La vitoria de la honra/Acto II

Acto I
La vitoria de la honra
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen DOÑA LEONOR y DOROTEA.
DOROTEA:

Más fiestas se han publicado.

LEONOR:

No lo serán para mí,
que desde que a verlas fui,
tantos disgustos me han dado.

DOROTEA:

Mientras Felipe Segundo,
su grandeza y Majestad
ocupe esta gran ciudad,
puerta del mar y del mundo,
no las dejará de haber.

LEONOR:

A sus fiestas y a sus lumbres
igualan mis pesadumbres,
y ansí no las pienso ver,
quien tiene dicha las vea.

DOROTEA:

¿Desto te entristeces?

LEONOR:

Sí,
que desde que te perdí,
me he perdido, Dorotea.

DOROTEA:

¿Qué dices?

LEONOR:

Que el Capitán
me mata a celos.

DOROTEA:

¿De quién?

LEONOR:

De los aires que me ven,
y el aliento que me dan,
mira qué culpa he tenido
de que un caballero loco
pase, teniéndole en poco,
por esta calle atrevido.

DOROTEA:

Luego, ¿tiene celos dél?

LEONOR:

Conmigo no se declara,
mas bien sé yo donde para
todo el enojo cruel,
que cuando un cuerdo marido,
como el Capitán lo es,
pierde el compás de los pies,
y habla con otro sentido,
cuando en la cama suspira,
y en la mesa está pensando,
con el cuchillo tocando
en los manteles que mira,
cabizbajo y mal contento,
o son celos o no hay gusto.

DOROTEA:

Cualquiera enojo y disgusto
será de ese pensamiento,
porque mi señor te adora.

LEONOR:

¿Qué he hecho a aqueste mozuelo,
que contra la ley del cielo,
me sirve y me quiere agora?
Yo soy casada y soy noble,
será dar pasos atrás,
que mientras me siga más
pienso resistirme al doble,
¿no ves que puede costalle
la vida?

DOROTEA:

Los pocos años
le disculpan.

LEONOR:

Son engaños;
porque si él pasa mi calle
en el caballo de día,
y la noche arrodelado,
si atrevido y deslenguado
requiebra mi celosía,
cansarase el Capitán,
y costarale la vida.

(Sale HERNANDO, esclavo.)
HERNANDO:

Una mujer atrevida
pienso que destas que van
acompañando en Sevilla,
o sea dueña alquilada,
te quiere ver porfiada.

LEONOR:

Entre, que no es maravilla,
y tu hermano entra a avisarme
luego que Baldivia venga.

HERNANDO:

A fe que ella te entretenga.

LEONOR:

Vendrá a pedirme y cansarme.

(Sale SALUSCIA con manto y sombrero.)
SALUSCIA:

Dios aumente tu hermosura,
y esos años dos mil años.

LEONOR:

Estas todas son engaños.

SALUSCIA:

¡Qué limpieza!, ¡qué frescura!
Bendiga tu casa el cielo,
mas, ¿cómo no lo será
si en ella una esclava está,
que es la limpieza del suelo?
Por la mi fe Dorotea,
que a la Reina servir puedes,
¿qué escritorio a estas paredes
iguala su taracea?
Que ladrillos como grana,
y que lustre de azulejos,
parecen unos espejos.

DOROTEA:

La dueñaza es Trujamana.

LEONOR:

Siéntese madre, y dirá
a lo que viene.

SALUSCIA:

¡Qué boca
de grana! El cristal de roca
venciendo en el alma está,
poco ganaré yo aquí
con mis polvillos de dientes.

LEONOR:

Ya te digo que te sientes,

SALUSCIA:

Siéntate tú junto a mí,
esto del cansancio es tacha
de nuestra edad enfadosa.
¡Válgate Dios, y qué hermosa,
bendígate Dios muchacha,
Jesús! ¿Qué lustre y qué tez
que te pones?

LEONOR:

Madre el río
me afeita.

SALUSCIA:

Un resplandor mío
creo que te di una vez,
ya no me conocerás,
pasa el tiempo mal pecado,
a fe que es tu padre honrado,
que me conociera más,
lo que has crecido, ayer ibas
con la almohadilla.

LEONOR:

No llore.

DOROTEA:

Todo es vino.

SALUSCIA:

Dios mejore.

DOROTEA:

Las viñas y las olivas.

SALUSCIA:

La bellacona mulata,
¡cómo se ríe de mí!

DOROTEA:

¿Yo madre?

SALUSCIA:

Que no la vi,
y no se acuerda la ingrata
de aquel ungüento famoso,
que la sarna le quitó,
pues a fe que le hice yo.

DOROTEA:

¿Ungüento? Cuento donoso;
mire madre que sería
para ser bruja.

SALUSCIA:

No llegues
a mis años, porque niegues.

LEONOR:

Diga presto, madre mía,
lo que quiere, porque temo
que no venga mi marido.

SALUSCIA:

Aquí una pobre ha parido,
que lo es hija con estremo,
tiene padrino, y querría
que tú lo fueses con él.

LEONOR:

Habla al Capitán, que dél
pende la libertad mía,
¿qué traes aquí?

SALUSCIA:

No sé,
como eso tendrás acá,
esto de comer me da,
como ya la edad se fue,
el gran Turco viene aquí,
en estremo preparado,
y en mil aguas destilado.

LEONOR:

Nunca tan claro le vi.

