Las cuentas del Gran CapitánLas cuentas del Gran CapitánFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Salen JULIA y ALBERICO.
JULIA:
Fuese con él, porque amando
amor a nadie perdona.
ALBERICO:
Embarcose en Barcelona
el Católico Fernando.
Y por irle a recibir,
se embarcó el gran Capitán
en Gaeta, a quien don Juan
fue a acompañar y servir.
JULIA:
No dudes de que fue cierto
que a Pompeya se llevó.
ALBERICO:
Presto a Fabricio olvidó.
JULIA:
¿Qué puede esperar de un muerto
si falta lealtad a un vivo?
Demás, que ella no le amaba;
porque al español mostraba
un loco amor excesivo,
con que me abraso de celos.
ALBERICO:
Si vuelve Julia, don Juan,
hoy con el gran Capitán
pide venganza a los cielos.
JULIA:
¿Pues entra en Nápoles hoy
Fernando su Rey?
ALBERICO:
Ha dado
admiración y cuidado.
JULIA:
Yo por estremo lo estoy.
¿Que siendo muerto Felipe
su yerno, no se haya vuelto
a Castilla?
ALBERICO:
Está resuelto,
que lo que es propio anticipe
a lo que ha de ser de Carlos
su nieto.
JULIA:
Por justas leyes
él y su madre son Reyes
de Castilla.
ALBERICO:
A gobernarlos
sus vasallos le han llamado,
y la razón le provoca.
Pero dice que le toca
dejar este Reino honrado
de su presencia en quietud.
JULIA:
Más cuidados le darán
sacar al gran Capitán
de Italia, cuya virtud
no ha podido contrastar
la envidia.
ALBERICO:
Aun si bien supieras
el fin de tantas quimeras,
y en lo que pudo parar
tanta falsa información.
JULIA:
¿Cómo?
ALBERICO:
En llegándole a ver,
(tal fuerza suele tener
con los buenos la razón)
le dio el Rey dos mil abrazos,
y de suerte le alabó,
que la lengua confirmó
lo que mostraron los brazos.
Contó lo que le debía,
cuando el Reino de Granada
le ayudó a ganar su espada,
su consejo, su osadía,
su dicha, su religión,
su verdad y su lealtad;
y lo que en esta ciudad
ganó de honor y opinión.
Dijo cómo era envidiado
de cuantos reyes había,
por la espada y valentía
de tan heroico soldado.
Y que todas las naciones,
temblando la suya están
por la del gran Capitán.
JULIA:
¡Encarecidas razones!
Pero si le quiere así,
¿por qué de Italia le saca?
ALBERICO:
Pienso que a la envidia aplaca,
de que hay tanta parte en mí,
y asegura su temor.
JULIA:
Prosigue en hacerle mal,
dile al Rey, que es desleal,
píntale ingrato a su amor,
que el que yo tengo a don Juan,
me obliga a su perdición.
ALBERICO:
Es gigante la opinión
deste ilustre Capitán.
Tres cosas juzgó imposibles
la antigüedad: la primera,
que imitar nadie pudiera
los rayos inaccesibles
de Júpiter; la segunda,
quitar a Alcides Tebano
aquel tronco de la mano,
a la de Marte segunda;
la tercera, pretender
vencer los versos de Homero.
Y a estos imposibles quiero
que mayor lo venga a ser,
quitar al gran Capitán
la opinión que le da el mundo.
JULIA:
Advierte en lo que me fundo;
dile tú al Rey que don Juan
dio muerte a Fabricio Urfino,
y a ti en el campo te hirió,
porque el Virrey le mandó,
que hiciese este desatino;
respeto de que intentasteis
escribir su deslealtad,
por cumplir con la verdad
y obligación que jurasteis.
Que yo me quiero fingir
mujer del muerto Fabricio.
Tú hablarás por su servicio,
y yo queriendo pedir
de mi marido la muerte,
porque en secreto lo fue.
ALBERICO:
¡Oh cómo en tu amor se ve,
que es pasión terrible y fuerte!
Consejo celoso ha sido.
(Disparan dentro.)
JULIA:
¿Es esta salva?
ALBERICO:
Ya entró
el Rey.
JULIA:
Ya Nápoles vio
su César esclarecido.
ALBERICO:
Ya discurre la ciudad
gente española.
(Vanse.)
(Salen don ÁLVARO OSORIO y GARCÍA DE PAREDES.)
GARCÍA:
No sé
como os lo diga, que fue
de notable autoridad.
Mas, señor Embajador,
todo este honor que le dan,
merece el gran Capitán,
que dio a España tanto honor.
OSORIO:
Aunque lo soy de su yerno
que Dios tiene, os certifico
que al rey Fernando me aplico,
y deseo su gobierno.
Al fin volverá a Castilla;
pero, ¿a quién piensa dejar
en Nápoles?
GARCÍA:
No hay pensar
a la envidia reducilla.
Yo sé bien que no ha de ser
el Duque.
OSORIO:
Mucho le ha honrado
el Rey.
GARCÍA:
Nápoles ha estado
tal, que pudiera poner
envidia a Roma, aunque fuera
en los triunfos de Trajano.
OSORIO:
No la he visto.
GARCÍA:
Será en vano
que su grandeza os refiera;
mas solamente diré,
de la manera que entró.
