Las mil y una noches:193
Y CUANDO LLEGO LA 162ª NOCHE
editarElla dijo:
...y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos. Sabe, además, que pongo por completo a tu disposición, para tus entrevistas con Ben-Bekar, una casa que me pertenece, en donde nadie habita, y que está situada enfrente de esta en que vivo. ¡Voy a amueblarla enseguida, para que os reciba dignamente y no os falte nada!"
Entonces Schamsennahar le dió expresivas gracias, y le dijo:
"¡Por Alah! mi destino es muy dichoso por haber tenido la suerte de encontrar un amigo tan adicto como tú. ¡Ahora me explico lo que vale la ayuda de un amigo desinteresado, y cuán delicioso es encontrar el oasis del reposo después del desierto de la tristeza! Cree que sabré demostrarte un día que conozco el precio de la amistad. ¡Mira a mi confidente, oh Amín! ¡Es joven, dulce y expresiva; pues te aseguro que a pesar de cuanto he de sentir separarme de ella, te la regalaré para que te haga pasar noches de luz y días de frescura!"
Y Amin miró a la joven, y le pareció que era muy agradable, en efecto, y que, además de ojos perfectamente hermosos, tenia unas nalgas absolutamente maravillosas.
Schamsennahar prosiguió: "¡Tengo en ella una seguridad ilimitada! ¡No temas confiarle cuanto te diga el príncipe Alí! ¡Y quiérela, porque tiene cualidades que refrescan el corazón!"
Y Schamsennahar, dichas estas cosas al joyero, se retiró seguida de su confidente, que se despidió de su nuevo amigo con una sonrisa.
Cuando se hubieron alejado, el joyero Amín corrió a su tienda y sacó todos los jarrones, todas las copas cinceladas y todas las tazas de plata, y las llevó a la casa donde habían de verse los amantes. Después visitó a sus conocidos, y a unos les pidió prestadas alfombras, a otros almohadones de seda y a otros vajillas y bandejas. Y de esta suerte acabó por amueblar magníficamente la casa.
Después de ordenarlo todo, y cuando se hubo sentado un momento para contemplarlo, vió entrar a su amiga la joven confidente de Schamsennahar. Esta se le acercó meneando gentilmente las caderas, y le dijo después de las zalemas: "¡Oh Amín! mi ama te envía su saludo de paz, y te repite las gracias, y te dice que ya está consolada del todo. Me encarga además que avises a su amante de que el califa ha marchado del palacio y que ella podrá venir aquí esta noche. Avisa, pues, al príncipe Alí, y estoy segura de que esta noticia acabará de restablecerle y le devolverá las fuerzas y la salud".
Dichas estas palabras, la joven se sacó del seno una bolsa llena de dinares y se la alargó a Amín, diciéndole: "Mi ama te ruega que gastes todo lo que sea, sin escatimar nada". Pero Amín rechazó la bolsa, diciendo: "¿Valgo tan poco a los ojos de tu dueña, ¡oh joven esclava! que quiera recompensarme con ese oro? Dile que Amín está pagado de sobra con el oro de sus palabras y la mirada de sus ojos".
Entonces la joven se guardó la bolsa, muy satisfecha por el desinterés demostrado por Amín, y corrió a contárselo a Schamsennahar, y a avisarle que todo estaba preparado. Después la ayudó a bañarse, peinarse, perfumarse y vestirse con sus mejores ropas.
Por su parte, el joyero Amín fué a avisar al príncipe Alí Ben. Bekar, después de haber colocado flores frescas en los jarrones y llenado las bandejas con manjares de todas clases, pasteles, dulces y bebidas, y colocado ordenadamente junto a la pared los laúdes, guitarras y demás instrumentos.
Entró en casa del príncipe Alí, a quien encontró más animado con la esperanza que había infundido en su corazón. Y la alegría del joven fué muy grande al saber que dentro de poco iba a ver a la amada, causante de sus lágrimas y de su dicha. Y desaparecieron todas sus penas y pesares, y su rostro se iluminó en seguida, adquiriendo mayor gentileza y más simpática dulzura.
Y por su parte, Amín le ayudó a vestirse el traje más magnífico, y después, sintiéndose tan fuerte como si nunca hubiera estado a las puertas de la tumba, emprendió con el joyero el camino de la casa.
Cuando entraron en ella, Amín se apresuró a invitar al príncipe a sentarse, y le colocó detrás de la espalda unos almohadones muy blandos, y a su lado, a derecha e izquierda, unas hermosas vasijas de cristal llenas de flores, y le puso entre los dedos una rosa. Y ambos, departiendo tranquilamente, aguardaron la llegada de la favorita.
Apenas habían transcurrido unos instantes, llamaron a la puerta y Amín corrió a abrir, y volvió en el acto seguido de dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.