SALUSCIA:

Aqueste se ha de poner
encima de la color.

LEONOR:

Nueva invención.

SALUSCIA:

La mejor.

LEONOR:

Mil cosas tienes que ver.

SALUSCIA:

Estos papelillos son
secretos para mil cosas,
que somos siempre achacosas.

DOROTEA:

Ay madre, ¿algún diaquilón
que quite el color mulato?

SALUSCIA:

Fueras tú la que debías
que te pusiera en dos días
la cara como un retrato,
más, dime hija, ¿no irás
al bateo?

LEONOR:

Pues, ¿quién es
el caballero?

SALUSCIA:

Después
sus calidades sabrás,
que es el más lindo mancebo,
más hermoso y bien hablado,
más limpio y más estimado;
porque es finalmente el cebo
adonde pican agora
las damas desta ciudad,
aunque cierta voluntad
le tiene enfermillo agora,
anda descoloridillo,
y sin gusto de un desdén,
quiere y no le quieren bien.

LEONOR:

Pues mucho me maravillo,
que si es tan lindo, no sea
querido quien lo es de todas.

SALUSCIA:

Ha topado el pobre en bodas,
mas yo pienso que pasea
por esta calle mil veces.

LEONOR:

¿Es su nombre?

SALUSCIA:

Don Antonio.

DOROTEA:

Oh vieja, al mismo demonio
en los embustes pareces.

LEONOR:

Miremos el azafate,
deja madre de hablar desto.

SALUSCIA:

Descolorida te has puesto,
no quieres que dél trate.

LEONOR:

¿Qué hay en este papelillo?

SALUSCIA:

La oración de santa Marta.

LEONOR:

¿Y esto qué es?

SALUSCIA:

Es cierta carta
de aquel descolodrillo,
toma, y mira lo que aquí
te dice aquel desdichado
que queda desesperado,
muerto de amores por ti.

(Levántase.)
LEONOR:

Vieja o demonio, quisiera
como el papel, mil pedazos
hacerte entre aquestos brazos,
sal de aquí, sal presto fuera,
sal, que si saco un cuchillo
del estuche.

DOROTEA:

A mí me deja,
que yo cortaré a la vieja
de la boca al colodrillo.

SALUSCIA:

Hija piedad, ay de mí.

LEONOR:

¿Herístela?

DOROTEA:

A tu servicio.

LEONOR:

¿Por tu vida?

DOROTEA:

Un beneficio
de oreja a oreja le di;
pero a fe que me ha pesado
que hayas rasgado el papel.

LEONOR:

Aquí están las partes dél.

DOROTEA:

Y las del dueño engañado
te pudiera decir yo.

LEONOR:

¿Quieres que te dé yo a ti
lo que tú a la vieja?

DOROTEA:

Sí,
pero que te enojes no.
Pasaba yo la otra tarde
por casa deste galán,
y un lacayo a lo truhán,
entre discreto y cobarde,
y con tal labia me habló,
que en fin arriba subí,
donde ese mozuelo vi.

LEONOR:

El demonio te engañó.

DOROTEA:

En una cama acostado,
bordada de fina tela,
con valona o arandela,
el rostrico perfilado,
una almilla de color
de nácar, de oro bordada,
la cabeza en la almohada,
todo enfermito de amor,
los puños de la camisa
levantados para dar
muñecas de blanco azar.

LEONOR:

Calla, que mueves a risa.

DOROTEA:

Los bigotes muy alzados,
montante a la cabecera,
y una jacerina y cuera;
bravos retratos colgados,
mucho olor, escritoritos
con mil curiosos juguetes
entre muchos ramilletes.

LEONOR:

Harasme reír a gritos.

DOROTEA:

Hablome tierno, y habló
en tu amor de tal manera
que una piedra enterneciera,
lloró en efeto.

LEONOR:

¿Lloró?

DOROTEA:

Yo te juro que le vi
los ojos (no te alborotes)
dar perlas a los bigotes.

LEONOR:

¿Por mí?

DOROTEA:

No, sino por mí.

LEONOR:

Si se te hiciere camino
Dorotea, le dirás
a ese necio.

DOROTEA:

Bien.

LEONOR:

Que más
no siga tal desatino,
y que es mal hecho inquietar
a mujeres como yo.

DOROTEA:

El Dios machín la pegó,
ya se quiere declarar.

LEONOR:

Dile que es un imposible
el disparate que emprende.

DOROTEA:

El a lo menos no entiende
que intenta cosa posible,
sino que aquel picarón
de Lopillo su estafeta,
le anima, esfuerza e inquieta
a seguir su pretensión.
Y yo que no miro mal
a este mismo descarado,
me alegro de tu cuidado.

(Sale BALDIVIA).
BALDIVIA:

¡No he visto descuido igual!

DOROTEA:

Señor viene.

LEONOR:

¿Qué hay señor?

BALDIVIA:

De Cádiz aquesta carta,
que me ha de obligar que parta
luego al instante, Leonor.

LEONOR:

¿Cómo?

BALDIVIA:

Escríbeme mi tío,
que cuanto nos ha llegado
tiene Ricardo embargado.

LEONOR:

¿Por dónde iréis?

BALDIVIA:

Por el río,
por caminar esta noche,
¡Hernando, Hernando!

(Sale HERNANDO.)
HERNANDO:

Señor.

BALDIVIA:

Y aún es para mí mejor
el barco que el mejor coche,
a Cádiz voy, luego al punto,
pon recado y fleta un barco.

