Las mil y una noches:0932

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0932: y cuando llego la 944ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 944ª NOCHE

editar

Ella dijo:

... a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.

Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fué a echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: "¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo". Y el pescador contestó: "Está bien, ¡oh señora!" Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta sí, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: "Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco". Pero el pescador contestó: "No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla".

Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!"

Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo "¡Oh señora! desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?" Ella contestó: "Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos días". Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: "Coge a esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber". Y el negro la cogió y la condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: "Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien a esta dama". Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: "Está bien. Haz subir a esta dama al desván que hay encima de la terraza". Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que había encima de la terraza.

Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: "¡Vamos a ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua para beber!" Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.

Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.

Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vió a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: "¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?"

Y el esclavo contestó: "¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo día". Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo: "¡Ya sidi! la pobre dama a quien enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada". Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fué a decir a su mujer: "¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer a esa pobre señora?" Y la cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y subió a la terraza, y dijo a Yasmina: "¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!" Ella contestó: "¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar tus beneficios, voy a pedirte una cosa!" El dijo: "Habla, ¡oh señora!" Ella dijo: "Quisiera que en las afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey". El contestó: "No hay inconveniente. ¡Desde luego!" Ella dijo: "Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción". Y el mercader dijo: "Está bien".

Y cogió el dinero, y fué en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "¡Ya setti! el palacio está concluido". Ella le dijo: "Aquí hay dinero. Tómalo y ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros y no sepan árabe!"

Y el mercader fué a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que no supieran ni pudieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes: "¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio". Y Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: "El desván donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que has tenido para conmigo". Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!

En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo "¡Visir!" Y el visir contestó: "¡Presente!" El rey dijo: "Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi esposa Yasmina, la dama de los árabes" y el visir dijo: "Escucho y obedezco". Y salieron del palacio con un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la dama de los árabes, interrogando e informándose. Y así llegaron a la ciudad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al visir: "Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anteriores. ¿A quién pertenecerá?" Y el visir contestó: "No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que lo sepamos". Y el rey dijo: "¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes conquistadores".

Y el pregonero fué por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras. Entonces el visir dijo al rey: "Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y que este palacio estaba habitado por reyes invasores!" Y el rey contestó: "¿Quién sabe? Ven, vamos a informarnos por el portero del palacio". Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel portero era un barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: "¡Chanú!" Lo que en lengua barbarina significa: "¡No sé!

Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.

Y por la mañana, el rey dijo al visir: "Di al pregonero que pregone por la ciudad, una vez más, que nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza". Y pregonó el pregonero; y llegó la noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas, excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba iluminado. Y el visir dijo al rey: "Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por reyes extranjeros". Y dijo el rey: "¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?" El visir dijo: "¡Vamos a dormir y ya veremos mañana!"

Y al día siguiente, el visir dijo al rey: "Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis oídos de qué país es el rey".

Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigilancia de los guardias y consiguió subir a la sala del trono. Y cuando vió a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que saludaba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: "Siéntate". Y cuando estuvo él sentado, Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su esposo el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dió todas al visir, diciéndole: "Tómalas de regalo, pues veo que eres pobre". Y el visir le besó la mano, y le dijo: "¡Alah te otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!" Luego se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sentado con el portero.

Y el rey le dijo: "¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?" El visir contestó: "¡Ualah! ¡por algo hube de decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y me ha dicho: "¡Tómalas para ti, porque eres pobre!" Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?" Y el rey dijo: "¿Verdaderamente, lo crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a subir arriba para ver a ese rey!"

Y lo hizo como lo dijo.

Cuando le vió Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su trono en honor suyo, y le dijo: "¡Ten la bondad de sentarte!" Y cuando el rey vió que se levantaba en honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo. "¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no conoce!" Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes: "¿De qué calidad sois?" Y ella sonrió, y contestó: "Somos gente rica". Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.

Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.