Las mil y una noches:0889

Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0889: pero cuando llegó la 909ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 909ª NOCHE editar

Ella dijo:

... Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del tiempo. Y Diamante se inclinó hasta besar la tierra entre sus manos, y tras de incorporarse luego, contestó: "¡Oh retoño del jardín de la perfección! ¡oh mi señora! ¡soy Fulano, hijo de Mengano, y he venido aquí para tal y cual cosa!" Y le contó su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad de repetirla.

Y Latifa, cuando oyó su historia, le cogió de la mano y le hizo sentarse al lado de ella en la alfombra tendida bajo la parra trepadora de la entrada. Luego, empleando palabras dulces, le dijo: "¡Oh ciprés ambulante del jardín de la belleza! ¡lástima de juventud la tuya!" Después dijo: "¡Qué malhadada idea tuviste! ¡qué proyecto tan difícil de ejecutar meditaste! ¡cuántos peligros corres!" Y aun dijo: "Hay que renunciar a eso, si en algo estimas tu alma cara. Y quédate aquí conmigo; a fin de que tu mano bendita acaricie el cuello de mi deseo. Porque la unión con una hermosa que tiene cara de hada, como yo, es más deseable que la busca de lo desconocido". Pero Diamante contestó: "Mientras no vaya a la ciudad de Wakak y no resuelva el problema que me trae, a saber: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?", me están prohibidos los placeres y la dicha. Pero cuando haya ejecutado mi proyecto, ¡oh encantadora! pondré el collar de la unión al cuello de tu deseo, casándome contigo". Y Latifa suspiró, diciendo: "¡Oh corazón abandonado! Luego hizo seña de que se acercaran a unas escanciadoras con mejillas de rosa. E hizo llegar a unas jóvenes cuya contemplación asombraba al sol y a la luna, y cuyos cabellos ondulados hacían experimentar una torsión involuntaria a los corazones de los amantes. Y circularon las copas de bienvenida para festejar al huésped encantador con música y cánticos. Y las delicias de las mujeres, unidas a las de la armonía, seducían y arrebataban los corazones, fuesen abiertos o cerrados. Pero, cuando se vaciaron las copas, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies para despedirse de la jovenzuela. Y le dijo, después de formularle sus votos y darle las gracias: "¡Oh princesa del mundo! tengo que despedirme de ti ahora; porque ya sabes que el camino que he de recorrer es largo, y si permaneciese un momento más, el fuego de tu amor prendería llamas en las mieses de mi alma. Pero si Alah quiere; cuando logre mi propósito volveré a cortar aquí las rosas del deseo y a apagar la sed de mi sediento corazón".

Cuando la jovenzuela vió que el príncipe Diamante, por quien se abrasaba, persistía en su resolución de abandonarla, se irguió también sobre ambos pies, y cogió un báculo en forma de serpiente, sobre el cual murmuró algunas palabras en una lengua incomprensible. Y de improviso lo enarboló y con él golpeó en el hombro al príncipe de modo tan violento, que le hizo girar sobre sí mismo por tres veces y caer a tierra para perder al punto su figura humana. Y se convirtió en un gamo entre los gamos.

Y en seguida Latifa hizo que le pusiesen en los cuernos adornos semejantes a los que llevaban los otros gamos, y le ató al pescuezo un pañuelo de seda bordada, y le soltó por el jardín, gritándole: "¡Vete con tus semejantes, ya que no has querido a una hermosa con cara de hada!" Y Diamante el gamo echó a andar con sus cuatro patas, animal por la forma, pero semejante a los hijos de Adán en cualidades interiores y en las sensaciones.

Y caminando así con sus cuatro patas por las avenidas donde erraban los demás animales metamorfoseados, Diamante el gamo se dedicó a reflexionar profundamente acerca de su nueva situación y del modo de recobrar su libertad y evadirse de las manos de aquella hechicera. Y vagando de tal suerte, llegó a un rincón del jardín en que la tapia era mucho más baja que en ningún sitio. Y tras de elevar su alma hacia el dueño de los destinos, tomó impulso y franqueó la tapia de un salto. Pero no tardó en advertir que seguía encontrándose en el mismo jardín, exactamente igual que si no hubiese franqueado la tapia; y entonces se convenció de que continuaban los efectos del encanto. Por otra parte, saltó la tapia de la propia manera siete veces seguida; pero sin mejor resultado, pues siempre se encontraba en el mismo sitio. Entonces llegó a los límites extremos su perplejidad, y el sudor de la impaciencia transpiró en sus cascos. Y dedicóse a ir y venir a lo largo de la tapia, como haría un león encerrado, hasta que se encontró frente a una abertura en forma de ventana abierta en la tapia y que había permanecido invisible a sus miradas. Y se deslizó por aquella abertura, y tras de mil trabajos se encontró fuera del recinto del jardín aquella vez.

Y fué a parar a un segundo jardín que perfumaba el cerebro con su buen olor. Y se le apareció un palacio al final de las avenidas de aquel jardín. Y en una ventana de aquel palacio vió una joven y encantadora cara con tiernos colores de tulipán, cuyas pupilas habrían dado envidia a la gacela de China. Sus cabellos, color de ámbar, habían retenido todos los rayos del sol, y su tez era de jazmín persa. Y la joven mantenía erguida la cabeza, y sonreía en dirección a Diamante.

Cuando Diamante el gamo estuvo muy próximo a su ventana, ella se levantó a toda prisa y bajó al jardín. Y arrancó algunos puñados de hierba, y como para atraerle e impedirle que huyera al acercársele, le tendió la hierba desde lejos muy cariñosamente, chasqueando la lengua. Y Diamante el gamo, que no esperaba otra cosa que ver cómo salía de aquel segundo paso, se acercó a la joven, acudiendo como los animales hambrientos. Y al punto la joven, que se llamaba Gamila, y que era hermana de padre de Latifa, pero no de la misma madre, cogió el cordón de seda que llevaba al cuello el príncipe gamo y lo utilizó de ronzal para conducirle al interior del palacio. Y se apresuró a ofrecerle frutas y refrescos exquisitos. Y bebió él hasta que estuvo harto.

Y hecho lo cual, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de la joven, y se echó a llorar. Y Gamila, muy conmovida al ver que de tal suerte fluían lágrimas de los ojos de aquel gamo, le acarició delicadamente con su dulce mano. Y al sentir que le compadecía, el gamo humilló su cabeza a los pies de la joven, y lloró aún más. Y ella dijo: "¡Oh gamo mío querido! ¿por qué lloras? ¡te quiero más que a mí misma!" Pero él redobló en su llanto y lagrimeo, y restregó su cabeza contra los pies de la dulce y compasiva Gamila, que a la sazón comprendió, sin género de duda, que le suplicaba le devolviese su figura humana.

Entonces, aunque tenía mucho miedo a su hermana mayor, la maga Latifa, se levantó ella y cogió de un agujero del muro una cajita enriquecida con pedrerías. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.