LEONOR:

No sale flecha del arco
como vos.

BALDIVIA:

Si tengo junto
el crédito y el dinero
de la suerte que sabéis,
¿qué he de hacer?

LEONOR:

Muy bien haréis,
¿cuándo en Sevilla os espero?

BALDIVIA:

Dentro de dos o tres días.

LEONOR:

Ropa os quiero aderezar.

BALDIVIA:

Tú no tienes que aguardar.

HERNANDO:

Yo voy.
 (Vase.)

BALDIVIA:

¡Ay desdichas mías!

LEONOR:

¿Qué camisas hay lavadas,
mulata, del Capitán?

DOROTEA:

Cinco o seis, pero no están
más de dos aderezadas.
(Vanse los dos.)

LEONOR:

Ven presto.

BALDIVIA:

De otra manera
pensé yo que se tomara
mi ausencia, aunque imaginara
que de sola una hora fuera:
¡por la ropa tan ligera,
y sin otro sentimiento!
O lo causa el que yo siento
de los celos de estos días,
o las ignorancias mías
fabrican torres de viento.
No sé, que sombras cansadas
de noche mis ojos ven,
que no me parecen bien
arrimadas y embozadas,
si de mi sol son causadas,
eclipsarele de modo
que lo deje a escuras todo,
mas que me da pesadumbre,
pues sin ensuciar su lumbre,
suele pasar por el lodo.

BALDIVIA:

Nace de mi grande amor
aquesta necia sospecha,
él es arco y ella es flecha,
y el blanco mi propio honor,
casta y honesta Leonor,
este mozo es arrogante,
luego no es bien que me espante.
Mas justos son mis desvelos,
que en aventuras de celos
siempre el temor es gigante.
Salgo de mi casa y veo
a don Antonio en mi calle,
mozo de gallardo talle,
y de esta ciudad trofeo,
una y mil calles rodeo,
vuelvo y hallole a mi puerta,
vengo de noche a hora incierta,
y allí rebozado está,
luego ocasión se le da,
y mi deshonra concierta.

BALDIVIA:

Pero, ¿cómo puede ser,
que el amor le dé ocasión,
sabiendo la condición
de tan principal mujer?
Amor, ¿qué habemos de hacer,
tener ánimo y partir?
Decid, ¿podrémonos ir?
Podemos, pues alto al barco,
mas si con celos me embarco,
¿qué barco me ha de sufrir?
Pues Leonor resolución
mirad, que soy caballero
y soldado, y que prefiero
a vuestro amor, mi opinión,
no os guardo, porque no son
guardas con vos menester,
la que se ha de defender
vos sois, yo callo en efeto,
que nunca dijo el discreto
sus celos a su mujer.

(Salen DON ANTONIO con una ropa y una banda, y LOPE.)

LOPE:

Qué romano o qué gentil
a sus dioses ofreciera
sangre como tú, ni diera
tal precio a cosa tan vil;
estas finezas no son
de amante noble y honrado.

DON ANTONIO:

Bestia el haberme sangrado,
no ha sido sin ocasión,
amor es un mal de ojo,
que entra por ellos al pecho,
la sangre altera y sospecho,
con más rigor que el enojo,
luego no me negarás,
que es justo sacarla luego;
porque su desasosiego
no corrompa la demás,
y si de alguna caída
se sangra aquel que cayó,
¿quién la ha dado como yo?

LOPE:

Una historia muy sabida
en un librillo leí,
de Faustina enamorada
de un gladiator, cuya espada
fue del amor flecha allí,
súpolo el Emperador,
matole y diole a beber
su sangre, que suele ser
contra el veneno de amor.
Si esto a ti te sucediera,
con su sangre te curaras,
y la tuya no sacaras;
porque dices que se altera.
¡Ha mocedad o embeleco
de la vida!, ¡ay desatino
como este!, mas imagino
que de celebro tan seco
no puede agora salir
secreto menos cruel.

JULIO:

Aquí llega Mirabel,
con él te puedes reír.
(MIRABEL, músico.)

MIRABEL:

Dícenme que estás sangrado.

DON ANTONIO:

Caí Mirabel ayer.

LOPE:

No en la cuenta, porque a ser
la sangre hubiera guardado.

MIRABEL:

Galán estás.

LOPE:

Las sangrías
adaman a los amantes.

DON ANTONIO:

¿Qué hay de nuevo que me cantes?

MIRABEL:

Tonos y letrillas mías.
 (Canta.)
      Mal conocéis al amor
      Leonor,
      mal conocéis al amor.

DON ANTONIO:

Doyte un abrazo.

MIRABEL:

¿Por qué?

DON ANTONIO:

Por la letra.

LOPE:

Hasle tocado
en la vena del cuidado.

MIRABEL:

Es Leonor.

DON ANTONIO:

El tuyo fue.
 (Canta.)
      Mal conocéis el rapaz,
      que es blando y es porfiado,
      es terrible y regalado,
      y es rendido y pertinaz,
      en las guerras pone paz,
      y en las paces es traidor,
      mal conocéis el amor Leonor,
      mas conocéis el amor.

(Sale JULIO.)

JULIO:

Una cierta no sé quién,
con un manto y sombrerillo,
el semblante de membrillo
y el pisar de palafrén
te quiere hablar en secreto.

