La vuelta al mundo en la Numancia/XX
XX
Al aproximarse a la ensenada de Caldera, Méndez Núñez, en el puente con el Oficial de derrota, reconoció con su anteojo las fragatas Villa de Madrid y Berenguela; luego vio los mástiles de los mercantones apresados... No le sorprendió encontrar la Berenguela, que había relevado a la Blanca en el bloqueo de aquella zona; pero sí ver a la Villa de Madrid, y aún fue mayor su sorpresa cuando advirtió que esta no arbolaba la insignia de Jefe de Escuadra, y en cambio, en la Berenguela flameaba el gallardetón de Capitán de Navío. ¿Qué había ocurrido? Diferentes conjeturas pasaron rápidas por la mente del Comandante de la Numancia, y las visiones de desdichas se sucedieron con la fecundidad pesimista de nuestra imaginación, que a veces las exagera y abulta con la idea de que resulte menos fuerte la desdicha real, al ser conocida... Pronto saldría de dudas... Era don Casto Méndez Núñez de estatura mediana tirando a corta, recio y bien plantado. Sobre su rostro moreno vagaba siempre, en ocasiones ordinarias, un mirar dulce y una vaga sonrisa. Su voluntad de hierro no era de las que tienen por muestra al exterior un entrecejo duro, ni su voz, robustecida en las conversaciones con el viento y la mar, llegó a perder las blandas inflexiones gallegas... Quedó, como se ha dicho, con el alma suspensa de un enigma cuya solución esperaba, y la atención presa en los topes de las dos fragatas. Los de la una, por arbolar insignia, algo le decían; los de la otra, por no tenerla, le decían más.
El Segundo, don Juan Bautista Antequera, ocupaba su puesto a proa, atento a la maniobra de dar fondo. Saludó la fragata con siete cañonazos la insignia de Capitán de Navío; contestó la Berenguela; y apenas disipado en vagos jirones el humo, se vio desde el puente que del buque insignia venía un bote hacia la Numancia. Echose a la cara Méndez Núñez los anteojos, y al ver que el bote traía la visita del Capitán de Navío, don Manuel de la Pezuela, su asombro fue extraordinario. Con toda su curiosidad y todo su asombro a cuestas, Méndez Núñez bajó al portalón para recibir al visitante... La clave del estupor de don Casto nos la da un hecho, de estos que sin estar consignados en los libros de Historia, a ella pertenecen por el tributo que la vida particular paga a la vida pública cuando menos se piensa. Antes de que la Numancia saliera de Tolón, era su Comandante Pezuela, amigo y protegido del Ministro de Marina, General Armero. Lista la fragata blindada para prestar servicio, y destinada a la campaña del Pacífico, elegido fue inopinadamente don Casto Méndez Núñez para mandarla y conducirla en tan larga navegación, nunca intentada por naves de tal porte y pesadumbre. Las razones que tuvo el Ministro para este nombramiento no debían deprimir a Pezuela, que gozaba de buen crédito como navegante y militar; pero le amargaron enormemente. Debemos considerar que el enojo de Pezuela se fundaba en un noble sentimiento, la emulación, alma de los cuerpos armados de estructura aristocrática.
El caso fue que desde el día en que la Numancia cambió, como si dijéramos, de galán o de novio, Pezuela y Méndez Núñez no volvieron a dirigirse la palabra. Al primero se le dio el mando de la Berenguela, novia que ni por su edad ni por su belleza podía competir con la que le quitaron en Tolón, y fue al Pacífico en la escuadra de Pareja; el segundo emprendió después su viaje de leyenda con la niña bonita. Cuando esta llegó al Callao victoriosa, desmintiendo los augurios pesimistas de los técnicos, los dos rivales no cambiaron ninguna demostración de amistad en todo el tiempo que permanecieron en aguas peruanas. Si Pezuela visitó en la Numancia al segundo de esta, don Juan Antequera, fue en ocasión de estar en tierra Méndez Núñez pagando la visita oficial... Por la feliz realización del viaje, ascendió Méndez Núñez a Brigadier de la Armada; Pezuela seguía en su empleo de Capitán de Navío... Todo esto que brevemente aquí se cuenta, pesó en la mente de don Casto cuando hacia el portalón bajaba. Era hombre tímido, y la situación que se le presentaba después del largo eclipse de amistad con Pezuela, le ponía nervioso y cohibido. Viéndole subir por la escala, pensó que su rival despejaría el nublado con breves palabras. Así fue.
«Mi General -dijo Pezuela con grave cortesía, estrechando la mano de Méndez Núñez-, vengo a saludarle y a resignar en usted el mando de la escuadra que accidentalmente he tomado, y que a usted por su graduación corresponde. Ha muerto Pareja...».