OSORIO:
Por ser de su yerno yo,
acompañarle escusé.
GARCÍA:
Hoy salieron de Nápoles, y a punto
de guerra, aderezadas ricamente
veinte galeras, que mostraban junto
valor y adorno al húmido tridente.
El mar entonces, peregrino asumpto
para un ingenio en versos eminente,
dio en ser espejo tan sereno al cielo,
que en sus cristales retrató su velo.
Llegó al castillo con silencio, y luego
entró en la Capitana el rey Fernando
con la reina Germana; y el sosiego
se fue por todas partes alterando;
que en disparando, al eco de su fuego
respondieron horrísonas tronando
las galeras con tanta artillería,
que el mar si era agua o fuego no sabía.
Cuantas naves estaban en el puerto,
cuantos castillos la ciudad amparan,
como si fuera música a concierto,
y sin ser tempestad rayos disparan.
Acostáronse al muelle, y descubierto,
desembarcados en los brazos paran
de aquel gran Capitán, que dio a Fernando
la misma tierra que ahora va pisando.
Llevó a la hermosa reina por la puente
del brazo con tiernísimas razones,
hasta un arco vistoso y eminente,
envidiado de Grandes y Barones.
Este, cuya pintura fue excelente,
copioso de figuras y inscripciones,
ocupaba soberbio aquel distrito,
opuesto a las pirámides de Egipto.
Juró Fernando aquí sus privilegios,
y el estandarte Real dio de su mano
a Fabricio Colona.
OSORIO:
¡Honores Regios!
GARCÍA:
Ya es Alférez mayor napolitano.
OSORIO:
La envidia que inventó los sacrilegios,
no dormiría entonces.
GARCÍA:
Es en vano
quererla resistir, que en los favores
sus quejas y sus penas son mayores.
En un caballo blanco el gran Fernando
subió gallardo, que sin ver su exceso,
iba al son de la música danzando,
si bien con gravedad sintiendo el peso.
La Reina en otro, que el valor mirando,
como si allí pudiera tener seso,
grave pisaba, y al pisar fingía.
que ignoraba su misma gallardía.
De rienda los Barones los llevaban,
a quien los Reyes de armas proseguían.
Luego al gran Capitán acompañaban,
los que en la paz y guerra le servían.
Los vestidos al Sol desafiaban,
las armas con sus rayos competían,
que en las de Sesa y Córdoba hasta el Moro
puso sus lunas en sus rayos de oro.
El Cardenal de Borja, el de Sorrento,
y los embajadores le han seguido,
y con aqueste espléndido ornamento
por toda la ciudad han discurrido.
No te cuento el mayor recibimiento,
que de la Iglesia fue visto ni oído,
adonde de dos cisnes se apearon,
porque al seglar valor se aventajaron.
Ya llegan, como ves, a nuestra casa,
que en la del grande Capitán se apean,
de que la envidia con razón se abrasa,
y de ver que sus honras tales sean.
Recibe al Rey, y no con mano escasa,
pues reino y casa y alma en él se emplean;
y él le honra más que rey honró vasallo:
público es esto, lo secreto callo.
(Cajas, chirimías y acompañamiento por palenque, y salen DON JUAN, el REY FERNANDO, la REINA GERMANA y el GRAN CAPITÁN, que la trae del brazo. JULIA y los demás yPOMPEYA en hábito de hombre.)
FERNANDO:
En vuestra casa, Gonzalo,
me aposento con tal gusto
como veis.
CAPITÁN:
Señor Augusto,
si fuera el alma regalo,
aquí la Fénix se hallara,
aquí el Palacio de Creso.
GERMANA:
No es el honraros exceso;
porque ninguno igualara
a lo que vos merecéis.
CAPITÁN:
¿Señora, tanto favor?
GERMANA:
Gran Capitán, este amor
no a mí sola le debéis,
sino al mundo; y estimad
que a muchos que habéis vencido,
que sois amado y temido.
FERNANDO:
Duque, de vuestra lealtad
estamos muy satisfechos,
vos sois el hombre mejor,
que tuvo español valor,
y de más heroicos hechos.
Bienaventurado es
el Rey que os ha merecido;
pues habéis puesto y rendido
tanto enemigo a sus pies.
CAPITÁN:
A los vuestros, gran señor,
hoy vuestra hechura se humilla.
FERNANDO:
Junto a mí quiero en Castilla
vuestro invencible valor.
Levantaos, gran Condestable
de Nápoles.
CAPITÁN:
Aún no entráis
en mi casa, y ya pagáis
posada tan miserable
con tan ilustres mercedes.
OSORIO:
Gran Condestable le ha hecho.
GARCÍA:
Y aún es poco a tan gran pecho,
si por vida de Paredes.
OSORIO:
¿De qué sirve contrastar
su valor los envidiosos?
GARCÍA:
De andar necios y quejosos,
y de cansarse de hablar.
O sienta el Rey, o no sienta
lo que dice y lo que hace;
al fin de la virtud nace
del gran Capitán.
OSORIO:
¿Qué intenta
la envidia, si viene a ser
próspera persecución?
CAPITÁN:
Como mis méritos son
cortos, debéis de querer
que habiendo de aposentar
vuestra grandeza señor,
crezca mi humilde valor,
para que podáis entrar.