DON ANTONIO:

Mirabel, adiós, adiós,
y veámonos los dos.

MIRABEL:

Venirte a servir prometo,
pero, ¿no hay algún argón?

DON ANTONIO:

Dale diez escudos, Lope.

LOPE:

Reparelos.

MIRABEL:

Cuando tope.

LOPE:

¿Siete y llevar?

MIRABEL:

Hago bien.
(Sale DOROTEA.)

DOROTEA:

¿Está don Antonio aquí?

DON ANTONIO:

Aquí estoy, perla.

DOROTEA:

No vengo
para gracias.

DON ANTONIO:

Ni yo tengo
gracias, que desgracias sí.

DOROTEA:

Usan los que se han preciado
de nobles y caballeros
enviar tales terceros
en casa de un hombre honrado,
¿dónde halló vuesamerced
aquella vieja en cecina,
retrato de Celestina?

DON ANTONIO:

Óyeme, y hazme merced
de templar la justa pena
con que vienes a reñirme,
que estoy cerca de morirme,
y pienso que de la vena
la sangre se me ha soltado,
Lope, Lope.

LOPE:

¿Qué hay, señor?

DON ANTONIO:

La alteración del rigor
con que esta señora ha entrado,
pienso, que la causa fue
de soltarse la sangría.

LOPE:

¿A esto vienes? A fe mía
que no es lo que yo pensé,
¡ay del pobre caballero!

DON ANTONIO:

Átame la venda bien.

LOPE:

¿Desmayaste?

DON ANTONIO:

¡Qué desdén!

LOPE:

Siéntate pues.

DON ANTONIO:

Yo me muero.

DOROTEA:

¡Nunca yo viniera haca,
ah señor mío!

DON ANTONIO:

¡Ay Leonor!

LOPE:

Que mujercilla mejor
fingiera un desmayo allá.

DON ANTONIO:

¿Los ángeles como vos
matan hombres deste modo?

DOROTEA:

Yo tuve culpa de todo,
y me ha pesado por Dios;
mas puédolo remediar,
con deciros que mi amo
no está en Sevilla.

DON ANTONIO:

Si os llamo
mi vida en que puedo errar,
veisme aquí para serviros;
¿cuándo se fue?

DOROTEA:

No ha media hora,
y díjome mi señora,
que esto viniera a reñiros.

DON ANTONIO:

A deciros sospeché.

DOROTEA:

Y desta noche a la calle.

DON ANTONIO:

Lope, ¿qué tengo que dalle
a esta perla?

LOPE:

¿Yo que sé?

DON ANTONIO:

Voy a abrir mis escritorios,
loco de contento voy.
 (Vase.)

LOPE:

¿Y cómo en su gracia estoy?

DOROTEA:

Ya tenemos locutorios.

LOPE:

¿Pues ayer no me decía
que era yo su perrigalgo?

DOROTEA:

¿Sabe que ha de hacer hidalgo?,
amainar volatería,
que es conmigo moscatel.

LOPE:

Y tu mosca en leche amores.

DOROTEA:

Tengo yo muchos colores
para frisarme con él.

LOPE:

Su ánima de bayeta,
¿no sabe que soy Narciso
de lacayos?

DOROTEA:

Ya le aviso
que conmigo no se meta,
calle y déjese de voces.

LOPE:

¿Tú conmigo melindrosa?

DOROTEA:

Que soy mula cosquillosa,
y le daré cuatro coces.

LOPE:

Entra, que te quiere dar
mi amo alguna cadena.

DOROTEA:

No la quiero.

LOPE:

Antes es buena
para llevarte a cazar.

DOROTEA:

Oiga, en lo vivo me dio.

LOPE:

Oiga ella.

DOROTEA:

Oiga él,
nunca liebres como él
corren galgas como yo.
(Vanse.)

(Salen caballeros, DON PEDRO y el DUQUE DE ALBA.)

DUQUE:

¿Venís contento?

DON PEDRO:

Con merced tan grande,
cómo puedo, señor, no estar contento,
mil veces esos pies vuelvo a besaros.

DUQUE:

Quisiera que con vos, señor don Pedro,
viniera don Antonio vuestro hijo;
porque juntos besárades las manos
como vos lo habéis hecho agora solo
al Rey, pues su persona le agradaba,
y a quien ha hecho esta merced supiera.

DON PEDRO:

Anda indispuesto todos estos días,
y pienso que sangrado, a cuya causa
no vino a acompañarme.

DUQUE:

Pues, ¿qué tiene?

DON PEDRO:

Achaques de las fiestas habrán sido.

DUQUE:

Los bríos de la edad tal vez se cansan,
no hay cosa que al trabajo no se rinda,
¿dareisle estado agora?

DON PEDRO:

Eso deseo
mientras que duran las informaciones,
que por ser aquí cerca, serán fáciles,
trataré los conciertos de sus bodas,
que ya tengo los ojos inclinados
a cierta hermana de un amigo mío,
con partes singulares de hermosura,
nobleza, discreción y alguna hacienda.

DUQUE:

No le daréis menos honrada prenda,
metan luces.

DON PEDRO:

Ya tienen prevenido
todo lo necesario.

DUQUE:

El cielo os guarde,
no me aguardéis después que vendré tarde.
(Vase.)

DON PEDRO:

Julio, Julio, ¿está aquí don Antonio?

JULIO:

Fuera salió con Lope.

DON PEDRO:

Pues, ¿de noche
sale sangrado y guárdase de día?