A la interrogación de pena y asombro, expresada por don Casto con la mirada y el gesto, más que con la palabra, contestó así Pezuela: «Tengo mucho que contarle, mi General. Por de pronto, acepte usted para esta empresa, que se nos presenta obscura y difícil, la cooperación de todos mis compañeros y la mía particularmente. Estamos a tres mil leguas de España, con su honor y su bandera entre las manos... Miremos tan sólo a sacar avante estos grandes intereses, y olvidemos todo lo demás...». Con estas caballerescas expresiones, puso Pezuela a los pies de Méndez Núñez todos sus piques y agravios; lo mismo hizo el otro. Se abrazaron como buenos compañeros que en aquel instante se veían más que nunca subyugados por la religión del deber, y dirigiéronse a la cámara. Antes de llegar a ella, la impaciente curiosidad de Méndez Núñez iba soltando interrogaciones ansiosas. «Se ha pegado un tiro», dijo Pezuela ya dentro de la cámara; y lo decía con cierta sequedad, como si más que lástima sintiera desdén del pobre suicida, General Pareja... Sin dejar espacio al asombro de don Casto, soltó la segunda parte de la trágica noticia, que más bien debía ser primera: «Hemos tenido una desgracia... Nos han apresado la Covadonga».
Solos en la cámara, hablaron de las causas del suicidio del General, que habían de ser algo más que la pérdida de la goleta. «Yo me lo explico o quiero explicármelo -dijo Pezuela-, por la depresión de su ánimo ante el mal cariz de la campaña. El bloqueo nos resulta un fracaso. Los Comandantes de las escuadras extranjeras no cesan de ponernos mil obstáculos; nadie nos ayuda; nadie nos da una noticia, como no sea mala. Vivimos en el mayor aislamiento, rodeados del odio de todo el género humano. Hasta se ha dado el caso, aquí, en este mismo puerto, de entrar una fragata inglesa, y pasar junto a la Blanca sin hacer saludo. Luego saltó a tierra su Comandante sin pedir permiso a Topete, y a los dos días volvió a bordo, trayendo a un personaje chileno: era el Intendente del departamento. Empavesó la fragata para recibirlo, le saludaron con hurras, y le hicieron extremados honores. Que le cuente a usted Topete el berrinche que esto le costó y las ganas que le quedaron de cañonear al inglés... No sabía qué hacer. ¿Quién podía prever un caso tal de descortesía, más bien de burla?... Presumo yo que Pareja se sentía hundido bajo el peso de su responsabilidad por haber propuesto al Gobierno las actitudes belicosas a todo trance... Exageró quizás la debilidad de Tavira. Hizo creer al Gobierno en una victoria fácil... no sé, no sé».
-¿Y últimamente, qué instrucciones recibió Pareja de Madrid?
-¿Lo sabemos acaso? Yo presumo que después de recibir órdenes para llevar la cuestión por la tremenda, han venido órdenes de templanza y transacción. ¡Vaya usted a saber...! Habíamos acusado a Tavira de traidor y desleal, y Tavira enseñaba una carta de Narváez, en que este le decía: «No haga usted caso del Gobierno, y negocie la paz». Esto es inicuo... Nos mandan al cabo del mundo, como si el venir acá y emprender una guerra es estas latitudes fuera cosa de juego... y todo ello sin criterio fijo... ¿Saben allí dónde estamos, y el modo de ser de estas repúblicas? Y verá usted cómo nos faltan recursos cuando sean más necesarios, y cómo nos veremos el mejor día sin una galleta, sin un quintal de carbón y sin un real.
Luego contó Pezuela el triste caso de la Covadonga. Carecía esta goleta en absoluto de poder militar y de agilidad marinera... Cojeaba de la hélice; asma padecía en sus calderas; manca estaba la tripulación, y el arma que llevaba (dos cañones en colisa) no servía más que para matar pájaros... Mandar estos inválidos a una guerra lejana, era un verdadero crimen... En Coquimbo estaba la pobre veterana, con pata de palo y ambos brazos en cabestrillo... Servía para llevar y traer recados... La infeliz navegaba por mares enemigos, y a la vuelta de cada esquina o de cada cabo, acechábanla embarcaciones de más poder... En Coquimbo mismo entró a su bordo la traición con pretexto de pedir informe referente a una presa norte americana... Los extranjeros, llamándose neutrales, ayudaban con ardor a los chilenos, haciéndoles el servicio de espías. Los españoles no tenían espionaje, ni podían tenerlo como no acudieran a las aves o a los peces...
Partió la pobre Covadonga de Coquimbo para Valparaíso, cumpliendo órdenes de Pareja, que ya estaba con el alma en un hilo recelando el mal fin de la pobre mensajera... El domingo 26 de Noviembre pasaba la goleta frente a un puerto llamado El Papudo: amaneció con neblina; del seno de esta salió como fantasma una corbeta, que izó bandera inglesa... No se dio por engañada la Covadonga, y preparo sus inútiles armas y avivó su andar premioso, renqueando por aquellos mares de Dios, más bien del diablo... Navegaba la corbeta de vuelta encontrada por estribor... Cuando se halló a popa, orzó rápidamente y descargó su andanada sobre la goleta... En seguida izó el pabellón chileno. La goleta no tenía defensa... El combate no podía ser brillante por ninguna de las partes; mas por la parte española, que era la suma debilidad, resultó de un heroísmo obscuro. La impotencia hizo más de lo que humanamente podía. Los hombres se multiplicaron para defenderse y para dejarse morir. Los de la Esmeralda podían dividirse, pues su barco valía por diez del nuestro.
