Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo II, Del Amor... y otros excesos.
Las armas
de Eusebio Blasco

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

LAS ARMAS


Señora mía:

Usted ha creído que mi candidez es tal, que puedo creer, porque usted me lo diga, todo cuanto usted quiera decirme acerca del amor.

Usted, señora, tiene un alma angelical, posee usted una erudición agradable y está casada con un administrador de loterías; circunstancias todas que la colocan a usted a gran altura a mis ojos.

Pero de eso a que yo crea que el amor de la mujer es siempre inofensivo, como usted me asegura en su carta, hay una diferencia muy grande.

Yo he amado, señora, y creo que estaba en mi derecho al hacerlo. Yo he tenido ocasión de observar a las mujeres hasta en sus actos más insignificantes, y siempre las he visto apoyadas en algo, escudadas con algo, y en, por, sin, contra, sobre ó bajo de algo que les servía para desesperarme.

El amor es un combate naval; ó ella ó él se van á fondo. Este es el problema, señora mía.

La mujer tiene menos fuerza material que el hombre; pero en cambio tiene más maña y la maña es una especie de fuerza moral, que supera a la material de que acabo de hablar.

¡Oh, las armas de la mujer son terribles!

¿Sabe usted con qué logró cierta mujer convencerme, confundirme, marearme y hacerme humillar la frente, cosa solamente propia de los casados?

Con un abanico.

No vuelva usted, pues, a intentar que yo declare el amor de la mujer inofensivo y candido.

Y en tanto que usted se conforma a respetar mi opinión, me voy a permitir regalarle unos cuantos renglones hechos bajo la impresión de aquel abanico fatal, de cuyo nombre no quisiera, acordarme.

Tenga usted la bondad de volver la hoja.

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