JULIO:

Bríos son de la edad.

DON PEDRO:

Llegue a la mía.
(DON ANTONIO y LOPE con broqueles.)

DON ANTONIO:

¡Ay calle, que en entrando en ti consuelas
mi perdida esperanza!, ¡ay calle hermosa,
que hueles a jazmines de Valencia,
a azares blancos y a mosquetas bellas!

LOPE:

Si fuera calle de Madrid, tú olieras
azar, que olello por azar tuvieras,
de una calle que llaman de Santiago,
hay una enigma.

DON ANTONIO:

¿De qué modo?

LOPE:

Dicen
que es de día jardín, de noche infierno.

DON ANTONIO:

¿Por qué?

LOPE:

Porque de día los guanteros,
con ámbar y polvillos la perfuman,
y de noche, de rejas y ventanas,
con liquidámbar y otras mil conservas,
que el campo de allí a un año vuelve en yerbas.
(Asómase a la ventana DOROTEA.)

DOROTEA:

¿Es don Antonio?

DON ANTONIO:

¡Ay Lope, que han abierto
una ventana de aquel cielo!

LOPE:

Llega.

DON ANTONIO:

¿Es Dorotea?

DOROTEA:

Soy esclava tuya.

DON ANTONIO:

¿Qué hace aquella reina de belleza?

DOROTEA:

Quiere acostarse.

DON ANTONIO:

¡Ay Dios!

DOROTEA:

Toma consuelo
de que se acuesta sola.

DON ANTONIO:

Más quisiera
que fuera yo su esposo, y compañía,
quiéresme hacer un bien, y ponme luego
mil hierros, mil cadenas, mil prisiones.

DOROTEA:

Antes tú con las tuyas me los pones.

DON ANTONIO:

Déjame entrar, donde escondido vea
como aquel ángel bello se desnuda.

DOROTEA:

Si tú fueses tan cuerdo, que escondido
estuvieses callando, hasme obligado
de suerte con tu amor y con tus dádivas,
que en su propio aposento te pusiera.

DON ANTONIO:

Plega a Dios, que si yo, si mis deseos,
si mis pies, si mis manos, si mi boca
se moviere jamás, que nunca tenga
ventura en cosa que la mano ponga.

DOROTEA:

Pues yo quito el aldaba de la puerta.

DON ANTONIO:

Entra Lope.

LOPE:

¿Qué haces?

DON ANTONIO:

Ya está abierta,
¿agora es tiempo de mirar en eso?

LOPE:

El cielo te dé próspero suceso.
(Vanse, y salen LEONOR con un escudero.)

LEONOR:

Aunque he de dormir sin gana,
ya es hora de recoger.

ESCUDERO:

No vengo más que a saber
lo que has de comer mañana.

LEONOR:

Nunca solas las mujeres
nos solemos regalar.

ESCUDERO:

Fresco vendrá de la mar,
si de este regalo quieres,
y en casa hay una perdiz.

LEONOR:

Comprad lo que gusto os diere,
y id con Dios.

ESCUDERO:

Él te prospere.
(Vase.)

LEONOR:

Echad hola ese tapiz;
la ocasión de desnudarme
sola me incita a pensar
cosas, que darlas lugar,
bastaba para matarme,
Válgate Dios por mozuelo,
si le puedo echar de mí,
cuando yo te hablé y te vi,
pacífico estaba el cielo,
bien me pareces, confieso
para mí, que me agradara
de tu talle y de tu cara,
no siendo en mi honor exceso.

LEONOR:

Si yo casada no fuera,
diera lugar a tu amor;
pero casada mi honor,
dice que te deje afuera.
Perdona, y no estés enfermo
de imposibles, pues te basta
decir una mujer casta,
que hablando en ti no me duermo.
De qué sirven las sangrías
que Dorotea me cuenta,
no pongas sangre a mi cuenta,
que no son heridas mías.
Lástima tengo de ti,
pero ¿qué te puedo hacer?
Por allí siento toser,
hola, ay Dios, ¿quién está ahí?

(Sale DON ANTONIO.)

DON ANTONIO:

Quién puede ser sino yo,
el que es digno de la muerte.

LEONOR:

¡Jesús!

DON ANTONIO:

Mi señora, advierte,
que amor me enseñó y forzó,
ya estoy aquí.

LEONOR:

Yo soy muerta.

DON ANTONIO:

Vesme aquí echado a tus pies.

LEONOR:

Cierta mi deshonra es,
y mi desventura es cierta,
hombre, ¿quién te puso aquí?,
¿eres por dicha hechicero?

DON ANTONIO:

Un hombre soy que te quiero,
y que me muero por ti.

LEONOR:

Mi mulata me ha vendido,
oh esclavos quien os desea,
en lo que yo estoy se vea.

DON ANTONIO:

Confieso que esclava ha sido;
pero ese esclavo soy yo,
que lo soy de tu hermosura.

LEONOR:

¿Quién hay que viva segura?
Hombre, tu amor me mató.

DON ANTONIO:

De ser esclavo no huyó,
tú sola mi dueño eres,
tuyo soy, tú no me quieres,
esclavo soy, pero cúyo.
Ya estoy aquí, ya me ha dado
fortuna aqueste lugar,
sé querer y sé callar,
sirviendo a quien me ha comprado.
¿A quién amor no obligó?
Pues si tanto amor no pagas,
aunque más favor me hagas,
eso no lo diré yo.
Ten piedad dulce bien mío,
de este esclavo que te adora,
amor me mandó, señora
hacer este desvarío.
Esto fue causa, que yo
lo pierda por emprendello
para no faltar a aquello,
que cuyo soy me mandó.

