Las mil y una noches:1010

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 1010: pero cuando llegó la 997ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 997ª NOCHE

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Ella dijo:

... Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores? ¿Y no despierta y azuza las emociones del amor semejante prohibición entre dos seres jóvenes y hermosos?

Y he aquí, en efecto, que aquellos dos esposos, que tenían derecho a amarse y a dejarse llevar de los transportes de su mutuo amor tan legítimo, reducidos a la sazón al estado de suspirantes, se embriagaban más cada día con esa embriaguez oculta que reconcentra en el corazón la fiebre. Y he aquí que Abbassah, atormentada por aquel estado de esposa secuestrada, se volvió loca por su marido. Y acabó por informar a Giafar del amor que sentía. Y le llamó a sí, y le solicitó, a escondidas, de todas maneras. Pero Giafar, como hombre leal y prudente, resistió a todas las instancias y no fué a casa de Abbassah. Porque le retenía el juramento prestado a Al-Raschid. Y por otra parte, mejor que ninguno sabía cuánta prisa ponía el califa en la ejecución de sus venganzas.

Así, pues, cuando la princesa Abbassah vió que sus instancias y ruegos no obtenían éxito, recurrió a otros procedimientos. De ese modo se conducen las mujeres por lo general, ¡oh rey del tiempo! Valiéndose, en efecto, de una estratagema, envió a decir a la noble Itabah, madre de Giafar: "¡Oh madre nuestra! es preciso que me introduzcas sin tardanza en casa de tu hijo Giafar, mi esposo legal, lo mismo que si fuese yo una de esas esclavas que le procuras a diario". Porque la noble Itabah tenía la costumbre de enviar cada viernes a su bienamado hijo Giafar una joven esclava virgen, escogida entre mil, intacta y perfectamente hermosa. Y Giafar no se acercaba a la joven mientras no se había regalado y saturado de vinos generosos.

Pero la noble Itabah, al recibir aquel mensaje, se negó enérgicamente a prestarse a aquella traición que quería Abbassah, y dió a entender a la princesa los peligros que para todos tenía aquello. Pero la joven esposa enamorada insistió, apremiante hasta la amenaza, y añadió: "Reflexiona ¡oh madre nuestra! en las consecuencias de tu negativa. Por mi parte, mi resolución es irrevocable, y la llevaré a cabo a pesar tuyo, cueste lo que cueste. Prefiero perder la vida a renunciar a Giafar y a mis derechos sobre él".

La desconsolada Itabah tuvo, pues, que ceder ante tales extremos, pensando que, después de todo, era preferible que la cosa se llevase a cabo por mediación suya, en las mejores condiciones de seguridad. Prometió, por tanto, su concurso a Abbassah para ver si obtenía éxito aquel complot tan inocente y tan peligroso. Y fué a anunciar sin tardanza a su hijo Giafar que pronto le mandaría una esclava que no tenía igual en gracia, en elegancia y en belleza. Y le hizo una descripción tan entusiasta de la joven, que solicitó él calurosamente para cuanto antes el don que habíale prometido. Y tan bien se ingenió Itabah, que Giafar, enloquecido de deseo, se dedicó a esperar la noche con una impaciencia sin precedente. Y su madre, al verle en sazón, envió a decir a Abbassah: "Prepárate para esta noche".

Y Abbassah se preparó, y se adornó con atavíos y alhajas, a la manera de las esclavas, y fué a casa de la madre de Giafar, quien, a la caída de la noche, la introdujo en el aposento de su hijo.

Y he aquí que, un poco aturdido por la fermentación de los vinos, Giafar no advirtió que la joven esclava que estaba de pie entre sus manos era su esposa Abbassah. Y además, tampoco tenía muy fijos en su memoria los rasgos de Abbassah. Porque hasta entonces no había hecho más que entreverla en sus conversaciones comunes con el califa; y por temor de desagradar al Al-Raschid, no se había atrevido nunca a posar su mirada en su esposa Abbassah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor, a cada ojeada furtiva de Giafar.

Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los transportes de un amor compartido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo a Giafar: "¿Qué te parecen las hijas de los reyes, ¡oh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, a las esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di". Y Giafar preguntó, asombrado: "¿A qué hijas de reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras guerras victoriosas?" Ella contestó: "¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de Al-Raschid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tío del Profeta bendito!"

