestando: "¡Ah! ¡Ah!" con toda su alma, ya conversando agradablemente, ya oyendo las chistosas improvisaciones del poeta Abu-Nowas, a quien la belleza del muchacho hacía delirar hasta el límite del delirio.
Al amanecer se levantaron los falsos derviches, y el califa, antes de irse, colocó debajo del almohadón en que estaba apoyado un bolsillo con cien dinares de oro, para empezar, y que eran los únicos que en aquel momento llevaba encima. Después se despidieron del joven huésped, dándole las gracias por boca de Abu-Nowas, que le improvisó versos exquisitos y se prometió por dentro no perderle de vista.
Hacia el mediodía, Grano-de-Belleza, a quien Zobeida había entregado los cien dinares de oro encontrados debajo del almohadón, quiso salir para ir al zoco a hacer unas compras, cuando al abrir la puerta vió parados delante de la casa cincuenta mulos pesadamente cargados de fardos de telas, y en una mula ricamente enjaezada, a un joven esclavo abisinio, de facciones encantadoras y cuerpo moreno, que llevaba en la mano una misiva enrollada.
Al ver a Grano-de-Belleza, el gentil esclavillo se apeó rápidamente, besó la tierra delante del joven, y entregándole la misiva, le dijo: "¡Oh mi señor Grano-de-Belleza! Acabo de llegar ahora mismo de El Cairo, enviado a ti por tu padre, mi amo Schamseddin, síndico de los mercaderes de la ciudad. Te traigo cincuenta mil dinares en mercaderías de valor y un paquete que encierra un regalo de tu padre dedicado a tu esposa Sett Zobeida, y compuesto de una jarra de oro enriquecida con pedrería y una jofaina de oro cincelado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.