Las mil y una noches:0922

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0922: pero cuando llego la 938ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 938ª NOCHE editar

Ella dijo:

"... Cállate, ¡oh capitán! porque eso es un misterio de amor, y son pocas las personas capaces de comprenderlo. Bástete saber que cuento contigo, para que me ayudes a penetrar en casa del kadí; y obrando así, te harás acreedor a la gratitud de una mujer que no ha de olvidarte". Y al oír aquello, me maravillé en extremo, y pensé: "¡Vaya, ualahí, ¡oh maese Moin! hete aquí ahora solicitado para proxeneta de una mujer con otra mujer! ¡Es una aventura que no tiene igual en la historia del proxenetismo! ¡No hay inconveniente en que cargues con ello tu conciencia!" Y dije a la joven dorada: "Pichona mía, el asunto de que me hablas es un asunto muy delicado; y aunque no comprendo sus circunstancias, puedes contar con mi obediencia, así como con mi abnegación. Pero, ¡por tu vida! ¿cómo voy a serte útil en todo eso?" Ella dijo: "¡Facilitándome la entrada en casa de mi adorada, la hija del kadí!". Y contesté: "Está bien, ¡oh tórtola mía! pero ten en cuenta quien soy yo y quien es esa bienaventurada hija del kadí. ¡Por la verdad de tu gracia, piensa en la gran distancia que nos separa!".

Y ella me dijo con aire de suficiencia:

¡Oh pobre! no vayas a creer que estoy tan desprovista de buen sentido como para introducirte en casa de la jovenzuela, ¡no, por Alah! Quiero sencillamente que me sirvas de bastón de apoyo en mi marcha en pos de la astucia y de la estratagema. ¡Y me ha parecido que sólo tú, ¡oh capitán! podías hacer lo que anhelo!" Y dije: "Escucho y obedezco, y soy un bastón ciego y sordo entre tus manos, cordera mía". Entonces me dijo ella: "Escucha, pues, y obedece. Esta noche, ataviada como un pavo real con mis mejores vestidos, y velada de manera que no me reconozca nadie más que tú en el barrio, iré a sentarme junto a la casa del kadí, padre de mi amante. Entonces tú y los guardias que tienes a tus órdenes, atraídos por el perfume penetrante que exhalaré, os dirigiréis al sitio donde yo me encuentre. Y tú avanzarás respetuosamente hacia mí, y me preguntarás: "¿Qué haces sola en la calle a hora tan tardía, ¡oh dama de alto rango!" Y yo contestaré: "Ualahí, ¡oh gallardo capitán! soy una joven del barrio de la ciudadela, y mi padre es uno de los emires del sultán. Pero hoy he salido de nuestra casa y de nuestro barrio, y he ido a la ciudad para hacer algunas compras. Y una vez comprado lo que quería y encargado lo que tenía que encargar, se me ha hecho tarde, pues cuando llegué a nuestro barrio de la ciudadela, vi que ya estaban cerradas las puertas. Y entonces, creyendo encontrar alguna persona conocida en cuya casa pudiese pasar la noche, he vuelto a la ciudad; pero mi mala suerte ha hecho que no encuentre a nadie. Y desolada por hallarme así, siendo la hija de un notable, sin amparo en medio de la noche, he venido a sentarme en el umbral de esta morada, que me han dicho es la del kadí, a fin de que su sombra me proteja. Y mañana por la mañana volveré a casa de mis padres, que ya deben creerme muerta, o por lo menos, perdida". Entonces tú, ¡oh capitán Moin! como eres inteligente, verás que, en efecto, voy vestida con ricos vestidos, y pensarás: "A un musulmán no le está permitido dejar en la calle a una mujer tan bella y tan joven, toda cubierta de perlas y de joyas, que puede ser violentada y robada por cualquier facineroso. Además de que, si en el barrio ocurriera semejante cosa, yo mismo, el capitán Moin, con mis ojos, sería responsable del atentado ante nuestro amo el sultán. Es preciso, pues, que, de una u otra manera, tome bajo mi protección a tan encantadora persona. Por tanto, voy a poner cerca de ella a uno de mis hombres armados, para que la guarde hasta mañana, o quizás sea mucho mejor -porque no tengo bastante confianza en mis guardias- buscar sin tardanza una morada de personas respetables que la alberguen honorablemente hasta mañana. ¡Y por Alah, que no veo dónde podría encontrarse mejor ni más considerada que en casa de nuestro amo el kadí, a cuya puerta la ha hecho sentarse la suerte! ¡Llevémosla, pues, a esa casa! Y sin duda alguna, obtendré por ello buena recompensa, sin contar con que la gratitud puede inclinar en favor mío el hígado de esa joven, cuyos ojos han producido en mis entrañas un incendio". Y tras de pensar tan cuerdamente, harás resonar la aldaba de la puerta del kadí, y me harás entrar en su harén. Y así me encontraré reunida con mi amante. Y se satisfará mi deseo. Y éste es mi plan, ¡oh capitán! Y ésta es mi explicación. ¡Uassalam!".

Entonces ¡oh mi señor sultán! contesté a la joven: "Alah aumente Sus favores sobre tu cabeza, ¡oh mi señora! He ahí un plan asombroso y fácil de ejecutar. La inteligencia es un don del Retribuidor". Y a continuación, poniéndome de acuerdo con ella respecto a la hora del encuentro, le besé la mano; y cada cual de nosotros se fué por su camino.

Y llegó la tarde, luego la hora de queda, luego la de la plegaria; y unos momentos después, salí a hacer mi ronda nocturna al frente de mis hombres armados de alfanjes desnudos. Y de barrio en barrio, hacia media noche llegamos a la calle donde debía encontrarse la joven de los amores extraños. Y el olor rico y asombroso que percibí desde que entré en la calle me hizo presagiar su presencia. Y en seguida oí el tintineo de sus pulseras de manos y tobillos. Y dije a mis hombres: "Me parece ¡oh hijos míos! que veo allí una sombra. Pero ¡qué rico olor!". Y miraron ellos en todas direcciones para descubrir la procedencia del aroma. Y vimos a la hermosa consabida, cubierta de sedería y cargada de brocados, que nos miraba llegar, inclinada y con el oído atento. Y me acerqué a ella, haciéndome el ignorante, y le dirigí la palabra, diciendo: "¿Qué clase de dama eres ¡oh mi señora! para no temer nada de la noche y de los transeúntes, tan bella como eres y ataviada y completamente sola como estás?". A lo cual me dió ella la respuesta que habíamos convenido la víspera; y me encaré con mis hombres, como para pedirles su opinión. Y me contestaron: "¡Oh jefe nuestro! si quieres, conduciremos a esta mujer a tu casa, donde estará mejor que en ninguna otra parte. Y no dudamos de que sabrá agradecértelo, porque indudablemente es rica, y bella, y va adornada con cosas preciosas. ¡Y harás de ella lo que quieras; y por la mañana se la devolverás a su madre amada!". Y les grité: "¡Callaos! ¡Me refugio en Alah contra vuestras palabras! ¿Acaso mi casa es digna de recibir a semejante hija de emir? ¡Y además, ya sabéis que vivo muy lejos de aquí! Lo mejor será pedir hospitalidad para ella al kadí del barrio, cuya casa está aquí precisamente". Y mis hombres me contestaron con el oído y la obediencia, y empezaron a llamar a la puerta del kadí, la cual abrióse al punto. Y apareció en la entrada el propio kadí, apoyado en los hombros de dos esclavos negros. Y después de las zalemas por una y otra parte, le conté la cosa y sometí el asunto a su criterio mientras la joven se mantenía de pie, cuidadosamente envuelta en sus velos. Y el kadí me contestó: "¡Bienvenida sea aquí! ¡Mi hija la cuidará y velará porque quede contenta!" Y acto seguido le puse entre las manos aquel depósito peligroso, y le confié el peligro viviente. Y la llevó a su harén, y yo me fui por mi camino.

Al día siguiente volví a casa del kadí para hacerme cargo del depósito que hube de confiarle; y decía para mi fuero interno: "¡Vaya, ualahí, que la noche ha debido ser de toda blancura para esas dos jóvenes! Pero en verdad que, por mucho que me devane los sesos, nunca llegaré a saber lo que ha pasado entre esas gacelas enamoradas. ¿Se oyó jamás hablar de una aventura semejante?" Y entretanto, llegué a la casa del kadí; y en cuanto entré, advertí un movimiento extraordinario y un tumulto de servidores asustados y de mujeres enloquecidas. Y de pronto, el kadí en persona, aquel jeique de barba blanca, se precipitó sobre mí y me gritó: "¡Vergüenza sobre las nulidades! ¡Has traído a mi casa una persona que se me ha llevado toda mi fortuna! Es preciso que des con ella, porque, si no, iré a quejarme de ti al sultán, que te hará probar la muerte roja". Y como yo le pidiera más amplios detalles, me explicó, entre una porción de interjecciones, gritos, amenazas e injurias dirigidas a la joven, que por la mañana la mujer a quien había dado asilo a instancias mías había desaparecido de su harén sin despedirse; y con ella había desaparecido el cinturón suyo, del kadí, que contenía seis mil dinares, todo su haber. Y añadió: "¡Tú conoces a esa mujer, y por consiguiente, a ti te reclamo mi dinero!"

