Las fuentes del Prado
Las fuentes del Prado
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Las artes de la Grecia principales,
de la Iberia ennoblecen
la esclarecida Corte, y engrandecen
las memorias reales
de sus ínclitos Reyes, que la España
que envidiar nada tiene a gente extraña.
¡Qué perspectiva sorprendente y grata
a la vista presenta
la autoridad augusta, con que ostenta
en las linfas de plata
su temido poder como ninguno
los mares enfrenando el gran Neptuno!
Sobre ligero carro suspendido
en el mar anchuroso
domina de su reino ya el reposo,
ya el movimiento unido,
y las azules ondas transparentes
bajo sus pies se paran reverentes.
Dos terribles caballos escamosos
llevan su fuerte carro,
que haciendo gala de su ardor bizarro,
le arrebatan briosos,
provocando los astros de la esfera
en su veloz y rápida carrera.
Tres delfines que giran adelante
un alto caño tiran
que un arco cristalino a hacer aspiran.
El otro, más pujante,
cruza por medio dellos y deshace
en muy menudas gotas el enlace.
Un gran pilón de tierra trabajado
recoge entre su seno
las linphas juguetonas que de lleno
caen a su centro amado,
formando un fuerte y armonioso ruido
por cada clara gota repetido.
¿Y qué imaginación ya no se eleva
al contemplar ufana
la peregrina acción de Dios? ¿Qué sana
mente hay, si allí no prueba
la grande admiración que en sí contiene
y la grande obra el corazón no llene?
Parece desafía con sus ojos
los leones valientes
que no le atemorizan, no, rugientes,
sino que sus despojos
mira, adornan su carro y le engrandecen
y ellos mismos entonces se envilecen.
Parece que a los vientos voladores
amenaza tremendo,
y el eco de mil voces repitiendo
llamándoles traidores,
les prohíbe en su reino la amplia entrada
sin tener antes él licencia dada.
En frente de Neptuno, otra altanera
y no menos hermosa
ostenta su poder la bella esposa
de Saturno; ligera
disputa con el dios la gallardía
y a su competidor vencer quería.
Va en un carro tirada de leones,
de torres coronada,
en su pulida diestra una argentada
llave, y unos cordones
en la siniestra de las riendas tiene
con que el ardor del animal contiene.
Llena de majestad y poderío,
parece que al potente
dios de las aguas y del gran tridente
le provoca con brío
y le dice burlando: «Ostenta, ostenta
en vano tu poder y el agua sienta.
Cuando yo en mi servicio, la ancha tierra
muevo en imperio blando:
sigue, sigue feroz siempre templando
de tu reino la guerra,
mientras yo con pacífico semblante
rijo el reino de Júpiter tonante.»
Mil otras fuentes alabar pudiera
si el tiempo y los momentos
a que me he limitado, mis acentos
así no detuviera
para alabar en cánticos de gloria
de la Corte de España la memoria.