Descansado fue para los chilenos el apresamiento de la Covadonga, después de matar y herir a muchos de sus tripulantes. Cogida la nave inválida, a remolque la llevaron al Papudo con algazara triunfal. El Comandante Fery había sucumbido por falta de medios materiales que dieran a su entereza la debida eficacia. Con mal sino fue a la guerra: le tocó la china de tener que combatir con hombres bien armados, y para esto no llevaba más que una caña y armadura de papel... Los prisioneros fueron llevados a tierra e internados hasta Santiago, donde se les trató con rigor y crueldades que no merecía su glorioso vencimiento.
A una interrogación inquieta de Méndez Núñez, contestó Pezuela que el Jefe de Escuadra no había tenido conocimiento del desastre de la Covadonga hasta que fue a notificárselo el Cónsul americano Nicholson, que, dándoselas de amigo de España, favorecía con toda clase de manejos y soplos la causa chilena. Y añadió el Comandante de la Berenguela: «Ya he dicho a usted que estamos aquí en un aislamiento horrible... No tenemos la simpatía de ninguna nación... Nadie nos ayuda, nadie da calor a nuestra causa, como no sea un grupo de españoles fanáticos, unidos a unos cuantos franceses mercachifles, que no sabemos qué fines se traen ni a qué móviles obedecen...».
-Estamos bien -dijo don Casto triste y ceñudo-, y en estas condiciones bloquee usted con cinco barcos un frente de mil quinientas millas... En Madrid no tienen idea de lo que es esto. Comprendo la desesperación del pobre Pareja... Sin base de operaciones, teniendo que llevar a cuestas la comida y el carbón, estamos a nueve mil millas de la patria. ¿Dónde podríamos reparar una avería de importancia? En el cementerio, como dijo el General Álvarez; en el mar... Eso sí: por cementerio no podremos llorar, que el que aquí tenemos es bastante ancho.
En este punto del coloquio, llegaron don Claudio Alvargonzález y don Miguel Lobo, Comandante y Mayor General de la Villa de Madrid, y hablando todos de los graves sucesos, no añadieron nueva luz a las causas del suicidio de Pareja. Resultaba como causa única y bastante poderosa la convicción del fracaso de su política en el Pacífico. Se sentía responsable de haber llevado las cosas al camino escabroso por donde iban a la sazón. Contaron asimismo los jefes de la Villa de Madrid que después de la visita de Nicholson, observaron en el General Pareja una tranquilidad melancólica, que en otra persona no podía ser alarmante; en un militar, si lo era. Hablando con Lobo, le preguntó con flemática frialdad: «¿Cree usted que nos habrán apresado también la Vencedora?».Y Lobo respondió: «Mi General, lo creo posible y probable; que estos pobres barcos, indefensos y que andan con muletas, llegan de milagro a donde se les manda». Por la tarde, el General comió con mediano apetito; después paseó un rato en la toldilla, fumando un cigarro. Bajó a su cámara... Tenía costumbre de tirar desde el balcón con revólver a los pájaros marinos. Así lo hizo aquella tarde... Tres veces disparó... Pasó tiempo... El cuarto disparo sonó en los oídos del Comandante y del Mayor General con mayor estruendo que los anteriores. Pero apenas se fijaron en la intensidad del ruido... De pronto salió de la cámara dando gritos el asistente italiano del General. Acudieron, y hallaron a Pareja tendido en la cama, sangrando de la cabeza. Aún tenía en su mano derecha el revólver... En la mesa vieron un papel, en que había trazado el suicida con firme pulso sus últimos pensamientos, dirigidos a Pastor y Landero, su sobrino y secretario. Tres pensamientos eran: Te estoy agradecido... Que no me sepulten en aguas de Chile... Que todos se conduzcan con honor.
Oído todo esto, y algo más que por no incurrir en prolijidad aquí no se cuenta, Méndez Núñez suspiró fuerte, y dejó ver en sus ojos cierta luz que anuncio parecía de resolución firme... Era Jefe de la Escuadra; la autoridad, así como la responsabilidad de Pareja, habían pasado a ser suyas... ¿Cómo continuar la empresa trágicamente interrumpida? Al abandonar el mundo y la vida, arrojó Pareja sobre un papel una idea sentimental: que no me sepulten en aguas chilenas; y tras esto, una generalidad de las que vulgarmente llamamos de clavo pasado. ¡Conducirse con honor! Esto ya lo sabían todos, y no había la menor duda de que así se cumpliera... Pareja pudo legar a su sucesor una idea militar, un plan, un criterio... Pero nada de esto dejó, sin duda porque no lo tenía... La Historia se continuaba; al caudillo muerto reemplazaba el caudillo vivo. Quizás lo que no dijo el papel fúnebre de Pareja, decíanlo los ojos de Méndez Núñez: Concentración de fuerzas... Tomar la ofensiva.
Aquella misma tarde trasladó Méndez Núñez su persona y su insignia a la Villa de Madrid, y salió para Valparaíso.