Las mil y una noches:175

Las mil y una noches - Tomo II
de Anónimo
Capítulo 175: Pero cuando llegó la 144ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 144ª NOCHE

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Ella dijo:

Y ellos contestaron: "Tu idea es admirable, ¡oh venerable visir de nuestro padre!" Y convinieron cómo había de ser la cosa. Entonces para festejar aquel día tan feliz, volvió sobre sus pasos el rey Rumzán y regresó a la ciudad, cuyas puertas mandó abrir al ejército musulmán. Después dispuso que los pregoneros publicasen que desde entonces el Islam sería la religión oficial de aquel pueblo, pero que a todos los cristianos se les permitiría perseverar en su error. Pero ninguno de los habitantes quiso seguir siendo descreído, y en un día solo, el acto de fe se pronunció por mil y mil nuevos creyentes. ¡Glorificado sea para siempre Aquel que envió a su Profeta para ser símbolo de paz entre todas las criaturas de Oriente y Occidente!

Ambos reyes dieron grandes fiestas y banquetes con tal motivo, reinando alternativamente un día cada uno. Y así permanecieron durante algún tiempo en Kaissaria, en el límite de la alegría y de la satisfacción.


Después pensaron en vengarse de la vieja Madre de todas las Calamidades. A ese efecto, el rey Rumzán, con anuencia del rey Kanmakán, se apresuró a enviar un correo a Constantinia, con una carta para la Madre de todas las Calamidades, que ignoraba aquel nuevo estado de cosas y seguía creyendo que el rey de Kaissaria era cristiano como su abuelo materno, el difunto rey Hardobios, padre de Abriza.

Y esta carta decía lo siguiente:

"A la gloriosa y venerable dama Schauahi Omm El-Dauhai, la formidable, la terrible, el azote pesado de calamidades sobre las cabezas enemigas, el ojo que vela sobre la ciudad cristiana, la perfumada de virtudes y sabiduría, la olorosa del santo incienso supremo y verídico del gran patriarca, la columna de Cristo en medio de Constantinia.
"De parte del señor de Kaissaria, Rumzán, de la posteridad de Hardobios el Grande, de fama extendida por el Universo.
"He aquí, ¡oh madre de todos nosotros! que el Señor del cielo y la tierra ha hecho triunfar nuestras armas contra las de los musulmanes, y hemos aniquilado su ejército, haciendo prisionero a su rey en Kaissaria, y reduciendo igualmente a cautiverio al visir Dandán y a la princesa Nozhatú, hija de Omar Al-Nemán y de la reina Safía, hijo del difunto rey Afridonios de Constantinia.
"Aguardamos, pues, tu venida entre nosotros para festejar juntos nuestra victoria, y mandar cortar, delante de ti, la cabeza al rey Kanmakán, al visir Dandán y a todos los jefes musulmanes.
"Y puedes venir a Kaissaria sin escolta numerosa, pues desde hoy todos los caminos están seguros, y todas las provincias pacificadas desde el Irak hasta el Sudán y desde Mossul y Damasco hasta los límites extremos de Oriente y Occidente.
"Y no dejes de traer contigo de Constantinia a la reina Safía madre de Nozhatú, para darle la alegría de volver a ver a su hija, a quien se honra, como mujer, en nuestro palacio.
"¡Y que el Cristo, hijo de Mariam, te guarde y conserve como una esencia pura preciadamente contenida en oro inalterable!"

Después firmó la carta, le puso su sello regio, y la entregó a un correo, que salió enseguida para Constantinia.

Y hasta el momento de llegar la malhadada vieja, pasaron algunos días, durante los cuales los dos reyes tuvieron el gusto de saldar cuentas atrasadas. He aquí, en efecto, lo que ocurrió:

Un día que los dos reyes, el visir Dandán y la dulce Nozhatú, que nunca se tapaba la cara en presencia del visir Dandán, al cual consideraba como un padre, estaban sentados hablando de la próxima llegada de la vieja calamitosa y de la suerte que se le reservaba, entró uno de los chambelanes para anunciar a los reyes que estaba allí fuera un anciano mercader a quien habían asaltado unos bandoleros, los cuales habían sido encadenados después de su fechoría.

Y el chambelán dijo: ¡Oh reyes! este mercader solicita audiencia de vuestra magnanimidad, pues tiene dos cartas que entregaros". Y contestaron los dos reyes: "¡Dejadle entrar!"

Entonces entró un anciano, cuya cara ofrecía las huellas de la bendición. Besó la tierra entre las manos de los reyes, y dijo: "¡Oh reyes del tiempo! ¿Es posible que un musulmán no sea respetado y lo despojen en un país en que reina la concordia y la justicia?"

Y los reyes preguntaron: "¿Pero qué te ha sucedido, ¡oh respetable mercader!?" Y él contestó: "¡Oh señores! Sabed que tengo dos cartas que siempre me han atraído el respeto y la consideración en todos los países musulmanes, pues me sirven de salvoconducto y me eximen de pagar los diezmos y derechos de entrada sobre mis mercancías. Y una de estas cartas, ¡oh señores míos! además de esa virtud preciosa, me sirve también de consuelo en la soledad, pues está escrita en versos tan admirables, que preferiría perder el alma a separarme de ella".

