Las mil y una noches:0973
Y CUANDO LLEGÓ LA 974ª NOCHE
editarElla dijo:
"... no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en libertad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo; pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío".
Y Doreid le dió las gracias por lo que se prestaba a hacer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo: "Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani-Jucham, hombre venerado por su gran edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión".
Y Tumadir contestó: "Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda consultar conmigo misma".
Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: "Mi hija Khansa desea esperar un poco antes de dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días". Y Doreid contestó: "Conforme, ¡oh padre de los héroes!" Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.
Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida mandó que le siguiera los pasos una de sus servidoras, diciéndole: "Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para hacer sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena. Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril".
Y la servidora obedeció. Y fué tan diligente, que al cabo de algunos instantes estaba de vuelta junto a su ama, y le dijo estas simples palabras: "Hombre inservible".
Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo: "Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto". Y ella contestó: "He consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado".
Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la bella Solamida, partió camino de su tribu.
Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:
¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y hago otra cosa!
¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!
¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!
¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y a mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!
¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar chisporrotea!
¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!
¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que aceptara por marido a aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.
Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:
¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡la que vierte estas lágrimas llora a un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre, la tierra reciente de la tumba!
¡Oh hermano mío! ¡partiste para la acequia de cuya agua gustarán todos un día la amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: "Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de abejorros sobre la punta de una lanza!"
¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en estío! ¡Me encierro en la consternación!
¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nuestra casa; ha partido para una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valientes; quien era para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!
¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno de valentía y de hermosura!
¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!
¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable: "Llora, gime por las carreras vagabundas: ¡ya no te cabalgará tu dueño!".
¡Oh hijo de Amr! ¡la gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba hasta los muslos tu larga cota de armas!
¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios! ¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más grande y digno de recuerdo!
¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes bituminosos de la tormenta!
¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!
¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos ¡oh hermano mío! mientras la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos campos!
¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!
¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relampagueos, cuando iban a hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!
¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con las dobles armas de sus dientes y sus uñas!
¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia! ¡Cuántas bellas y blancas mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en desorden, enloquecidas de horror y de espanto!
¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuántas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable no hubiese estado allí!
¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate cantaste sin esfuerzo en el tumulto, penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!
¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las estrellas, que anule el sol sus rayos! ¡El era nuestro sol y nuestra estrella!
Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al extranjero cuando del Norte lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?
¡Ay! ¡a aquel que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas, le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible, en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!
Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que pasan los años y los días.
¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡qué dolor tan lancinante es para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!
¡La mehara (camella) que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa, por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no tiene más que gemidos y saltos medrosos, no da más que una débil imagen del dolor que me abruma, ¡oh hermano mío!
¡Oh! ¡jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables!
Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El-Dhobiani y los demás poetas reunidos en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contestaron con unanimidad: "¡Supera en poesía a los hombres y a los genn!"
Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la hégira de Sidna-Mahomed (con El la plegaria y la paz) fué con su hijo Abbas, que entonces era jefe supremo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con honores, y quiso oírla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su inspiración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fué cómo dejó ver que no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con El la plegaria y la paz) le dijo: "¿Qué importa? Es lo mismo". Y Abu-Bekr contestó: "En verdad ¡oh Profeta de Alah! que justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán: "No hemos enseñado a nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!".
"¡Pero Alah es más sabio!".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "He aquí otro rasgo admirable de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad". Y dijo: