Las mil y una noches:0905
PERO CUANDO LLEGÓ LA 924ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio de un camello". Y Goha se despertó refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.
Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos deseos, sacó de su sueño a Goha, diciéndole: "¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!"
Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿y qué esclavitud peor que la de un hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el primero a mí, que soy tu esclavo".
-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: "¡Oh creyentes que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso". Y de vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una, esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha: "¡Bueno, ven para que hagamos que nos levanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!" Y Goha contestó: "No hay inconveniente". Y metió la herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.
Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos despertó a Goha, y le dijo: "Me he olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella". Y Goha dijo: "¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la muchacha!" E introdujo al niño consabido en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: "¡Sea la maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro nombre?"
Y siguió roncando.
-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fué a consultar a Goha, de quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: "¿Era un ruido como éste, tía mía?" Y la vieja devota contestó: "¡Era un poco más fuerte!" Y Goha lanzó al punto un segundo cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: "¿Era así?" Y ella contestó: "¡'Era un poco más fuerte todavía". Entonces Goha exclamó: "¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer pasteles!"
-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y dijo a Goha: "¿Cómo traes ese turbante?" Y Goha contestó: "¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal fin". Entonces Timur-Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: "¿Quién eres?" Y Goha contestó: "¡Aquí donde me ves, soy el dios de la tierra!"
Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran los más hermosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: "Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿encuentras de tu gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?" Y Goha dijo: "No es por disgustarte, ¡oh soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de ello carece de gracia su rostro". Y Timur le dijo: "¡No te preocupes por eso! ¡Y puesto que eres el dios de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! ¡respecto a ojos del rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!" Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él, como bufón habitual.
-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur, y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:
¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fué porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan lamentablemente?" Y Goha contestó: "Dicho sea con todo respeto. ¡oh soberano nuestro! he de hacerte observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué tiene, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?" Y a estas palabras, en vez de enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: "¡Oh soberano mío! ¡eructar es un acto vergonzoso!" Y Timur, asombrado, dijo: "En nuestro país no se tiene por vergonzoso el eructo". Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso. Y exclamó Timur, enfadado: "¡Oh hijo de perro! ¿qué haces? ¿Y no te da vergüenza?" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!"
-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: "¡Oh musulmanes! el clima de vuestra ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo". Y ellos dijeron: "¿Por qué lo dices. El contestó, «Porque acabó de tentarme el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!"
-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo: "Dámoste gracias y te glorificamos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has colocado el culo en la mano!" Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron: "¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?" Y Goha dijo: "¡Pues bien claro está, por Alah. Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al día".
-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; diciendo: "¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.