Las mil y una noches:127
Y CUANDO LLEGO LA 96ª NOCHE
editarElla dijo:
En cuanto al gran chambelán y las tropas musulmanas, apenas amaneció levantaron las tiendas y emprendieron el camino de Constantinia.
Mientras tanto, la Madre de todas las Calamidades no perdía el tiempo. Apenas partió el ejército, sacó un par de palomas mensajeras, y ató al cuello de cada paloma una carta dirigida al rey Afridonios, enterándole de cuanto acababa de hacer, y le decía: "Por lo tanto, hay que enviar en seguida al monasterio diez mil guerreros entre los más valientes. Y cuando hayan llegado al pie de la montaña que me esperen allí, pues les entregaré a los dos reyes, al visir y a los cien guerreros musulmanes. Pero debo advertirte que mi ardid no puede realizarse sin que perezca el monje Matruna, guardián del monasterio; de modo que lo sacrificaré al bien común de los ejércitos cristianos, pues la vida de un fraile no es nada comparada con la salvación de la cristiandad.
"¡Y alabado sea Cristo nuestro Señor, al principio y al fin!"
Las palomas mensajeras llegaron a la torre más alta de Constantinia, y el domesticador cogió las cartas que llevaban colgadas del cuello, y fué a entregárselas al rey Afridonios. Y apenas las leyó el rey dispuso que se reunieran los diez mil soldados, les dió a cada uno un camello de carrera y un mulo para llevar el botín que habían de ganar al enemigo, y les mandó dirigirse apresuradamente hacia el monasterio.
En cuanto al rey Daul'makán, Scharkán, el visir y los cien guerreros, al llegar al pie de la montaña tuvieron que subir solos al monasterio, pues la Madre de todas las Calamidades les dijo: "Subid primero vosotros, y cuando os apoderéis del monasterio, subiré yo para enteraros dónde están los tesoros ocultos".
Y llegaron al monasterio, escalaron los muros y saltaron al jardín. Al oír ruido acudió el monje Matruna, y todo acabó para él, pues Scharkán gritó a sus guerreros: "¡Sus a ese perro maldito!" Y en seguida lo atravesaron cien golpes. Y su alma descreída se exhaló por el trasero, y fué a sumergirse en el fuego del infierno. En seguida los musulmanes empezaron a saquear el monasterio. Asaltaron primeramente el recinto sagrado donde depositan los cristianos sus ofrendas, y encontraron allí, colgada de los muros, una cantidad enorme de joyas y objetos valiosos, muchos más de los que había dicho el anciano asceta. Y llenaron cajones y sacos, y los cargaron en los mulos y camellos.
Pero no hallaron ni rastro de la joven Tamacil, ni de los diez jóvenes tan hermosos como ella, ni del lamentable Dequianos, general de los monjes. Pensaron, pues, que la joven habría salido a pasearse o que estaría oculta en alguna habitación, y registraron todo el monasterio. Y como no la encontraran, estuvieron aguardándola dos días; pero la joven no apareció. Entonces, impaciente, Scharkán acabó por decir: "¡Oh hermano mío! ¡Mi corazón y mi pensamiento están con los guerreros del Islam que hemos enviado a Constantinia, y de los cuales nada sabemos!"
Y Daul'makán dijo: "Creo que debemos renunciar a la joven Tamacil y a sus compañeros, pues hemos aguardado bastante. Y ya que hemos cargado nuestros mulos y nuestros camellos, contentémonos con lo que Alah ha querido darnos. ¡Y vamos a reunirnos con nuestras tropas, para aplastar a los infieles con auxilio de Alah y tomarles Constantinia!"
Entonces fueron a buscar al asceta al pie de la montaña y emprendieron el camino para reunirse con el ejército. Pero apenas habían entrado en el valle, aparecieron en las alturas los guerreros cristianos, que lanzando su grito de guerra, empezaron a bajar hacia ellos para envolverlos. Al ver esto, exclamó Daul'makán: "¿Quién habrá podido avisar a los cristianos nuestra presencia en el monasterio?"
Pero Scharkán le dijo: "¡Oh hermano mío! no podemos perder el tiempo en conjeturas; desenvainemos, y aguardemos a pie firme a esos perros malditos, y hagamos en ellos tal matanza, que ni uno pueda escaparse".
Y Daul'makán exclamó: "¡De haberlo previsto, habríamos traído mayor número de soldados!" Entonces dijo el visir Dandán: "Aunque tuviéramos diez mil hombres, no nos servirían en esta angosta garganta. Pero Alah nos sacará de este mal paso. Porque cuando peleamos por aquí a las órdenes del difunto rey Omar Al-Nemán, aprendimos todas las salidas de este valle. ¡Seguidme, pues, antes de que esos malditos nos cierren todas las salidas!"
Y cuando iban a salvarse, apareció ante ellos el asceta, y les gritó: "¿Por qué huís ante el enemigo? ¿No sabéis que vuestra vida está en manos de Alah, el único que os la puede arrebatar y os la puede quitar? Aquí me tenéis a mí: me encerraron en un subterráneo, y he sobrevivido porque El lo quiso. ¡Adelante, pues, musulmanes! ¡Y si la muerte está ahí, el Paraíso os aguarda!"
Al oír estas palabras, sintieron renacer su valor, y aguardaron a pie firme al enemigo, que se precipitaba sobre ellos. Sólo eran ciento tres los musulmanes; pero, ¿no vale un creyente por mil infieles? Y efectivamente, apenas estuvieron los cristianos al alcance de sus lanzas y de sus espadas, comenzó el vuelo de cabezas.
Y Daul'makán y Scharkán a cada tajo lanzaban por el aire cinco cabezas cortadas. Los infieles se arrojaron sobre ellos de diez en diez, y saltaron entonces diez cabezas a cada golpe. Hicieron, pues, una gran carnicería, hasta que la noche separó a los combatientes.
Entonces los creyentes y sus tres jefes se retiraron a una caverna, para resguardarse aquella noche. Y buscaron inútilmente al asceta; y después de haberse contado, vieron que sólo eran cuarenta y cinco los supervivientes. Y Daul'makán dijo: "Acaso el asceta haya muerto en el combate".
Pero el visir exclamó: "¡Oh rey! He visto a ese asceta durante la batalla, y creo que excitaba contra nosotros a los infieles. ¡Y parecía un efrit negro de la clase más espantosa!"
Pero entonces se presentó el asceta en la entrada de la gruta, asiendo de los pelos una cabeza cortada, cuyos ojos se movían convulsos. Y era la cabeza del general en jefe del ejército cristiano, guerrero muy terrible.
Los dos hermanos se pusieron de pie, y gritaron: "¡Gloria a Alah, que te ha salvado, ¡oh santo asceta! y te ha devuelto a nuestra veneración!" Entonces aquella maldita repuso: "¡Oh mis queridos hijos! quise morir en la pelea, y me arrojé entre los combatientes; pero los infieles me respetaban y apartaban sus aceros de mi pecho. Entonces aproveché esta confianza para acercarme a su jefe, y de un solo sablazo, con auxilio de Alah, le corté la cabeza. ¡Y esa cabeza os la traigo aquí, para alentaros contra ese ejército sin jefe! En cuanto a mí..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.