Pero yo ¡oh mi señor! quedé tan estupefacto por aquella noticia, que me fué imposible articular palabra. Y me mordí la extremidad de la palma de la mano, diciéndome: "¡Oh proxeneta! hete aquí en la pez y en la brea. ¿En dónde estás, y en dónde está ella?".

Luego, al cabo de un momento, pude hablar, y contesté el kadí. "¡Oh nuestro amo el kadí! si la cosa ha pasado así, es porque tenía que ocurrir, pues lo que tiene que ocurrir no puede evitarse. Concédeme solamente tres días de plazo para ver si puedo enterarme de algo concerniente a esa persona prodigiosa. Y si no lo consigo, pondrás entonces en ejecución tu amenaza relativa a la pérdida de mi cabeza". Y el kadí me miró atentamente, y me dijo: "¡Te concedo los tres días que pides!" Y salí de allí muy pensativo, diciéndome: "¡Y no hay remedio!" ¡Ah! en verdad que eres un idiota; más aún, un zopenco y un imbécil. ¿Cómo vas a arreglarte para reconocer, en medio de toda la ciudad de El Cairo, a una mujer velada? ¿Y qué vas a hacer para inspeccionar los harenes sin penetrar en ellos? Mira, más te valdrá que te vayas a dormir esos tres días de plazo, y que a la mañana del tercero te presentes en casa del kadí para rendirle cuentas de tu responsabilidad". Y habiéndolo decidido así en mi espíritu, regresé a mi casa y me tendí en la estera, donde me pasé los tres días consabidos, negándome a salir, pero sin poder cerrar los ojos de tanto como me preocupaba aquel mal negocio. Y cuando expiró el plazo, me levanté y salí para casa del kadí. Y con la cabeza baja, me encaminaba en pos de mi condena, cuando, al pasar por una calle situada no lejos de la morada del kadí, divisé de pronto, detrás de una ventana enrejada y entreabierta, a la joven de mis tribulaciones. Y me miró ella riendo, y me hizo con sus párpados una seña que quería decir: "¡Sube en seguida!" Y me apresuré a aprovecharme de aquella invitación, de la cual dependía mi vida, y en un abrir y cerrar de ojos llegué junto a la joven, y olvidándome de la zalema, le dije: "¡Oh hermana mía! ¡y yo que no cesaba de buscarte por todos los rincones de la ciudad! ¡Ah, en qué negocio tan malo me has metido! ¡Por Alah, que vas a hacerme descender las gradas de la muerte roja!" Y ella fué a mí, y me besó y me estrechó contra su pecho: "¿Cómo tienes tanto miedo, siendo el capitán Moin? ¡Bah! no me cuentes nada de lo que te ha sucedido, porque lo sé todo. Pero como es fácil sacarte del apuro, he esperado, para hacerlo, el último momento. ¡Y precisamente para salvarte es por lo que te he llamado, aunque fácilmente hubiera podido dejarte proseguir tu camino en pos de la condena sin remisión!" Y le di las gracias, y como era tan encantadora, no pude por menos de besar su mano, causante de mi presente calamidad. Y me dijo ella: "Estate tranquilo y calma tu inquietud, porque no te sucederá nada malo. ¡Por lo pronto, levántate y mira!" Y me cogió de la mano y me introdujo en una habitación en que había dos cofres llenos de joyas, de rubíes, de otras piedras preciosas y de objetos raros y suntuosos. Luego abrió otro cofre que estaba lleno de oro, y poniéndolo delante de mí, me dijo: "Y bien, si lo deseas, puedes coger de este cofre los seis mil dinares que han desaparecido del cinturón de ese kadí de betún, padre de mi adorada. Pero ¡oh capitán! sabe que se puede hacer algo mejor que devolver el dinero a ese barbudo de mala sombra. Además, he quitado ese dinero sólo para que se muera de rabia reconcentrada, sabiéndole tan avaro e interesado como inoportuno. No he obrado, pues, por codicia; y cuando una persona es tan rica como yo, no roba por robar. Por cierto que su hija está bien enterada de que no he dado ese golpe más que para acelerar el decreto de su destino. Pero mira el plan que tengo para acabar de hacer perder la razón a ese viejo cabrón tullido. Escucha bien mis palabras, y retenlas". Y se interrumpió un momento, y dijo: "Helo aquí: En seguida vas a ir a casa del kadí, que debe esperarte en la parrilla de la impaciencia, y le dirás: "Señor kadí, solamente por descargo de conciencia me he pasado estos tres días haciendo pesquisas por toda la ciudad con respecto a esa joven a quien diste asilo una noche, a instancias mías, y a quien ahora acusas de haberte robado seis mil dinares de oro. Por lo que respecta a mí, al capitán Moin, demasiado sé que esa mujer no ha salido de tu morada desde que entró en ella; porque a pesar de las investigaciones que en todos sentidos han hecho nuestros hombres y todos los capitanes de policía de los demás barrios, no se ha encontrado rastro ni vestigio de la joven. Y ninguna de las mujeres espías que hemos enviado a los harenes ha tenido noticia de ella. Tú, sin embargo, vienes a decirnos y a declararnos que la joven te ha robado. Pero hay que probar esa afirmación. Porque yo no sé ¡por Alah! si este extraordinario asunto se reducirá a que la joven haya sido, en tu propia casa, víctima de un atentado, o por lo menos, objeto de una negra maquinación. Y como nuestras pesquisas casi han probado que no se encuentra ella en la ciudad, convendría ¡oh señor kadí! hacer un registro en tu casa para comprobar si no quedan huellas de la joven perdida, y para cerciorarme de si mi suposición es exacta o errónea. ¡Y Alah es más sabio!"