DON ANTONIO:

Que miras pues claramente
se ve mi verdad en mí,
tuyo soy y tuyo fui,
y lo seré eternamente,
mi dueño es el rostro tuyo,
y es con él tanta mi fe,
que nadie le ve y me ve,
que no diga que soy suyo.

LEONOR:

¿A mi señor don Antonio
me han vendido mis criados?
De vuestros justos cuidados
no quiero más testimonio,
que ver si me obedecéis;
porque tratar de enojarme,
ya veo yo que es cansarme,
para que vos descanséis.
No ha mucho que me habéis visto,
no estaréis muy a la muerte,
ni me doy por no ser fuerte,
ni a vuestro amor me resisto,
ni os despido, ni os recibo,
ya estáis aquí presto es,
amor lo ha de hacer después,
corra el tiempo fugitivo,
no me forcéis a disgusto,
que bien me sabré matar,
vos sois el que me ha de honrar,
vos quien procure mi gusto.

LEONOR:

Salid de casa esta vez,
que yo saldré a la ventana,
muy rendida y cortesana,
donde el amor sea juez
de la causa de los dos,
y si hablando me vencéis,
como es razón entraréis,
que os quiero yo abrir a vos,
ni es justo que a tal mujer
fuerce un hombre por engaño.

DON ANTONIO:

Bien sé que intento mi daño,
mas tengo de obedecer,
mi amor es pura verdad,
yo os amo, si es vuestro gusto,
eso solamente es justo,
señora, con Dios quedad,
piérdase tal ocasión,
todo se pierda, esto es hecho.

LEONOR:

Obligado habéis mi pecho
a más que honesta afición.
(Vase DON ANTONIO.)
¿Dorotea, Dorotea?
(Sale DOROTEA.)

DOROTEA:

Ya sé que me has de reñir,
y desde perra decir
hasta la cosa más fea,
¿qué quieres? Yo vi llorar,
yo desmayar, yo razones,
yo soy mujer.

LEONOR:

Tú me pones
a donde me han de matar,
¿abriste?

DOROTEA:

Ya quedan fuera
don Antonio y su lacayo.

LEONOR:

Toda me pierdo y desmayo,
mi propia sombra me altera,
ya no te quiero reñir,
ya no me quiero quejar,
mas tengo que remediar,
que tengo que resistir,
¿qué hombre es este?, ¿qué haré yo?

DOROTEA:

¿Agora después que es ido?

LEONOR:

La voluntad ha rendido;
pero la persona no.

DOROTEA:

Rendida la voluntad,
que es del alma la potencia,
quizá de más excelencia,
pues manda la libertad
del cuerpo no hay que hacer caso.

LEONOR:

Hablarle quiero en la reja.

DOROTEA:

Él en la calle se queja.

LEONOR:

Pues abre los marcos, paso.

DOROTEA:

Esa es buena resistencia.

LEONOR:

¿Mi obstinación contradices?

DOROTEA:

Esto me huele a perdices,
somos mujeres, paciencia.

(DON ANTONIO y LOPE en la calle.)

LOPE:

¿Quién sino tú pudo hacer
cosa tan desatinada?

DON ANTONIO:

Desnuda Lope la espada,
mátame.

LOPE:

Pudiera ser,
viose tan gran cobardía
solo en su aposento y todos
dando ocasión de mil modos
a tu amorosa porfía,
y tú gallina salir;
¿por que ella te lo mandó?

DON ANTONIO:

¿Pude yo forzarla?

LOPE:

No,
pero intentarlo o morir,
¿querrías que te rogase?
Advierte que las mujeres
resisten a sus placeres,
cuanto lo posible pase;
pero en fin no son de piedra.

DON ANTONIO:

Es verdadero mi amor,
que con su loco furor
estas calles desempiedra,
muera, padezca, suspire,
mi amor es honra, es verdad,
es llaneza, es voluntad.

LOPE:

Es el rollo que te estire.
Cuerpo de tal con el hombre.

(A la ventana LEONOR.)

LEONOR:

¡Ah caballero!

DON ANTONIO:

¿Quién es?

LEONOR:

Quien os quiere hablar después,
aunque el después os asombre.

DON ANTONIO:

Quien antes su bien perdió,
¿qué tiene ya que esperar?
Hacedme abrir.

LEONOR:

No hay tratar
de abrir, la ocasión pasó,
llegad cerca y hablaremos,
que no es poco.

DON ANTONIO:

Muerto soy.

(Salen BALDIVIA y HERNANDO.)

BALDIVIA:

No pensaron vernos hoy.

HERNANDO:

Presto negociado habemos.

BALDIVIA:

Si tan presto no saliera,
esta jornada escusara,
que a Sevilla en fin llegara
el propio y nuevas me diera
de que se desembargó
mi hacienda en Cádiz.

HERNANDO:

¿Qué es esto?

BALDIVIA:

¿Gente, Hernando, en este puesto?

HERNANDO:

Detente, que pienso yo
que algún requiebro será
desta mulata habladora.

BALDIVIA:

Sospecho que es su señora
la que a la ventana está.

HERNANDO:

No lo creas.