Que no sé cómo cupiera
un rey en este lugar,
si el que le ha de aposentar
gran Condestable no fuera.
FERNANDO:
Duque, engañado estuvisteis;
estimad vuestro valor,
que no os puedo hacer mayor
de lo que vos os hicisteis.
No hay grandeza que yo os mande
con que grande os pueda hacer,
pues vuestro mismo poder
os hizo en el mundo grande.
Pues en quien es grande ya
por sus hechos, por sus glorias,
por sus insignes vitorias,
bien cabrá un rey, bien podrá
aposentarse en su casa.
CAPITÁN:
Aquí mi fortuna cesa,
pues a la casa de Sesa
la de Castilla se pasa.
(Vanse, y al entrar detiene JULIA a DON JUAN.)
JULIA:
Detente.
DON JUAN:
¿Quién es?
JULIA:
Yo soy.
DON JUAN:
¿Julia?
JULIA:
Sí.
DON JUAN:
Pues, ¿qué me quieres?
JULIA:
¿Haste acogido a sagrado?
Bien haces, dichoso eres,
pareces Córdoba injusto,
al dichoso delincuente,
que pasando Dios entonces,
del palio se favorece.
Al de Fernando te asiste,
con él defendido vienes,
que sino.
DON JUAN:
¿Tú hablas así?
JULIA:
Y aun esto apenas mereces,
por las muchas que me has dado.
POMPEYA:
Adviertan vuesas mercedes,
que no es aqueste lugar
para celos.
JULIA:
¿Quién os mete,
señor paje, en mis agravios?
¿Sois por ventura alcagüete
de don Juan?
POMPEYA:
¿Por qué buscáis
a un hombre que os aborrece?
JULIA:
Porque es ingrato a mi amor,
y porque piense que tiene
de lo que merece menos,
pues a lo que es menos quiere.
POMPEYA:
¿Quién es lo menos?
JULIA:
Pompeya.
POMPEYA:
Notable engaño padece
vuesa merced, que esa dama
por más que de sí se precie,
la hace mucha ventaja.
JULIA:
Advierta paje, que miente.
POMPEYA:
Advierta, que verdad digo,
y que celos la enloquecen.
JULIA:
Hareos matar.
POMPEYA:
¿Para qué?
¿No ve que tengo parientes
en la Corte?
JULIA:
¿Aquesto sufro?
DON JUAN:
Bueno está Fabio, tú quieres
echarme a perder.
POMPEYA:
Bien haces
amor mío en detenerme,
que sino.
DON JUAN:
Vete por Dios.
JULIA:
Español, ¿esto consientes?
Pues antes de mediodía
sabrá el Rey, que ya rey tiene
Nápoles, cómo a traición
diste a Fabricio la muerte.
(Vase.)
DON JUAN:
Mientes, vive Dios.
POMPEYA:
Espera.
DON JUAN:
¿Qué quieres hacer?
POMPEYA:
Ponerle
cinco sellos en la cara.
DON JUAN:
Anda loca.
POMPEYA:
Quien no entiende
lo que quiere, pruebe celos,
que allí sabrá lo que quiere.
(Vanse.)
(Sale el REY DON FERNANDO y un CONTADOR mayor.)
CONTADOR:
Por todas estas cartas te suplican
vayas a gobernar, claro Fernando,
a Castilla, que ya toda alterada
no reconoce dueño, ni le admite.
Tu hija Serenísima en la muerte
del rey Felipe inhábil ha quedado
de gobernar.
FERNANDO:
¿Que tanto lo ha sentido?
CONTADOR:
No se quiere apartar de su marido.
Así como espiró, vestir le hizo
de una ropa de tela, y le calzaron;
púsole muchas joyas de diamantes,
y con varios olores le conserva,
sin apartarse dél tan solo un punto,
que sirve de alma al cuerpo del difunto.
FERNANDO:
¡Estraño amor!
CONTADOR:
Es fábula, el que escriben
de Porcia, Euríades, Julia y Artemisa.
Pues siendo así, ya ves que es niño agora
tu nieto Carlos. Vuelve, que te adora
Castilla, gran señor, y no permitas
que en ella pasen cosas inauditas.
No mires los enojos que te han dado
particulares odios, ni intereses;
mira como piadoso los que te aman,
y que sus Grandes con amor te llaman.
Esta carta es del Duque de Alba, y estas
del Condestable y Almirante; mira
con que palabras te provoca el Duque
del Infantazgo, y tantos que desean,
que vayas a poner remedio en todo.
FERNANDO:
Digo que buscaré el más fácil modo,
en sosegando a Nápoles, y haciendo
Capitán General Virrey, que quede
de Gonzalo Fernández substituto,
porque conmigo ya le llevo a España.
(Salen ESPINELO,ALBERICO y JULIA.)
ESPINELO:
Entrad, que a nadie su presencia niega.
ALBERICO:
El resplandor de la verdad me ciega.
ESPINELO:
Danos los pies, gran señor,
a Alberico y a Espinelo.
FERNANDO:
Que os estimo, sabe el cielo,
por vuestro mucho valor,
y que os estoy obligado.
ALBERICO:
En fin, ¿llevas al Virrey
a España?
FERNANDO:
Voy a ser rey
de lo que estaba olvidado.
