Las mil y una noches:0898

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0898: pero cuando llegó la 918ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 918ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: "¡Oh su pudor y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el vestido de su castidad!" Luego la sacudió furiosamente y la despertó, gritándole: "¡Si no dices la verdad, ¡oh perra! te haré probar la muerte roja!"

"Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el momento grave. Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante para bajarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del estrago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.

"Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: "Vamos a verter sobre el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero". Y los guardias no pusieron ningún inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de aceite salomónico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto como el día que salí del vientre de mi madre.

"Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que recogieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: "¡Pero antes os mearéis todos encima!". Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.

"Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan eminente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, bendiciendo la suerte que unía a su hija con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella hermosa de cuerpo de rosa.

"Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron oponerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos, y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a la ciudad de Wakak, mi ciudad.

"Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi esposa, y se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora voy a contarte.

"En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté dulcemente y le dije:

"¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?". Y ella me contestó con acento indiferente: "No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos". Y yo creí que su discurso era verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.

"Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dió la misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron confusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.