Las mil y una noches:0924

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0924: historia contada por el segundo capitan de policia

HISTORIA CONTADA POR EL SEGUNDO CAPITÁN DE POLICÍA

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Has de saber ¡oh mi señor sultán! que, antes de aceptarme por esposo, la hija de mi tío (¡Alah la tenga en Su misericordia!) me dijo: "¡Oh hijo del tío! si Alah quiere, nos casaremos; pero no podré tomarte por esposo mientras no aceptes de antemano mis condiciones, que son tres, ¡ni una más, ni una menos!" Y contesté: "¡No hay inconveniente! Pero ¿cuáles son?". Ella me dijo: "¡No tomarás nunca haschisch, no comerás sandía y no te sentarás nunca en una silla!". Y contesté: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! duras son esas condiciones. Pero, tales como son, las acepto de corazón sincero, aunque no comprendo el motivo a que obedecen". Ella me dijo: "Pues son así. ¡Y pueden tomarse o dejarse!" Y dije: "¡Las tomo, y de todo corazón amistoso!". Y se celebró nuestro matrimonio, y se realizó la cosa, y todo pasó como debía pasar. Y vivimos juntos varios años en perfecta unión y tranquilidad.

Pero llegó un día en que mi espíritu anheló saber el motivo de las tres famosas condiciones relativas al haschisch, a las sandías y a la silla; y me decía yo: "¿Pero qué interés puede tener la hija de tu tío en prohibirte esas tres cosas cuyo uso en nada puede lesionarla? ¡Ciertamente, en todo esto debe haber un misterio que me gustaría mucho aclarar!" Y sin poder ya resistir a las solicitudes de mi alma y a la intensidad de mis deseos, entré en la tienda de uno de mis amigos, y por el pronto me senté en una silla rellena de paja. Luego hice que me llevaran una sandía excelente, tras de tenerla en agua para que se refrescara. Y después de comerla con delectación, absorbí un grano de haschisch en pasta, y emprendí el vuelo hacia el ensueño y el placer tranquilo. Y me sentí perfectamente dichoso; y mi estómago era dichoso a causa de la sandía; y a causa de la silla rellena, también era muy dichoso mi trasero, privado del placer de las sillas durante tanto tiempo.

Pero ¡oh mi señor sultán! cuando volví a mi casa, aquello fué tremendo. Porque, no bien estuve en presencia suya, mi mujer se echó el velo por el rostro, como si, en lugar de ser su esposo, no fuera yo para ella más que un hombre extraño, y mirándome con ira y desprecio, me gritó: "¡Oh perro hijo de perro! ¿es así como mantienes tus compromisos? ¡Vamos, sígueme! ¡Iremos a casa del kadí para arreglar el divorcio!" Y yo, con el cerebro nublado todavía por el haschisch, y con el vientre pesado aún a causa de la sandía, y con el cuerpo descansado por haber sentido debajo de mis nalgas, después de tanto tiempo, una silla mullida, traté de ser audaz, negando mis tres fechorías. Pero aún no había esbozado el gesto de la negación, cuando me gritó mi esposa: "Amordaza tu lengua, ¡oh proxeneta! ¿Vas a atreverte a negar la evidencia? Apestas a haschisch, y mi nariz te huele. Te has atascado de sandía, y veo las huellas en tu ropa. Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya nada para ti, y tú no eres ya nada para mí...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.