Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Las dos manolas.

Era invierno y era en Madrid; y no es estraña

que no pudiera andarse por la calle de media noche abajo sin grande esposicion de romperse la crisma.

Hablan dado las dos, y estaban apagados los faroles, cuando por la calle del Avapies bajaban dos manólas con una linterna y subia un caballerito de unos veinte años, embozado en su luenga capa y haciendo resonar en las losas los tacones de sus botas. Cuando llegaron á juntarse codo con codo, el caballerito las miró, y viendo que eran género de superior calidad, quiso retirarse para cederles la acera, pero la calle estaba helada y el desgraciado cayó de espaldas sobre su embozo, quedando en la imposibilidad de sacar los brazos y de moverse.

— Chica, Gapita, dijo entonces una de las manonolas, mu temprano se acuesta el señorito.

— Cuidiao lo dispiertes, Geroma, dijo la otra; y apagando la luz de la linterna añadió:

— Güeñas noches, señorito.