ALBERICO:
¿Cómo has tomado la muerte
de Fabricio Urfino?
FERNANDO:
¿Quién?
ESPINELO:
¿Esto te encubren también?
FERNANDO:
¿Murió Urfino?
ESPINELO:
Y desta suerte.
Que mandó el gran Capitán,
que porque no te escribiese
sus cosas, muerte le diese
secretamente don Juan.
FERNANDO:
¿Quién es don Juan?
ALBERICO:
Su sobrino.
ESPINELO:
Esta es la mujer del muerto.
FERNANDO:
¿Y es cierto?
ALBERICO:
Mira si es cierto;
pues el mismo desatino
pensó ejecutar en mí,
y con seis hombres me hirió.
JULIA:
Si tus pies merezco yo,
por quien soy y por quien fui;
hazme justicia señor:
don Juan de Córdoba ha muerto
a mi esposo.
FERNANDO:
¿Que encubierto
me tengan tan gran error?
JULIA:
De noche con gran secreto
y armas, en mi propia casa
me le mató.
FERNANDO:
¿Que esto pasa?
JULIA:
Tú eres príncipe discreto,
tú valeroso, tú sabes
la deslealtad del Virrey.
Castiga, pues eres rey,
señor, delitos tan graves.
Toma testigos, verás,
lo que descubres en él.
ESPINELO:
Si quieres ver si es fïel,
tómale cuentas no más.
FERNANDO:
Vos mi Contador mayor
se las tomad.
CONTADOR:
¿Será bien
que cuentas, señor, te den
tanta lealtad y valor?
FERNANDO:
Haced luego lo que os digo.
JULIA:
Prospere tu vida el cielo.
FERNANDO:
Hoy conoceréis mi celo.
(Vanse todos, y queda el CONTADOR.)
CONTADOR:
El que no tuvo enemigo,
ni tuvo virtud, ni en él
hubo señal de valor.
(Sale el GRAN CAPITÁN y GARCÍA DE PAREDES.)
CAPITÁN:
¿Está aquí el Rey mi señor?
CONTADOR:
Ya se ha entrado, y van con él
del Reino algunos Barones.
Que hablase a vuestra Excelencia
me mandó, y con su licencia
escuche cuatro razones.
CAPITÁN:
No tienes que recelarte,
que pues todas las paredes
tienen oídos, bien puedes
dar a Paredes su parte.
GARCÍA:
Aún no sabe el Contador
la merced que vos me hacéis.
CONTADOR:
Gran Capitán, ya sabéis
que sino hubiera valor,
no hubiera envidia.
CAPITÁN:
Es verdad.
CONTADOR:
El Rey me manda tomaros
cuenta, y yo vengo a avisaros,
que ha de ser con brevedad;
porque se quiere partir,
luego que compuesta quede
la ciudad.
CAPITÁN:
Cuánto el Rey puede
mandar, sabré yo servir.
Digo que cuentas daré
de lo que se me ha entregado
para el Reino conquistado,
que en ganalle le gasté.
GARCÍA:
¿Así respondes?
CAPITÁN:
¿Qué quieres?
El que bien supo gastar,
buena cuenta puede dar.
GARCÍA:
¿Cuentas tú?
CAPITÁN:
Sí, no te alteres.
GARCÍA:
¿Valdrá lo que el Rey te ha dado
los dos reinos que le das?
CAPITÁN:
Él me dará lo demás
si el Rey quedare alcanzado.
Voy a buscar los papeles.
(Vase.)
CONTADOR:
Y yo los libros.
(Vase.)
GARCÍA:
¿Qué es esto?,
¿el Rey en cuentas se ha puesto
por cuatro envidias crüeles,
con quien le ha dado el honor,
y estado que tiene ya?
¿Papeles a buscar va,
quien con su eterno valor
y el acero de su espada,
se hizo temer del mundo?
¿En qué bujarrón profundo
vive aquesta envidia airada?
Pesia a cuantos mal nacidos
están agora en sus camas
entre jardines y damas,
llenos de ámbar los vestidos.
¿No fuera yo un labrador?,
¿un sacristán?, ¿o un peraile?
Bien haya un bendito fraile,
un letrado y un dotor.
Sangre que habemos vertido
¿buscan agora en papeles?,
¿qué queréis ceros crüeles,
a un hombre que no ha tenido
arena el mar para ceros,
de la suma de las sumas
de sus vitorias?, ¿qué plumas
han de sumar sus aceros
a números infinitos?,
¿dónde los habéis de hallar,
sino se pueden sumar,
ni están en el mundo escritos?
¿Contar quiere un contador,
lo que mil historiadores
no pueden ser contadores,
siendo infinito valor?
¡Oh envidia!, pero, ¿qué fuera
de quien con el Rey privara?
Disculpa pienso que hallara,
si el Rey le favoreciera.
Mas de su misma persona,
que cuenten será mejor,
que he muerto este Contador.
(Salen DON JUAN yPOMPEYA.)
DON JUAN:
Mi amor, Pompeya, me abona
que si Julia da en querer
a quien tanta la aborrece
(que amor con desdenes crece,
y más amor de mujer)
¿de qué tiene culpa el mío,
solo en el tuyo ocupado?
POMPEYA:
Amor que no fue pagado,
nunca llegó a desvarío.