"¡Y de tal suerte, ¡oh capitán Moin! -continuó la prodigiosa joven-, de acusado te convertirás en acusador! Y el kadí verá ennegrecerse el mundo ante sus ojos, y le acometerá una cólera grande; y se le pondrá el rostro como el pimentón, y exclamará: "¡Muy aventurado es, maese Moin, hacer semejantes suposiciones! Pero no importa; puedes comenzar tu registro en seguida. Pero luego, cuando quede bien probado que te equivocas, te tendrás más merecido el castigo que te imponga el sultán". Entonces, llevando de testigos a tus hombres, harás un registro en la casa. Y desde luego, no has de encontrarme. Y cuando hayas registrado primero la terraza y luego las habitaciones, los cofres y los armarios, sin obtener resultado, bajarás la cabeza, invadido de cruel azoramiento, y empezarás a lamentarte y a excusarte. Y en aquel momento estarás en la cocina de la casa. Entonces, como por casualidad, mirarás al fondo de una zafra grande de aceite, levantando la tapa, y exclamarás: "¡Eh, un instante! ¡atención! ahí dentro veo algo". Y meterás el brazo en la zafra y tocarás dentro una cosa así como un paquete de ropa. Y lo sacarás, y verás, y todos los presentes lo verán contigo, mi velo, mi camisa, mi calzón y el resto de mi ropa. Y estará todo manchado de sangre coagulada. Al ver aquello, quedarás triunfante, y el kadí quedará confuso; y se le pondrá amarillo el color, y le temblarán las coyunturas; y se desplomará, y acaso muera. Y si no se muere de repente, hará todo lo posible por echar tierra al asunto, a fin de que no se mezcle su nombre en tan singular aventura. Y comprará tu silencio con mucho oro. Y así lo deseo para ti, ¡oh capitán Moin!"

Al oír este discurso, comprendí el plan maravilloso que había combinado ella para vengarse del kadí. Y admiré su espíritu ingenioso, su astucia y su inteligencia. Y me consideré redimido de trabajar en lo sucesivo, y permanecí asombrado y como atontado. Pero no tardé en despedirme de la joven para seguir el camino emprendido. Y cuando le besaba yo la mano, me deslizó ella entre los dedos una bolsa de cien dinares, diciéndome: "Para tus gastos de hoy, ¡oh mi señor! Pero ¡inschalah! pronto tendrás más pruebas de la generosidad de tu agradecida". Y le di las gracias vivamente, y tan conquistado estaba por ella, que no pude por menos de decirle: "Por tu vida, ¡oh señora mía! ¿consentirás en casarte conmigo cuando este asunto se termine?" Y ella se echó a reír, y me dijo: "Olvidas ¡ya saied Moin! que ya estoy casada y ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero sólo Alah conoce el porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam...!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.