BALDIVIA:

Ya me han visto,
y la ventana han cerrado,
¿quién será aqueste embozado?,
¿cómo mi infamia resisto?

DON ANTONIO:

Lope, ¿quién es esta gente?

LOPE:

No lo sé, por Dios, señor.

DON ANTONIO:

¿Volverá a salir Leonor,
luego que de aquí se ausente?

LOPE:

Téngolo por cosa cierta
que la he sentido picada,
que la mulata es taimada,
y está acechando a la puerta.

BALDIVIA:

Fingirme justicia quiero
por no deslustrar mi honor
para conocer mejor
Fernando este caballero;
ténganse al Rey.

DON ANTONIO:

Nadie aquí
le deja de obedecer,
y más quien lo sabe hacer
con la sangre que hay en mí.

BALDIVIA:

Alguacil de Corte soy,
vengo con su Majestad,
las armas manifestad.

DON ANTONIO:

Rendidas al Rey las doy;
pero donde el Rey está
es Corte, y así no hay queda.

BALDIVIA:

Sí, pero el andar se veda
sin que se sepa, ¿quién va?

DON ANTONIO:

Don Antonio Altamirano
soy, ¿queréis más?

BALDIVIA:

No señor,
pero sería mejor
el recogeros temprano,
que esta casa donde habláis
tiene dueño, que por Dios,
que es tan bueno como vos.

DON ANTONIO:

Yo pienso que os engañáis;
porque a caso me paré
a hablar con cierta mulata,
porque en la calle me mata
otra cosa que yo sé.

BALDIVIA:

Idos, señor, a acostar,
y mirad si ¿tenéis gusto
que os acompañe?

DON ANTONIO:

No es justo,
yo os tengo de acompañar.
(Vase DON ANTONIO y LOPE.)

BALDIVIA:

Id con Dios.

DON ANTONIO:

Adiós.

BALDIVIA:

Adiós,
maldiga Dios mi paciencia.

HERNANDO:

¿Pues queda otra diligencia,
sino es mataros los dos?

BALDIVIA:

Llama a esa puerta, ¡ay de mí!
que procuro informaciones
cuando delante me pones
lo que con mis ojos vi.
Honra, ¿qué es esto?, ¿qué quieres?,
¿a qué aguardas?, ¿ya no ves
lo que puedes ver después?
¡Esta fe guardan mujeres!

BALDIVIA:

¡Esto en el mundo se usa!
¿Esto es honra?, ¿esto es lealtad?,
¿que con decir voluntad
hallan la sombra y la escusa?
¿Esto Leonor te debía
mi pura fe?, ¿mi amor? ¿tal,
que al ser de alma inmortal
juró que vencer tenía?
Ha Dios, ¿quién fue aquel primero
que el honor del hombre puso
en la mujer, y dispuso
que le limpiase el acero?
No sé si te quiero mal;
porque las cosas que veo
queriéndote bien, no creo
que no hay desatino igual,
¿llamaste?

HERNANDO:

Ya en la ventana
mi señora respondió.

BALDIVIA:

Abre Leonor, que soy yo.

LEONOR:

Esa diligencia es vana,
vete con Dios caballero,
y agradece que no pasa
algún dueño desta casa,
mientras a su dueño espero,
que si él estuviera aquí,
respetaras de otra suerte
las puertas.

BALDIVIA:

Qué bien me advierte
de lo que agora temí,
¿si lo finge por saber
que soy yo? Pero no hará,
amor de su parte está,
como eso vendré a creer;
por dicha este mozo loco
la sigue como atrevido,
necio por celoso he sido,
teniendo a Leonor en poco.
A mi bien yo soy, mirad
que me vuelvo del camino,
llegué a Coria, y allí vino
un propio, oíd, esperad,
no cerréis.

LEONOR:

¡Ay Dios!, ¿quién es?

BALDIVIA:

Vuestro esposo, mi Leonor.

LEONOR:

¡Jesús!, que vos sois señor,
abre Constanza, hola Inés,
Dorotea dónde estáis.

BALDIVIA:

Las tres leguas he corrido
por tierra.

LEONOR:

Dichosa he sido,
y en la resistencia más.

(Éntranse, y queda BALDIVIA solo.)

BALDIVIA:

En duda de mis celos honra grave,
mejor es inclinarme a mi sosiego,
si los celos son lince, amor es ciego,
y no quiere buscar lo que no sabe.
Si voy seguro al puerto con mi nave,
¿quién me vuelve a la mar cuando ya llego?
Pero, ¡ay de mí!, que si en el alma hay fuego,
¿qué importa que los ojos tengan llave?
No son de hombre discreto estos oficios,
aunque con el temor el honor lucha,
que averiguar los celos por indicios,
o sea con razón pequeña, o mucha,
es como quien escucha por resquicios,
que le pesa después de lo que escucha.
(Vase.)

(Salen DON JUAN y FINARDO.)

FINARDO:

¿Que vos venís con ese pensamiento
en casa de don Pedro?

DON JUAN:

Aquí le aguardo,
que desde aquella noche arderme siento
por doña Ana bellísima, Finardo,
trató Leonardo aqueste casamiento.

FINARDO:

¿Y qué le respondieron a Leonardo?

DON JUAN:

Que don Pedro su padre quería verme.

FINARDO:

¿Y ella por dicha a vuestro intento duerme?

