Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


La zarza alguacil.

Caminaba un sastre de Daroca, llamado Pechicay, con intención de amanecer en un pueblo cercano, en el que pensaba ganar el jornal del lunes. Era una noche triste y oscura, y apenas habia andado media legua, cuando llegó á lo mas espeso de un largo bosque que debia precisamente atravesar.

El canto lúgubre del buho, el ladrido de los perros de ganado y el famélico ahullido de los lejanos lobos, apenas dejaban aliento para respirar, pero mucho menos valor al sastre sin ventura para dar un paso. El miedo se apoderó de su corazón y puso grillos á sus pies, y en cada sombra, en cada bulto que distinguían sus ojos de gato, se le figuraba ver un espectro amenazador ó un ladrón cubierto de sangre.

De repente se oye un ruido estraño, y el pobre hombre se encuentra detenido y sujeta su capa por una fuerza invisible. ¡Oh Dios mió! ¡qué horror! un sudorfriocae por su frente, las manos le tiemblan, sus piernas se estremecen, y en sus mandíbulas crispadas se deshacen sus dientes chocando unos con otros.

—Señor, dice á poco rato, si es V.una alma del purgatorio, suélteme por Dios, y yo rezaré y mandaré decir cuantas misas pueda, aunque no beba mas vino. Señor, decia después, yo soy un pobre sastre que va á ganar su vida, y mi mujer y mis hijos se morirán de hambre si estoy aquí preso tres ó cuatro años mas.

Pero el que lo tenia preso se hacia el sordo y no lo quería soltar á pesar de su llanto y de su desesperación.

No debe ser alma, pensaba el sastre, cuando no se contenta con oraciones, y se empeña en tener agarrada la capa... y luego continuaba:

— Señor ladrón, déjeme V. marchar por su vida, asi Dios le de bolsillos de oro en vez de capas viejas, que soy un pobre sastre que va á ganar el pan de sus hijos.

En este espantoso estado quiso Dios que pasara la noche y que llegase la luz del nuevo dia á iluminar aquella escena. El sastre levanta la cabeza, tiene miedo de mirar atrás, porque piensa ver la boca de un fusil que le está amenazando. Poco á poco, y con el mayor disimulo posible, va volviendo la cara. ¡Dios mió! ¿quién será el que lo tiene preso? ¿lo matará? Con el rabo del ojo principia á ver á su espalda, adelanta mas la vista, ya vé por completo: ¡ah! el espectro, el fantasma, el ladrón es... ¡una zarza!!!

Da el sastre un salto de cuatro varas, y tijera en ristre, acomete á la zarza con el valor de Aquiles, y esclama lleno de noble y valerosa indignación:

— ¿Tú eras? ¡ah maldita, vil y cobarde! yo te juro que si como eres zarza fueras hombre, habia de beber de tu sangre. Y diciendo y haciendo, principió á dar mandobles tijeriles sobre la zarza infeliz, que en un santiamén se vio yacer postrada en el suelo.

Y luego dirán que era cobarde el sastre.