Las mil y una noches:181

Las mil y una noches - Tomo II
de Anónimo
Capítulo 181: Y cuando llegó la 150ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 150ª NOCHE

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Ella dijo:

"¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica 'la tierra!"

Al oír estas palabras, el lobo, lleno de rabia y desesperación, se mordió una pata, pero dulcificando más la voz, dijo: "¡Oh zorro! la raza a que perteneces es famosa entre todos los animales de la tierra, por sus exquisitos modales, su elocuencia, su sutileza y la dulzura de su temperamento. ¡Termina, pues, este juego, y recuerda las tradiciones de tu familia!"

Pero el zorro, al oír estas palabras, se echó a reír con tanta gana, que se desmayó. No tardó en volver en sí, y dijo al lobo: "Ya veo, ¡oh maravilloso bruto! que tu educación está completamente por hacer. Pero no tengo tiempo para dedicarme a semejante tarea, y me contentaré, antes de que revientes, con hacer entrar en tus oídos algunas palabras de los sabios. ¡Sabe, pues, que todo tiene remedio, menos la muerte; que todo puede corromperse, menos el diamante; y por último, que se puede uno librar de todo, menos del Destino!

"En cuanto a ti, me has hablado hace un momento, según creo, de recompensarme al salir del hoyo y de otorgarme tu amistad. Sospecho que te pareces a aquella serpiente cuya historia no debes conocer, dada tu ignorancia". Y como el lobo confesare que la desconocía, el zorro dijo:

"Sabe, ¡oh lobo! que hubo una vez una serpiente que había logrado escaparse de manos de un titiritero. Y esta serpiente, no acostumbrada a caminar por haber estado tanto tiempo enrollada en un saco, se arrastraba penosamente por el suelo, y seguramente habría sido aplastada, si un transeúnte caritativo no la hubiera visto, y creyéndola enferma, movido de piedad, la cogió y le dió calor. Y lo primero que hizo la serpiente al recobrar la vida fué buscar el sitio más delicado del cuerpo de su salvador y clavar en él su diente cargado de veneno. Y el hombre cayó muerto inmediatamente. Ya lo dijo el poeta:

¡Desconfía y procura huir cuando la víbora se enrosque mimosamente! ¡Va a estirarse, y su veneno entrará en tu carne con la muerte!

"Y también, ¡oh lobo! hay estos versos admirables que vienen muy bien al caso:

¡Cuando un niño haya sido cariñoso contigo y tú le trates mal, no te asombre que te guarde rencor en el fondo del hígado, ni de que se vengue algún día, cuando tenga pelos en el brazo!

"Y yo, maldito lobo, para dar comienzo a tu castigo y hacerte probar anticipadamente las delicias que te aguardan en el fondo de ese hoyo, mientras llega la ocasión de regar tu tumba como te he dicho, he aquí lo que te ofrezco: ¡levanta la cabeza, amigo!"

Y el zorro, volviéndose de espaldas, se apoyó con las patas de atrás en el borde del hoyo, e hizo llover sobre el hocico del lobo lo suficiente para ungirle y perfumarle hasta sus últimos momentos.

Y hecho esto, se subió a lo más alto de la escarpa, y empezó a chillar llamando a los amos y a los guardas, que no tardaron en acudir. Y cuando se acercaron, se ocultó el zorro, pero lo bastante cerca para ver las piedras enormes que aquéllos tiraban al hoyo y oír los aullidos de agonía de su enemigo el lobo.

Al llegar a este punto, Schehrazada se detuvo un momento para beber un vaso de sorbete que le alargaba la pequeña Doniazada. El rey Schahriar exclamó: "¡Ardía en impaciencia por saber la muerte del lobo! ¡Ahora que ya ocurrió, quisiera oírte contar algo sobre la ingenua e irreflexiva confianza y sus consecuencias!"

Y Schehrazada dijo: "¡Escucho y obedezco!"


Cuento del ratón y la comadreja

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Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día le llevaron una medida de sésamo de primera calidad, diciéndole: "¡El médico ha mandado a un enfermo que se alimento exclusivamente con sésamo! Y te lo traemos para que lo limpies y mondes con cuidado".

La mujer lo cogió, puso en seguida manos a la obra, y al acabar el día lo había limpiado y mondado completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí se vió tentadísima, y llegada la noche, se dedicó a transportarlo desde la bandeja en que estaba a su madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy pequeña de sésamo.

Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mondadora al ver aquella bandeja casi limpia del contenido. Y la oyó exclamar: "¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! ¡No pueden ser más que esos malditos ratones que infectan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase a uno, le haría pagar las culpas de todos los otros!"

Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: "Es necesario, para resguardarme de la venganza de esta mujer, tener que confirmar sus sospechas, en cuanto atañe a los ratones. ¡Si no, puede que la tomara conmigo y me rompiera los huesos!"