Entonces los dos reyes exclamaron: "¡Oh mercader! ¿Quieres permitirnos ver esa carta o leernos siquiera su contenido?" Y el anciano mercader, muy tembloroso, alargó las dos cartas a los reyes, que se las entregaron a Nozhatú, diciéndole: "¡Tú que sabes leer las letras más complicadas y dar a los versos entonación más propia, apresúrate por favor a deleitarnos con esta lectura!"

Pero apenas hubo Nozhatú desatado la cinta que sujetaba el rollo y echado una mirada a las dos cartas, exhaló un gran grito, se puso más amarilla que el azafrán, y cayó desmayada.

Entonces se apresuraron a rociarla con agua de rosas, y cuando volvió en sí, se levantó inmediatamente, y arrasados sus ojos en lágrimas, corrió hacia el mercader, y cogiéndole la mano, se la besó. Entonces todos los presente! llegaron al límite de la estupefacción ante aquel acto tan contrario a las costumbres de los reyes y de los musulmanes.

Y el anciano mercader, emocionadísimo, vaciló y estuvo a punto de caer de espaldas. La reina Nozhatú se apresuró a sostenerle, y llevándole de la mano, le hizo sentar en la misma alfombra en que ella estaba sentada, y le dijo: "¿Ya no me conoces, padre mío? ¿Tan vieja soy?"

Al oír estas palabras el mercader creyó soñar, y exclamó: "¡Conozco la voz! Pero ¡oh mi señora! mis ojos tienen muchos años, y ya no pueden distinguir nada".

Y la reina dijo: "¡Oh padre mío! soy la misma que te escribió la carta en verso, soy Nozhatú-zamán". Y el anciano mercader se desmayó entonces por completo. Y mientras el visir Dandán echaba agua de rosas en la cara del anciano mercader, Nozhatú, volviéndose hacia su hermano Rumzán y su sobrino Kanmakán, les dijo: "¡Este es el buen mercader que me arrancó de las manos de aquel bárbaro beduino que me robó en las calles de la Ciudad Santa!"

Y cuando el mercader volvió en sí, los dos reyes se levantaron en honor suyo, y lo abrazaron; y a su vez, él besó las manos de la reina Nozhatú y al visir Dandán; y todos se felicitaron mutuamente por aquel suceso, y dieron gracias a Alah que los había reunido. Y el mercader levantó los brazos, y exclamó: "¡Bendito y glorificado sea Aquel que modela los corazones que no olvidan, y los perfuma con el admirable incienso de la gratitud!"

Después de lo cual los dos reyes nombraron al anciano mercader jeique de todos los khanes y zocos de Kaissaria y Bagdad, y le dieron entrada libre en palacio de noche y de día.

Después le dijeron: "¿Pero quiénes te han atacado?" Y el mercader contestó: "Unos bandidos del desierto, de los que despojan a los mercaderes sin armas, me asaltaron súbitamente. ¡Eran más de ciento! Pero sus jefes son tres. ¡Uno es un negro horrible; otro un kurdo espantoso, y el tercero un beduino muy forzudo! Me habían atado a un camello y me arrastraban, cuando quiso Alah que les atacasen vuestros soldados y los capturaran, y a mí con ellos".

Oídas estas palabras, los dos reyes dijeron a uno de los chambelanes: "¡Que entre primero el negro!" Y el negro entró. Era más feo que el trasero de un mono viejo, y sus ojos más feroces que los del tigre.

Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Pero antes de que el negro tuviese tiempo de contestar, Grano de Coral, la antigua doncella de la reina Abriza, entró entonces para llamar a su ama Nozhatú, y sus ojos se encontraron con los del negro; y enseguida lanzó un grito horrible, y se precipitó como una leona sobre el negro, le hundió los dedos en los ojos, se los sacó de un tirón, y dijo: "¡Este es el bandido que mató a mi pobre señora Abriza!" Después, arrojando al suelo los dos ojos ensangrentados que acababa de hacer saltar de las órbitas del negro como si fuesen huesos de fruta, añadió: "¡Loado sea el Justo y el Altísimo, que me permiten por fin vengar a mi ama con mis manos!"

Entonces el rey Rumzán dirigió una seña, y en seguida avanzó el verdugo, y de un solo tajo hizo dos negros de uno. Enseguida los eunucos arrastraron el cuerpo por los pies y lo fueron a arrojar a los perros, sobre los montones de basura fuera de la ciudad.


Después los reyes dijeron: "¡Que entre el kurdo!" Y el kurdo entró. Era más amarillo que un limón, y estaba más sarnoso que un burro de molino, y seguramente más piojoso que un búfalo que se pasa un año sin sumergirse en el agua. Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Y el otro respondió: "Yo era camellero de oficio en la Ciudad Santa. Y un día me encargaron que transportase al hospital de Damasco a un joven enfermo .. ."

Al oír estas palabras, el rey Kanmakán, y Nozhatú, y el visir Dandán, sin darle tiempo para seguir, exclamaron: "¡Este el camellero traidor que abandonó al rey Daul'makán sobre el montón de estiércol a la puerta del hammam!" Y de pronto el rey Kanmakán se levantó, y dijo: "¡Se debe devolver mal por mal, y duplicado! ¡Si no, aumentaría el número de los impíos y de los malhechores que infringen las leyes! ¡Y para los malos, no debe haber piedad en la venganza, pues la piedad como la entienden los cristianos es virtud de eunucos, enfermos e impotentes!"

Y el rey Kanmakán, con su propia mano, de un solo tajo hizo de un camellero dos. Pero luego mandó a los esclavos que enterraran el cuerpo según los ritos religiosos.

Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduino!"

En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.