Las dos manos
¿No ve? ¡otro golpe! -dijo, sacudiéndose, la mano izquierda a la mano derecha, que armada de un martillo, iba a seguir pegando como si ni tal cosa, y declaró que, cansada ya de ser siempre la víctima, también ella quería manejar el martillo, el serrucho, el hacha y el cuchillo, y que a su vez, la derecha tendría parado el clavo o asentaría la tabla, el trozo de leña o el pedazo de carne.
La mano derecha, sonriéndose, asintió, y teniendo derecho el clavo, entregó a la izquierda el martillo. Ésta lo levantó con esfuerzo, no pudiendo hacer menos que susurrar: «¡Qué pesado!» y dio con él varios golpes con tanta torpeza, que el clavo voló y la mano derecha hubiera quedado destrozada si no hubiera estado sobre aviso.
Se burló de la izquierda, que ya no podía más, sin haber todavía hecho trabajo útil, y la dejó convencida de que si bien estaba hecha para ayudar, no era capaz de manejar las herramientas.
-Uno que otro golpe o tajo recibes, es cierto -le dijo-; pero tu tarea no es tan penosa como la mía, y lo mejor, en este mundo, es hacer lo que uno puede, sin meterse en lo demás.