Al oír estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del deslumbramiento de la embriaguez, exclamó: "Estás perdida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!"

Y a toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah y le dijo: "¡Oh madre mía, madre mía! ¡qué barato me has vendido!" Y la entristecida esposa de Yahía contó a su hijo cómo se había visto forzada a recurrir a aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que la concierne.

En cuanto a Abbassah, fué madre, y dió a luz un hijo. Y confió el niño a la vigilancia de un abnegado servidor llamado Ryasch y a los cuidados maternales de una mujer llamada Barrah. Luego, temiendo sin duda que la cosa se divulgase, a pesar de todas las precauciones, y llegase a conocimiento de Al-Raschid, envió a la Meca al hijo de Giafar en compañía de dos servidores.

Y he aquí que Yahía, padre de Giafar, entre sus prerrogativas tenía la guardia y la intendencia del palacio y del harén de Al-Raschid. Y tenía costumbre de cerrar a cierta hora de la noche las puertas de comunicación del palacio, llevándose las llaves. Pero esta severidad acabó por convertirse en una molestia para el harén del califa, y sobre todo para Sett Zobeida, que fué a quejarse amargamente a su primo y esposo Al-Raschid, maldiciendo del venerable Yahía y de sus rigores intempestivos. Y cuando se presentó Yahía, le dijo Al-Raschid: "Padre, ¿por qué se queja de ti Zobeida?" Y Yahía preguntó: "¿Es que me acusan de tu harén, ¡oh Emir de los Creyentes!?"

Al-Raschid sonrió y dijo: "No, ¡oh padre!" Y Yahía dijo: "En ese caso, no tomes en cuenta lo que te digan de mí ¡oh Emir de los Creyentes!" Y desde entonces redobló aún más su severidad, de modo que Sett Zobeida se quejó otra vez con acritud y enfado a Al-Raschid, que le dijo: "¡Oh hija del tío! verdaderamente, no hay motivo para acusar a mi padre Yahía por nada concerniente al harén. Porque Yahía no hace más que ejecutar mis órdenes y cumplir con su deber". Y Zobeida replicó con vehemencia: "¡Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber impidiendo las imprudencias de su hijo Giafar"

Y Al-Raschid preguntó: "¿Qué imprudencias? ¿Qué ocurre?" Entonces Zobeida contó lo de Abbassah, sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Raschid preguntó, poniéndose sombrío: "¿Hay pruebas de eso?" Ella contestó: "¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?" El preguntó: "¿Dónde está ese niño?" Ella contestó: "En la ciudad santa, cuna de nuestros abuelos". El preguntó: "¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?" Ella contestó: "No hay en tu harén ni en tu palacio una sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa".

Y Al-Raschid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo después, anunció su propósito de ir en peregrinación a la Meca. Y partió, llevándose a Giafar consigo.

Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta a Ryasch y a la nodriza, ordenándole que abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaran a toda prisa.

Y llegó el califa a la Meca. Y en seguida encargó a unos confidentes íntimos suyos que se pusieran en busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía y se hallaba en perfecto estado de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo a Bagdad.

Y entonces fué cuando, a su regreso de la peregrinación, mientras acampaba en el convento de Al-Umr, cerca de Anbar, junto al Eufrates, dió la terrible orden consabida respecto a Giafar y a los Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.

En cuanto a la infortunada Abbassah y a su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta debajo del mismo aposento habitado por la princesa. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión!

Por último, me queda por decirte ¡oh rey afortunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan que Giafar y los Barmakidas nada habían hecho por merecer semejante desgracia, y que tuvieron aquel fin lamentable sencillamente porque estaba escrito en su destino y había transcurrido el tiempo de su poderío.

¡Pero Alah es más sabio!

Y para terminar, he aquí un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Damasco. Dice:

"Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme a un mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras cuidaba de mí el mancebo, no sé por qué, me puse a cantar para mí mismo, a media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del hijo de mi bienhechor El-Fadl ben Yahía El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el mocito que me servía cayó al suelo sin conocimiento. Unos instantes después se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome solo en medio del agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.