Las mil y una noches:0877
PERO CUANDO LLEGÓ LA 898ª NOCHE
editarElla dijo:
"... Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.
Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"
A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo. Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.
Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:
- ¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!
- ¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!
Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo, se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad durante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apareció con una pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban en jardineras sobre las ventanas, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: 'Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus versos, ¡oh hombre!?"
Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:
- ¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!
- Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!
- ¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!
- ¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!
Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, exclamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo: "¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:
- ¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
- ¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!
- ¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!
- ¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!
Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantarse para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de conducirse así hasta que llegó la noche. Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y exclamaba al verle: "¡Oh mi señor! ¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encontrándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo demudada tu cara y trastornado tu espíritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los creyentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"
Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"
En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.
Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.