DON JUAN:

No sé, mas sé que todos estos días,
desde la noche que a su casa fuimos
del Capitán Baldivia, y las porfías
de su discreto proceder vencimos,
mudo le ha dicho las razones mías.

FINARDO:

Luego ¿decir podremos que venimos
a casaros Baldivia y yo?

DON JUAN:

Sospecho
que muy presto se hará si no está hecho,
don Pedro es este.
(Sale DON PEDRO.)

DON PEDRO:

Dile cuando venga,
que tengo que le hablar.

DON JUAN:

Dadme esas manos.

DON PEDRO:

¿Es el señor don Juan?

DON JUAN:

Y el que desea
honrarse de serviros.

DON PEDRO:

Informado
de vuestras partes he deseado veros,
que tengo tanto amor a esta muchacha
que quiero contentar también los ojos,
como están de la fama los oídos.

DON JUAN:

Yo soy esto que veis, pero sospecho
que lo que falto en esto, suplir pueden
la voluntad de padres que he tenido.

DON PEDRO:

Así es verdad, y que os volváis os pido;
porque mañana en gradas o en la lonja
os hablaré muy claro y sin lisonja.

DON JUAN:

¿Qué hora?

DON PEDRO:

Entre diez y once.

DON JUAN:

Allí espero.

FINARDO:

¿Hasle agradado?

DON JUAN:

Temo que no agrado,
porque el temer y amar corren parejas.

FINARDO:

Satisfecho presumo que le dejas.
(Vanse los dos.)

DON PEDRO:

Corren los días, y el que ya los pasa,
si es cuerdo el fin que ha de llegar previene,
mira las prendas que en su casa tiene,
que es bien partiendo, concertar la casa.
Rómpese la coluna, mas la basa
en pie se queda, y aumentarse viene
el edificio que el honor contiene,
sino es que el tiempo hasta el cimiento abrasa.
Dos hijos tengo que me dan enojos,
hasta que su remedio se concierte;
porque son de mis ojos los despojos.
Esto el partir y la razón me advierte,
porque como los hijos son los ojos,
conviene concertallos con la muerte.

(Sale JULIO.)

JULIO:

Señor, aquí está un criado
de un indiano que a buscarte
viene con cierto papel.

DON PEDRO:

No es hora ya de cansarme,
di que te le dé y se vuelva.

JULIO:

Voy.
(Vase.)

DON PEDRO:

No hay cosa que me canse,
como negocios de hacienda,
yo todo lo dejo aparte,
el remedio de mis hijos,
y mi sucesión se trate.

(Sale JULIO.)

JULIO:

Este es, señor, el papel.

DON PEDRO:

Muestra.

DON ANTONIO:

¿Aquí estaba mi padre?

LOPE:

Leyendo un papel está,
mira los gestos que hace.

DON ANTONIO:

Será cosa de dineros,
que su avaricia es notable.

DON PEDRO:

¿Antonio está en casa? Hola,
¿está Antonio en casa, pajes?

DON ANTONIO:

¿No me ves en tu presencia?

DON PEDRO:

No es posible que tú andes
en pasos de hombre de bien,
¿quieres por dicha matarme?
Si querrás, y lo peor
habrá de ser que te maten,
mira, mira este papel.

DON ANTONIO:

¿Qué papel?

DON PEDRO:

Escucha aparte
y verás a que me obligan
tus locas temeridades.
Cuando un hijodalgo, y tan honrado como yo llega a esto, bien creeréis lo que le obliga; don Antonio solicita una mujer virtuosa, que lo es mía, mandalde que no lo haga, que por vida del Rey que le he de disparar un arcabuz.
El Capitán Baldivia.
¿Qué te parece?

DON ANTONIO:

Señor,
este es un loco arrogante,
que tiene celos del viento.

DON PEDRO:

Hijo, mira lo que haces,
que estas palabras y avisos
no son de pecho cobarde,
sino de quien tiene honra,
y para no deshonrarse
te previene desta suerte,
por mi vida que no pases
por su calle, que en sabiendo
que has pasado por su calle,
no has de estar más en Sevilla.
Muy bueno ha sido cansarme
en procurarte una Cruz,
que ese lado izquierdo esmalte,
y juntamente con ella
tan altamente casarte,
como concertado queda,
para que tú cuando sabes
los pasos que doy por ti,
los des en hazañas tales.
Este Capitán Baldivia,
¿quién es?

DON ANTONIO:

No puedo informarte
más de que es loco y celoso.

DON PEDRO:

Pues bien dices, eso baste,
que de celos y locura,
quién habrá que no se guarde,
él avisa, en que no muestra
que es loco, y con avisarte
ha cumplido con su honor.

DON ANTONIO:

Qué bien sus locuras sabes.

DON PEDRO:

Entre allá desvergonzado,
y el alcahuetejo infame
del lacayo de Castilla.

LOPE:

Yo, señor, no soy notante
de sus paseos y gustos.

DON PEDRO:

Ahora bien, él almohace
los caballos noramala,
y ande allá con sus iguales;
él rece y sepa que es hombre,
y que no hay hombre tan grande,
que el polvo de un pistolete,
a dos pasos no le alcance.
(Vase.)

DON ANTONIO:

Perdido soy.

LOPE:

Esto es hecho,
que ya Baldivia lo sabe.

DON ANTONIO:

Agora adoro a Leonor.

LOPE:

¿A Leonor?

DON ANTONIO:

Aunque me maten.