Las mil y una noches:150
Y CUANDO LLEGO LA 119ª NOCHE
editarElla dijo:
Aziz continuó de este modo su historia:
Me detuvo y me dijo: "Aguarda un momento. Tengo que revelarte una cosa". Entonces, un poco sorprendido, me senté de nuevo a su lado; y ella desdobló un pañuelo, sacó de él esta tela cuadrada en que está bordada esa primera gacela que ves delante de ti, ¡oh mi joven señor! y me la entregó, diciéndome: "Guarda esto con el mayor cuidado. Lo ha bordado una joven, muy amiga mía, y que es princesa de las Islas del Alcanfor y del Cristal. Este bordado ha de ser para ti de gran importancia. ¡Y te recordará siempre a la que te ha hecho este obsequio!" Y en el límite del asombro, le di expresivamente las gracias y me despedí de ella; pero estupefacto con lo que me sucedía, olvidé recitarle la estrofa que me había enseñado Aziza.
Al llegar a casa, encontré a mi pobre prima tendida en el lecho, como que estaba enferma, pero al verme hizo un esfuerzo para levantarse, y con los ojos arrasados en lágrimas, se arrastró hasta mí, me besó en el pecho, y me apretó largo rato contra su corazón. Y me dijo: "¿Le has recitado la estrofa?"
Y yo, muy confuso, hube de contestarle: "La he olvidado por causa de esta gacela que ves aquí bordada". Y desdoblé la tela. Entonces Aziza no pudo contenerse más, y rompió en sollozos, recitando entre lágrimas estos versos:
- ¡Ah mi pobre corazón! ¡Te han enseñado que el cansancio acompaña a la pasión, y que la ruptura es el término de toda amistad!
Y añadió: "¡Oh mi adorado Aziz! el mayor favor que te pido es que no olvides recitarle esta estrofa". Y yo dije: "Repítemela, porque casi la he olvidado". Y la repitió, y yo la recordé muy bien entonces. Y llegada la noche, me dijo: "¡He aquí la hora! ¡Guíete Alah con su ayuda!"
Al llegar al jardín entré en la sala, y encontré a mi amante que me estaba esperando. Y en seguida me cogió, me besó, me hizo tenderme en su regazo, y después de haber comido y bebido muy bien, nos poseímos plenamente. Y es inútil detallar nuestros transportes, que duraron hasta por la mañana.
Entonces no olvidé recitarle la estrofa de Aziza:
- ¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿Si el amor habitara siempre en el corazón de su víctima, dónde estaría su redención...?
No podría expresarte, ¡oh mi señor! la emoción que estos versos causaron a mi amiga; tan grande fué, que su corazón, que ella decía ser tan duro, se derritió en su pecho, y lloró abundantemente, mientras improvisaba esta estrofa:
- ¡Honor a la rival de alma magnánima! ¡Sabe todos los secretos, y los guarda silenciosamente! ¡Sale perjudicada en el reparto, y se calla sin murmurar! ¡Conoce el admirable valor de la paciencia!
Entonces aprendí cuidadosamente esta estrofa para repetírsela a Aziza. Y cuando de vuelta a mi casa encontré a mi prima tendida sobre los colchones, y junto a ella a mi madre, me apresuré a sentarme a su lado. Y la pobre Aziza tenía en el rostro una gran palidez; y parecía desmayada. Levantó dolorosamente los ojos hacia mí, y no pudo hacer ningún movimiento.
Entonces mi madre, muy severamente, me dijo: "¿No te da vergüenza, ¡Oh Aziz!? ¿Está bien abandonar así a la prometida?" Y Aziza cogió entonces las manos de mi madre, y se las besó. Después hizo un gran esfuerzo, y acabó por preguntarme: "¡Oh hijo de mi tío! ¿Olvidaste mi encargo?" Y yo dije: "¡Tranquilízate, Aziza! Le he recitado la estrofa, y la ha conmovido hasta el límite de la emoción, de tal manera, que me ha recitado esta otra". Y le repetí los versos consabidos. Y Aziza, al oírlos, lloró en silencio, y murmuró estas palabras del poeta:
- ¡Quien no sabe guardar el secreto, ni practicar la paciencia, no tiene que hacer más que desear la muerte!
- ¡He pasado la vida entera en la renunciación! ¡Y moriré privada de las palabras del amigo! ¡Cuando muera, trasmitid mi saludo a la que fue la desgracia de mi vida!
Después añadió: "¡Oh hijo de mi tío! te ruego que cuando vuelvas a ver a tu enamorada, le repitas estas estrofas. Y séate la vida dulce y fácil, ¡oh mi amado Aziz!"
Al llegar la noche, volví al jardín, según costumbre, y encontré a mi amiga, que me estaba esperando en la sala; y nos sentamos uno al lado del otro, nos pusimos a comer y a beber, y nos solazamos de diversos modos. Después nos acostamos enseguida y permanecimos entrelazados hasta la mañana. Entonces, recordando la promesa, le recité a mi amiga las dos estrofas.
Y apenas las hubo oído, lanzó un gran grito, y retrocediendo asustada, exclamó: "¡Por Alah! ¡La persona que ha dicho esos versos, debe de haber muerto seguramente a estas horas!" Y añadió: "Deseo, por consideración a ti, que esa persona no sea pariente tuya, ni hermana, ni prima. Porque te repito que seguramente pertenece ya al mundo de los muertos".
Y yo exclamé: "¡Es mi prometida, la propia hija de mi tío!" Y ella repuso: "¿Por qué mientes de este modo? ¡Eso no puede ser verdad! ¡Si fuese tu prometida, la querrías como es debido!" Yo repetí: "¡Es mi prometida, la propia hija de mi tío!"
Y ella contestó: "¿Y por qué me lo ocultaste? ¡Por Alah! ¡Nunca le habría arrebatado su novio, si me hubiera enterado de estos lazos! ¡Qué desgracia tan grande! Pero dime: ¿ha sabido nuestros encuentros de amor?" Y contesté: "¡Los ha sabido! ¡Y ha sido ella quien me explicaba las señas que me hacías! ¡Y a no ser por ella, nunca habría podido llegar hasta ti! ¡Y gracias a sus buenos consejos y a su buena dirección, he podido lograr lo que tanto deseaba!"
Entonces exclamó: "Pues bien; ¡tú eres la causa de su muerte! ¡Plegue a Alah que no maltrate tu juventud, como tú has maltratado la de tu pobre prometida! ¡Ve pronto a ver lo que ha pasado!"
Entonces me apresuré a salir, muy alarmado con aquella mala nueva. Y al llegar a la esquina de la calleja donde está nuestra casa, oí unos gritos muy amargos de mujeres que se lamentaban. Y al preguntar a las que entraban y salían, una de ellas me dijo: "¡Han encontrado muerta a Aziza detrás de la puerta de su cuarto!"
Me precipité dentro de casa, y la primera persona que encontré fué mi madre, que exclamó: "¡Eres el causante de su muerte ante Alah! ¡El peso de su sangre pesará sobre tu cuello! ¡Ah hijo mío! ¡Qué prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.