Si en algún tiempo no hubieras
amado a Julia, yo sé
que nunca con tanta fe
firmeza en sus ojos vieras.
Déjame, don Juan, a mí,
en esa tu amor emplea,
y desde agora posea
la esperanza que perdí.
No te dé pena que intente
el verte Julia, y vivir,
que yo me sabré morir
desesperada y ausente.
DON JUAN:
¡Ah, mi bien!
GARCÍA:
Este es don Juan.
DON JUAN:
¡Ah, señora!
POMPEYA:
¿Qué me quieres?
DON JUAN:
Terribles sois las mujeres.
POMPEYA:
Si injustos celos nos dan.
DON JUAN:
Bien dices injustos celos,
porque todos vuestros gustos
son pedir celos injustos.
POMPEYA:
Mi vida acaben los cielos,
sino nacen de mi amor.
(Sale un CAPITÁN y soldados con arcabuces.)
CAPITÁN:
Dese vuestra Señoría
a prisión.
DON JUAN:
Pues yo, ¿por qué?
CAPITÁN:
Solo deciros sabré,
que su Majestad me envía.
GARCÍA:
¿Qué es esto?
DON JUAN:
Mándame prenderme
el Rey.
GARCÍA:
Sí hará, que ha llegado
la ambición a tal estado,
que temo que han de ponerme
en ocasión de intentar
algún desatino.
CAPITÁN:
Yo
solo sé que me envió,
quien me lo puede mandar,
porque sabe Dios, Paredes,
lo que esta prisión sentí.
GARCÍA:
Bien puedes creer de mí,
que sé también lo que puedes;
y que de aquí no llevaras
a don Juan, sino temiera
que el gran Capitán dijera,
que sus verdades tan claras
no tienen necesidad
de defensa, que estas son,
para darnos ocasión
a alguna temeridad.
¿Dónde en efeto le llevas?
CAPITÁN:
A Castilnovo me mandan.
GARCÍA:
¡Buenas nuestras cosas andan!,
¿cuentas, prisiones y pruebas?
CAPITÁN:
No sé si os pida la espada.
DON JUAN:
No, porque no la daré,
porque yo no la saqué
contra la lealtad jurada.
GARCÍA:
Ni será justo quitar
espada, que al Rey sirvió,
también como he visto yo.
CAPITÁN:
Con ella os quiero llevar.
DON JUAN:
Vamos, Fabio.
POMPEYA:
Voy sin mí.
DON JUAN:
Decid, García, al Virrey;
que vaya a rogar al Rey.
(Vanse, y queda GARCÍA DE PAREDES.)
GARCÍA:
Y podrá rogar por sí,
que está la envidia en lugar
que lo habemos menester.
No sé qué tengo de hacer,
ni acierto a hablar, ni a callar.
Mándame hablar la razón,
y que no hable el respeto:
a callar estoy sujeto.
(Sale el GRAN CAPITÁN y dos contadores. Descúbrese una mesa, silla, libros y recado de escribir.)
CAPITÁN:
Estos los papeles son.
CONTADOR:
Y estos los libros, aquí
se siente vuestra Excelencia.
GARCÍA:
Y aquí he de tener paciencia:
¿papelejos? Pesia a mí.
¡Ved cómo se van sentando!
¡Ved los librazos que hojean!,
que aquestas las hojas sean,
que estuvieron relumbrando
cuando este Reino ganó.
¿El Duque de Sesa, cielos,
con tanta sangre y desvelos?
¿Y que la fama escribió
por tan estraños caminos,
su historia en libros de cuentas,
y no con plumas atentas
en sus anales divinos?
¡Ved, que Livio escribe aquí,
o que Cornelio discreto!
Aunque ya pudiera ser,
que aquí estuviese Cornelio;
que en las cortes de los reyes
hay muchos Tácitos destos.
Mas no importa, que algún día,
sino propios, estranjeros,
escribirán tus hazañas
y tus soberanos hechos.
Siempre fue España infeliz
en historias, siendo
cuya espada dio a la pluma
más levantados sujetos.
El que está sentado allí,
diera a Jenofonte griego,
diera a Tranquilo romano
materia a libros eternos;
no a los de cuentas del Rey,
porque no han de contar ellos
valor, de quien tiembla el mundo,
y que le ha dado tres reinos.
CONTADOR:
Hácesele a Vueselencia
cargo.
GARCÍA:
Ya comienza el pleito.
CONTADOR:
De seis mil escudos de oro,
que en Valladolid le dieron;
otros diez mil en Madrid,
y veinte mil en Toledo.
A Nápoles se enviaron
con el Capitán Vivero
ocho mil; y en Alejandría
unos honrados hebreos.
GARCÍA:
¿Hebreos y honrados? Miente
a pagar de mi dinero,
aunque sus parientes sean.
Porque después que pusieron
a Dios en tantos trabajos;
de manera los ha puesto,
que no tienen en el mundo,
honra, ciudad, rey ni reino.
Y voto a Dios, que si tomo
aquel librazo de enmedio,
que le aturda la cabeza,
porque honre el majadero
a quien Dios quitó la honra.
CAPITÁN:
Señor Contador, dejemos
partidas de diez y veinte:
¿no hay suma?
CONTADOR:
Aquí lo veremos,
que por la plana de atrás
suma este folio primero.
