Las mil y una noches:0936

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0936: pero cuando llego la 947ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 947ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: "Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara". El dijo: "¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?"

Ella dijo: "¡Oh! ¡sí! El dijo: "Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!" Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó, y dijo: "¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!)"

Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando: "¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!"

En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: "¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?"

Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: "¡Me pongo bajo tu protección! ¡perdóname por esta vez!"

El le dijo: "¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?"

Ella le contestó: "Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!"

Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fué a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.

Y al llegar al hammam dijo a la celadora: "Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.

Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a tu tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: "¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".

Pero ella les contestó, después de darles gracias: "¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?" Y añadió: "Siempre es tiempo de bajar al baño".

Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: "Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces". Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole: "Tía mía, toma esto para tus hijos". Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: "¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?" Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: "¿Por qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?" Y Dalal le dijo: "¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!" Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dió. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: "¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten", como hacen las vendedoras de profesión.

Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: "¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!" Y gritó: "¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!" Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: "¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!" Y fué a preguntar a la celadora: "¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?" La celadora contestó: "En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos".

Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: "¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?"

La mujer dijo: "Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija". Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: "¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!" Ella contestó: "Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres".

Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar: "¡Oh musulmanes, socorredme!" Y el ogro empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: "Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, instrumento de zorras viejas!" ¡Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.

Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la vió y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú". La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a decirle que suba!" Y la negra bajó y dijo a la joven: "Ven a hablar con mi señora, que te llama".

Pero Dalal contestó: "¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi padre un negro, para que suba yo con las esclavas?" Y la negra fué a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora envió a una esclava blanca, diciendo: "Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo".

Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: "Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama". Pero Dalal le contestó: "No soy una esclava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blanca". Y la esclava se fué a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo: "Baja entonces tú y tráete a la dama que está abajo".

Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina". Y aquella vez contestó Dalal: "Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán". Y subió las escaleras delante de él.

Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón...

En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.