Y enseguida fué a buscar al ratón, y le dijo: "¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe a su vecino! ¡No hay nada tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna a los que viven a su lado y no les envía nada de los platos exquisitos que las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles preparados en las grandes festividades!"

Y el ratón contestó: "¡Cuán verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que manifiestas! ¡Plegue a Alah que todos los vecinos sean tan buenos y tan simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?" La comadreja dijo: "La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo fresco muy apetitoso. Se lo han comido hasta hartarse entre ella y sus hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo a avisártelo; prefiero mil veces que lo aproveches tú, a que se los coman los glotones de sus parientes".

Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó a dar brincos y a mover la cola. Y sin tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer que acechaba, ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar a la comadreja a semejante acto de generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio de la bandeja, en donde brillaba el sésamo esplendente y mondado.

Y se llenó glotonamente la boca. ¡Pero en aquel instante salió la mujer de detrás de la puerta, y de un palo hendió la cabeza del ratón!

¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las culpas ajenas!

Al oír estas palabras, el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¡Qué lección de prudencia hay en ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin límites en mi esposa, aquella libertina a quien maté con mis propias manos, y no hubiese creído en los miserables eunucos negros que ayudaron a la traidora!

¿Sabes por ventura alguna historia referente a la fiel amistad?" Y Schehrazada dijo:

Cuento del cuervo y el gato de Algalia

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He llegado a saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una firme amistad y se pasaban las horas retozando y jugando a varios juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes, pues no hacían caso de lo que pasaba a su alrededor, fueron devueltos a la realidad por el rugido espantoso de un tigre, que resonaba en el bosque.

Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado de su amigo, se apresuró a ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de donde acababa de salir el rugido del tigre.

En tal perplejidad, dijo al cuervo: "¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio o si puedes prestarme algún socorro eficaz". El cuervo respondió: "¿Qué no haría yo por ti, buen amigo? Estoy dispuesto a afrontarlo todo para sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame recordarte lo que dijo el poeta:

¡La verdadera amistad es la que nos impulsó a arrojarnos al peligro para salvar al objeto amado, arriesgándonos a sucumbir!

¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y familia, para ayudar al hermano de nuestra amistad!"

Enseguida el cuervo se apresuró a volar hacia un rebaño que pasaba por allí, guardado por enormes perros, más imponentes que leones. Y se fué derecho a uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y le dió un fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro e hizo lo mismo; y habiendo excitado así a todos los perros, echó a volar a una altura suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le alcanzaran sus dientes. Y graznaba a toda voz, como para mofarse de ellos. De modo que los perros le fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los ladridos hubieron resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, espantado, había debido huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al rebaño. El cuervo fué a buscar a su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro, y vivió con él en paz y felicidad.

Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del cuervo y el zorro.

Cuento del cuervo y el zorro

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Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo a su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse a sus propios hijos y por estrangular una noche traidoramente a su esposa, a la cual devoró en un momento. Y hecho esto no le quedó nada a qué hincar el diente.

Era demasiado viejo para cambiar de residencia y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy cansado.

Y enseguida pensó: "¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía en esta soledad que empieza a serme tan pesada!" Y pensado y hecho, avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo: "¡Oh mi vecino! ¡No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino! ¡El de ser musulmán y el de ser su vecino! ¡Reconozco en t i esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible le tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo!

Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿qué sientes hacia mí?"

Al oír estas palabras, el cuervo se echó a reír de tan buena gana que le faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: "¡No puedo ocultarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elocuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro! ¡viejo malicioso, vuelve a guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto a la cual no me has dado pruebas!"

Entonces el zorro exclamó: "¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso sentimiento hacia ti.

¡Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado a saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla!" El cuervo repuso: "Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy a oír esa historia de la pulga y el ratón, que desconozco".

Y el zorro la narró de este modo:

"¡Oh amigo, lleno de gentileza! los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron a vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su agrado.

"Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó a la cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la camisa para llegar a los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso a pedir de boca: No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. ¡Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario! Y fué el caso que la pulga se encastilló en aquel paraje y se puso a chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar a la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado a la pulga si ésta no se hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo a través de los innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que encontró. ¡Esto en cuanto a la pulga!

"En cuanto a la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir a todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron a remangarse los brazos y a buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras dos del amplio calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba completamente en cueros, y a la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mientras que la esclava favorita le inspeccionaba minuciosa mente la trasera. ¡Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada! ¡Y esto es todo en cuanto a la mujer!"

El cuervo exclamó: "Pero a todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?" El zorro repuso: "¡Precisamente vamos a ello!"

Y prosiguió de esta manera:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón. . .

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.