Las Fuerzas Extrañas/Ensayo de una cosmogonia en diez lecciones
DE
UNA COSMOGONÍA
EN DIEZ LECCIONES
Hallándome cierta vez en un paso de la cordillera
de los Andes, hice conocimiento con un caballero
que allí moraba desde poco tiempo atrás, por
cuenta de cierto sindicato para el cual estaba efectuando una mensura.
Era un hombre alto, moreno, en cuyo tipo resaltaba ante todo una gran distinción, á poco acentuada por el encanto de su lenguaje.
Un accidente montañés, que inutilizó por varios días á mi peón de mano, me obligó á compartir su real de agrimensor con cierto exceso quizá; pero mi hombre merecía aquel corto sacrificio de tiempo, y yo, además, no llevaba prisa.
Arrobado verdaderamente por su conversación, confieso que las horas se me iban sin sentirlo, así las ideas expresadas por aquellos labios fuesen de las más extraordinarias; pero entre ellas y su autor, había cierta correlación de singularidad que las hacía enteramente aceptables mientras él hablaba.
En el hombre aquél, el tipo era tan indefinible como la edad, bien que á primera vista se le atribuyera una vigorosa juventud y una procedencia americana; pero éstas pueden ser ocurrencias mías en las cuales ruego al lector que no insista.
Nuestras pláticas—sus conferencias mejor dicho—dejaron en mi ánimo una gran impresión á la cual contribuirían ciertamente la soledad inspiradora de las noches andinas, la comunión de naturaleza que sugería su serenidad, y el silencio divino de las estrellas; pero cuyo mérito intrínseco bien merecía el estupor de un mortal.
Una de aquellas noches, cerca del fuego medio apagado, mientras los peones reparaban en el sueño las fatigas del día, escuché la revelación que procuraré transmitir tan fielmente como me sea posible, ya que no se me exigió secreto alguno. Por mucho que difiera de las ideas científicas dominantes, el lector apreciará su concepción profunda, su lógica perfecta, y comprenderá que explica bastantes cosas con mayor claridad aún. He meditado bien antes de decidirme á publicarla, pero dos circunstancias me han impulsado sobre todo. La primera es que, á pesar de las más prolijas indagaciones, no he podido encontrar indicio alguno de aquel casual interlocutor, pues todas las señas que me dio á su respecto han resultado inciertas; la segunda es la facilidad con que me hizo el confidente de sus revelaciones. Estas dos circunstancias, me hacen creer que yo fuí tomado como agente para comunicar tales ideas, papel que acepto desde luego con la más perfecta humildad.
La ocultación del revelador podría infundir sospechas; pero el lector verá que ella era innecesaria dada la naturaleza de sus enseñanzas, y que, en todo caso, responde á la decisión de no decir más, ó á la modestia. Ambas cosas respetables.
Para no caer en conjeturas, lo mejor será abordar cuanto antes el asunto,