GARCÍA:
¿Hay mayor bellaquería?,
¿plana de atrás?, ¿qué es aquesto?
¿Cuándo Gonzalo Fernández
volvió atrás?
CAPITÁN:
Dejad los pliegos,
y vengamos a las sumas.
GARCÍA:
Que palos diera yo en estos
en las dos planas de atrás.
[CONTADOR] 2.º:
Pues que gusta de saberlo
vuestra Excelencia, señor,
que bien se ve por sus hechos
la cólera que ha tenido,
suman los cargos docientos
y sesenta mil escudos.
CAPITÁN:
No más.
[CONTADOR] 2.º:
¿Es poco?
CAPITÁN:
No creo
que tal reino en todo el mundo
se haya ganado con menos.
GARCÍA:
Yo se lo voto a los diablos;
y que sustento y dinero
se quitaba a cuchilladas,
y que enemigos le dieron.
CAPITÁN:
También traigo yo papel:
vayan, vayan escribiendo.
(Saca un papel.)
GARCÍA:
¿Papel el gran Capitán?
Acabose: vive el cielo,
que quiere acabarse el mundo.
CAPITÁN:
(Lee.)
Memoria de lo que tengo
gastado en estas conquistas,
que me cuestan sangre y sueño,
y algunas canas también.
GARCÍA:
Allá decía un discreto,
que no venían por años,
ni las canas ni los cuernos.
Vese claro, pues el Sol
tiene de edad lo que el tiempo,
y se está tan boquirrubio,
como cada día le vemos.
La Luna está toda cana
desde niña, y le salieron
cuernos aquel mismo día.
CAPITÁN:
Primeramente se dieron
a espías ciento y sesenta
mil ducados.
CONTADOR:
¡Santos cielos!
CAPITÁN:
¿Qué os espantáis? Bien parece
que sois en la guerra nuevo.
Más cuarenta mil ducados
de misas.
[CONTADOR] 2.º:
Pues, ¿a qué efeto?
CAPITÁN:
A efeto de que sin Dios
no puede haber buen suceso.
GARCÍA:
Y como, demás que entonces
andando todo revuelto,
no se hallaba un capellán
por un ojo.
CONTADOR:
Al paso desto,
yo aseguro que le alcance.
CAPITÁN:
Como se va el Rey huyendo
de tantas obligaciones,
quiero alcanzarle y no puedo.
Más ochenta mil ducados
de pólvora.
[CONTADOR] 2.º:
Ya podemos
dejar la cuenta.
GARCÍA:
Bien hacen:
temerosos son del fuego.
CAPITÁN:
Escuchen por vida mía.
Más veinte mil y quinientos
y sesenta y tres ducados,
y cuatro reales y medio,
que pagué a portes de cartas.
CONTADOR:
¡Jesús!
GARCÍA:
¡San Blas!
CAPITÁN:
Y en correos,
que llevaban cada día
a España infinitos pliegos.
GARCÍA:
Vive Dios, que se le olvidan
más de doce mil que fueron
a Granada y a otras partes;
y aún era tan recio el tiempo,
que se morían más postas
que tienen las cuentas ceros.
CAPITÁN:
Más de dar a sacristanes
que las campanas tañeron
por las vitorias que Dios
fue servido concedernos,
seis mil ducados y treinta
y seis reales.
GARCÍA:
Sí, que fueron
infinitas las vitorias,
y andaban siempre tañendo.
CAPITÁN:
Más de limosnas a pobres
soldados, curar enfermos,
y llevarlos a caballo,
treinta mil y cuatrocientos
y cuarenta y seis escudos.
CONTADOR:
No solo satisfaciendo
va vuestra Excelencia al Rey,
más que no podrá sospecho
pagarle con cuanto tiene.
Suplícole que dejemos
las cuentas, que quiero hablarle.
(Levántanse.)
CAPITÁN:
Pues García, ¿qué hay de nuevo?
GARCÍA:
Que mandó prender el Rey
a don Juan.
CAPITÁN:
Cierto.
GARCÍA:
Tan cierto
que lo vi con estos ojos.
CAPITÁN:
La causa ya la sospecho:
voyle a hablar de veras.
GARCÍA:
Yo
no quise hacer lo que suelo,
que el Capitán de la Guarda
es mi amigo y vuestro deudo.
Pero aquestos contadores,
no fuera bien, que al infierno
fueran a contar, que yo
los metí cuatro cuadernos
destos de plana de atrás,
dentro de los mismos sesos.
(Vanse los dos.)
CONTADOR:
¿Qué os parece?
[CONTADOR] 2.º:
Que estoy maravillado
de ver el gasto.
CONTADOR:
El Rey.
(Sale el REY DON FERNANDO.)
FERNANDO:
Pues ¿qué hay de cuentas
con el gran Capitán?
[CONTADOR] 2.º:
Que las ha dado,
mas yo no sé lo que con él intentas.
De espías y de misas ha gastado
más que le has dado.
FERNANDO:
Pues, ¿las misas cuentas?
CONTADOR:
Dice que no hay sin Dios buenos sucesos.
FERNANDO:
Tiene razón.
[CONTADOR] 2.º:
Con un millón de excesos
alcanza en dos partidas tan notorias,
que solo en sacristanes que tañeron
a las fiestas, señor, de sus vitorias,
seis mil ducados cuenta que les dieron,
sin más treinta y seis reales.
