La virtud y la visión

Nuevas fábulas
La virtud y la visión​
 de Felipe Jacinto Sala



La frente humilde, y con la fe en el alma,
velada de modestia,
la virtud caminaba tristemente
por agrio valle y espinosa senda.
Sensible al mal ajeno,
iba vertiendo el bien a manos llenas,
y daba sus cuidados al enfermo,
su amparo tutelar a la inocencia,
al dolor el aroma del consuelo,
y el óbolo piadoso a la miseria.
Los justos la ensalzaban en sus preces;
los pobres bendecían su clemencia,
pero también, en su afanosa vida,
¡qué de luchas sangrientas!
La ingratitud inicua
la hería a traición y con bajeza;
los vicios todos, trémulos de enojo,
llenábanla a su paso de blasfemias.
¡Desdichada mujer! débil y sola,
hubiera sucumbido a sus tristezas
si un ángel protector, constantemente,
no velara por ella.
Cada vez que al clamor de tanto ultraje,
como abrasada de mortal centella,
caía sin sentido, una voz dulce,
la decía: -«¡Valor; sufre y espera!»-
Y una sombra invisible restañaba
la sangre que manaba de sus venas,
y la alentaba a perdonar injurias,
y a seguir su camino de asperezas.
Al subir por el áspero Calvario,
la mitad de su cruz llevaba a cuestas,
y la mostraba la empinada cumbre,
glorioso fin de su amargura negra.
¿Quién era esa visión? No lo sabía;
vanamente intentaba conocerla;
incolora a la luz, vaga, impalpable,
parecía un fantasma, una quimera;
sólo en la oscura silenciosa noche,
se la fingía viva en su presencia
y en estrellado cielo la veía,
radiante de belleza,
con espléndidas alas de querube,
con nevado cendal y faz risueña.
Más tarde, ya ganada la alta cima,
exánime y sin fuerzas,
en el seno amoroso de aquel ángel
la Virtud reclinaba la cabeza.
-«Visión hermosa, que mi fe alentaste!
-la decía;- ¡mi santa consejera!
»¡Faro divino, que alumbraste siempre
»mis pasos en la tierra!
»Dame que pueda bendecir tu nombre;
»¡yo me siento morir!... Haz que te vea.
»¿Quién eres que me besas cariñosa
»en esta hora para mí suprema;
»que enjugas el sudor de mi agonía,
»y la paz de otra vida me revelas?»-
La sombra tomó cuerpo,
y apareció sublime de pureza.
-«Humano ser o espíritu celeste;
»por piedad, di, ¿quién eres?»-
-«Tu conciencia.»-





La Virtud sonrïó; cerró los ojos,
tranquila y satisfecha,
y en brazos de la muerte,
dando un suspiro, se durmió serena.