Las mil y una noches:0855

Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0855: historia del macho cabrio y de la hija del rey

HISTORIA DEL MACHO CABRIO Y DE LA HIJA DEL REY

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Se cuenta, entre lo que se cuenta, que en una ciudad de la India había un sultán a quien Alah, que es grande y generoso, había hecho padre de tres princesas como lunas, perfectas en todos sentidos y deliciosas para la mirada del espectador. Y su padre el sultán, que las amaba en extremo, quiso, en cuanto fueron púberes, buscarles esposos que fuesen capaces de estimarlas en su valor y de hacer su dicha. Y a tal fin llamó a su esposa la reina, y le dijo: "He aquí que nuestras tres hijas, las bienamadas de su padre, han llegado a la nubilidad, y cuando el árbol está en su primavera, conviene, para que no se pierda, que tenga flores anunciadoras de hermosos frutos. Por eso es preciso que busquemos a nuestras hijas esposos que las hagan dichosas". Y dijo la reina. "La idea es excelente".

Y tras de haber deliberado entre sí acerca de los medios mejores de conseguir su objeto, resolvieron hacer anunciar por los pregoneros públicos, en toda la extensión del reino, que las tres princesas estaban en edad de casarse, y que todos los hijos de emires y de grandes señores, amén de los simples particulares y de los hombres del pueblo, debían presentarse bajo las ventanas del palacio en un día fijo. Porque la reina había dicho a su esposo: "La dicha en el matrimonio no depende ni de la riqueza ni del nacimiento, sino sólo del designio del Todopoderoso. Lo mejor es, pues, dejar que el Destino elija por sí mismo a los esposos de nuestras hijas.

Y cuando llegue el día de elegirlos, no tendrán ellas más que tirar su pañuelo por la ventana sobre la muchedumbre de pretendientes. Y aquellos sobre quienes caigan los tres pañuelos serán los esposos de nuestras tres hijas". Y el sultán hubo de responder: "La idea es excelente". Y así se hizo.

De modo que cuando llegó el día fijado por los pregoneros públicos, y se llenó con la muchedumbre de pretendientes el meidán que se extendía al pie del palacio, abrióse la ventana, y la hija mayor del rey apareció, como la luna, la primera con su pañuelo en la mano. Y tiró el pañuelo al aire. Y se lo llevó el viento y lo hizo caer sobre la cabeza de un joven emir, brillante y hermoso.

Luego apareció, como la luna, en la ventana la segunda hija del rey, y tiró su pañuelo, que fué a caer sobre la cabeza de un joven príncipe tan hermoso y tan encantador como el primero.

Y la tercera hija del sultán arrojó su pañuelo a la muchedumbre. Y el pañuelo se agitó un instante, se inmovilizó un instante, y cayó para ir a engancharse en los cuernos de un macho cabrío que se hallaba entre los pretendientes. Pero el sultán, aunque había prometido solemnemente su hija a cualquier espectador sobre quien cayera el pañuelo, tuvo por nula la experiencia, y la hizo repetir. Y la joven princesa arrojó de nuevo al aire su pañuelo, que, tras de vacilar entre dos aires, por encima del meidán, cayó con rapidez y en línea recta sobre los cuernos del mismo macho cabrío. Y el sultán, en el límite de la contrariedad dió por nula esta segunda elección de la suerte, e hizo repetir la prueba a su hija. Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.