FERNANDO:
Justas glorias
alegrías y fiestas merecieron.
[CONTADOR] 2.º:
Pues de espías, señor, nos dio sumados.
FERNANDO:
¿Cuánto?
[CONTADOR] 2.º:
Ciento y sesenta mil ducados.
De pólvora es locura lo que cuenta.
FERNANDO:
Debe de castigar malos deseos.
CONTADOR:
Veinte mil y quinientos y sesenta
y tres ducados cuenta de correos,
y añade cuatro reales a esta cuenta
para justificarla.
FERNANDO:
Sus trofeos
dan voces contra tanta envidia fiera.
CONTADOR:
Si oyeras a García de Paredes
contar, como las postas se morían,
sospecho que le hicieras mil mercedes.
(Sale el GRAN CAPITÁN.)
CAPITÁN:
García, a España desta vez me envían.
GARCÍA:
Agora hablarle libremente puedes.
CAPITÁN:
¡Bravos alientos las verdades crían!
Aquí, invicto señor, a tus pies tienes
tu hechura.
FERNANDO:
Oh Condestable, a tiempo vienes.
¿No sabes, como ya me voy a España?,
¿y como vas conmigo?
CAPITÁN:
Iré sirviendo
a vuestra Majestad, pero primero
quiero satisfacerle de dos cosas.
Es la primera, que en servicio suyo
he gastado mi vida con mi hacienda.
GARCÍA:
Sí, por vida del diablo treinta veces.
CAPITÁN:
Que le he sido leal, y que no tengo
esta noche dos platos en que coma,
porque no hay enemigo a quien quitarlos.
GARCÍA:
Sí, voto a cuanto puedo sin ofensa
de Dios.
CAPITÁN:
Y que don Juan, sobrino mío
mató a Fabricio Urfino en desafío,
no como dicen estos envidiosos.
GARCÍA:
¿Qué importa que lo digan? Todos mienten.
CAPITÁN:
Julia no es su mujer, sino celosa
dama de mi sobrino; por moverte
a castigarle, han hecho aqueste enredo.
GARCÍA:
Si por vida del Rey, y son gallinas.
FERNANDO:
¿Quién es este soldado?
CAPITÁN:
Este es García
de Paredes.
FERNANDO:
¿Vos sois aquel sonado?
GARCÍA:
No sé si soy sonado o soy mocoso.
Yo sé que os he servido (¡oh generoso
Rey de Aragón y Nápoles!) al lado
del mejor Capitán, que el cielo ha dado
a rey cristiano.
FERNANDO:
¿Es pobre el buen Paredes?
GARCÍA:
Mas que quiere pedirme algo prestado.
CAPITÁN:
Señor, de fama y de virtud es rico.
GARCÍA:
Más rico soy que vos, Rey soberano,
porque quien no desea cosa alguna,
dos higas puede dar a la fortuna.
FERNANDO:
Pues de renta le doy tres mil ducados.
CAPITÁN:
Certifícoos que son bien empleados.
GARCÍA:
Esos gastaré yo solo en serviros,
y en soldados amigos camaradas,
cuyas lenguas, señor, son las espadas,
y no estos bellacones gallinosos.
FERNANDO:
Ya sé que mal me informan envidiosos.
Ora, den libertad a don Juan luego,
porque entre tanto haré que se publique
un testimonio del valor del Duque.
CAPITÁN:
El cielo te prospere largos años.
GARCÍA:
¿Tres mil de renta yo? Brindis fortuna
por la salud de los amigos.
(Vanse.)
(Quedan los contadores.)
CONTADOR:
Todo
sucede al Duque bien; porque del modo
que trazan su caída sus contrarios,
el cielo le levanta a más grandeza,
y de laurel corona su cabeza.
(Cajas dentro.)
[CONTADOR] 2.º:
¿Qué cajas son estas?
CONTADOR:
Creo
que el Rey se embarca.
[CONTADOR] 2.º:
Parece
que en las banderas ofrece
el testimonio y trofeo,
que debe al gran Capitán.
(Salen cajas, dos banderas o guiones, uno del Rey y otro del gran Capitán con las armas de entrambos, dos maceros con sus cotas, y un SECRETARIO detrás.)
SECRETARIO:
Aquí quiero publicalle,
que pienso que en esta calle,
más enemigos están. (Lee.)
Pontífice, Emperador, Reyes, Príncipes, Potentados, Duques y Barones, a todos notifico y hago saber, que considerando, que es de ánimo generoso y agradecido, tener perpetua memoria de las buenas obras y servicios recibidos, y no ocultarlos, ni pasarlos en disimulación; para dar testimonio dellos con gran alabanza de todos. Acatando, que al ilustre y magnánimo varón Gonzalo Fernández de Córdoba, Duque de Sesa y Terranova, mi Capitán General, debo tan inumerables servicios y buenas obras, y que sus esclarecidas hazañas han pasado, todas las que se han obrado desde el principio del mundo hasta su tiempo; doy esta fe y testimonio de su gran virtud y merecimiento, lealtad, constancia y fortaleza; y le declaro por el más insigne y leal Capitán, que jamás sirvió a rey. Y así a este siglo, como a los que vendrán, aseguro y quiero que sea notoria esta verdad de mi obligación, y del insigne valor deste excelente y nunca bastantemente alabado español. Y lo firmo de mi nombre, y hago publicar en Nápoles a 25 días del mes de Hebrero del año de 1570.
(Tocan las cajas, y éntranse todos.)
(Sale el REY LUIS,DON ÁLVARO OSORIO y acompañamiento.)
LUIS:
Pienso que estas paces son
para gran bien.
OSORIO:
Es tan justo,
Rey generoso y augusto,
que os darán mayor blasón,
que vuestro Reino ha tenido
desde el claro Clodoveo.
LUIS:
Ver a Fernando deseo.
OSORIO:
De Nápoles ha partido,
y es imposible tardar
por la bonanza que ha hecho.
LUIS:
Que viene con él sospecho,
por el sosiego del mar,
aquel divino español,
si teme como la tierra,
que fue rayo de la guerra,
más claro que el mismo Sol.
OSORIO:
Que desa suerte le honréis
es digno de vuestro nombre.
LUIS:
¿Cuándo tendrá España un hombre,
como el que agora tenéis?
(Disparan dentro.)
OSORIO:
Salva han hecho, gran señor,
sin duda que ya han llegado.
LUIS:
Bien este puerto ha mostrado
reconocer su valor.
(Con música de cajas, chirimías y arcabuces, salen DON JUAN,GARCÍA DE PAREDES,ESPINELO, ALBERICO y todos, y a la postre elREY DON FERNANDO y laREINA, a quien trae del brazo el GRAN CAPITÁN, y POMPEYA de dama.)
LUIS:
Días ha que estoy aquí,
solo esperando que venga
vuestra Majestad.
FERNANDO:
Señor,
¿tanto amor? Fineza es esta,
que aumenta mi obligación,
y mi voluntad aumenta.
LUIS:
Vienen vuestras Majestades
buenos.
GERMANA:
Quien a veros llega,
tuviera gusto y salud,
cuando viniera sin ella.
LUIS:
Duque de Sesa.
CAPITÁN:
Señor.
¿Cómo venís?
CAPITÁN:
Si la Reina
mi señora respondió
que viene bien el que llega
a veros, ¿qué han de decir
los que son hechuras vuestras?
LUIS:
Vos sois el gran Capitán.
CAPITÁN:
Rey Luis, vuestra grandeza
hará humildes los leones,
y las águilas pequeñas.
LUIS:
Si fuérades mi vasallo,
yo sé, Gonzalo, qué hiciera.
CAPITÁN:
¿Qué hiciérades, gran señor,
con quien hoy los pies os besa?
LUIS:
Ganara el mundo con vos.
CAPITÁN:
Que le gano es cosa cierta,
pues soy mayor y he ganado
que me honréis desta manera.
LUIS:
Hola, dennos de cenar.
OSORIO:
Aquí está puesta la mesa.
(Sacan la mesa.)
LUIS:
Conmigo cenar tenéis.
FERNANDO:
La Reina no viene buena,
pero veranos cenar.
(Siéntanse.)
DON JUAN:
¡Con qué Majestad se sientan!
GARCÍA:
Son reyes, nacen así.
LUIS:
Dalde, gran señor, licencia
al gran Capitán, que aquí
cene con nosotros.
FERNANDO:
Fuera
quitarle ese honor crueldad.
Sentaos Duque.
CAPITÁN:
Si la rueda
se asienta de mi fortuna,
sentareme a detenella.
(Siéntase con grande humildad, y cantan mientras cenan.)
LUIS:
Quien vence reyes, bien puede
sentarse, Duque a sus mesas.
GARCÍA:
¿Qué dirán los envidiosos,
dime don Juan, cuando sepan,
que con tres reyes sentado
está Gonzalo a la mesa?
A putos, por cuantos huesos
de cortesanos entierra
la pretensión y el despacho,
que suele andar con muletas,
que si aquí cogiera alguno.
DON JUAN:
Paso, que los tienes cerca.
GARCÍA:
¿Quién?
DON JUAN:
Alberico y a quien
le rompí media cabeza.
GARCÍA:
Pues hablen, y voto a Cristo
que les rompa la otra media.
Las mesas dejan los Reyes.
(Levántanse.)
CAPITÁN:
Ya que con tanta grandeza
honran vuestras Majestades,
quien tanta humildad profesa;
les suplico (interponiendo,
aunque atrevimiento sea,
la autoridad del gran Rey,
que hoy les ha dado la cena)
que perdonen a don Juan,
que casado con Pompeya,
les sirve en este camino.
FERNANDO:
Huélgome de conocerla.
GERMANA:
Y yo de hacerla merced.
FERNANDO:
Sí, pero es razón que entienda
el Duque, que también él
ha de hacer lo que me enseña.
CAPITÁN:
¿Cómo, señor?
FERNANDO:
Perdonando.
CAPITÁN:
Pues, ¿hay alguno a quien pueda?
FERNANDO:
A Espinelo y a Alberico.
ALBERICO:
A tus pies, señor, confiesan
que eres grande, pues no pudo
vencer la envidia tus fuerzas.
GARCÍA:
En esto, ilustre Senado,
da fin la parte primera,
próspera persecución,
para que aguardéis la adversa.