La vida de Rubén Darío: XXI

De mi entrevista con el Ministro de Relaciones Exteriores y con el de Hacienda resultó que por disposición presidencial se me hizo, como en San Salvador, director y propietario de un diario de carácter semioficial. A los pocos días, salía el primer número de El Correo de la tarde.

Era el general Barillas un presidente voluntarioso y tiránico, como han sido casi todos los presidentes de la América Central. Se apoyaba, desde luego, en la fuerza militar, pero tenía cierta cultura y excelentes rasgos de generosidad y de rectitud. Uno de sus ministros era Ramón Salazar, literato notable, de educación alemana. La guerra se inició, pero concluyó felizmente al poco tiempo. El poder de los Ezetas se afianzó en San Salvador por el terror. En cuanto a mí, hice del diario semi-oficial una especie de cotidiana revista literaria. Frecuentaba a don Valero Pujol, uno de los españoles de mayor valor intelectual que hayan venido a América y cuyo nombre, no sé por qué, quizás por el rincón centroamericano en que se metiera, no ha brillado como merece. Viejo republicano amigo de Salmerón y de Pí y Margall, creo que fue, durante la república, gobernador de Zaragoza. En Guatemala era y es todavía el Maestro. Ha publicado valiosos libros de historia y tres generaciones le deben sus luces. Era director de la Biblioteca Nacional el poeta cubano, José Joaquín Palma, hombre exquisito y trovador zorrillesco. Es aquél autor de cierta poesía que se encontró entre los papeles de Olegario Andrade y que se publicó como suya, averiguándose después que era de Palma.

Tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de trópico, que hizo entonces sus primeras armas. Se llamaba Enrique Gómez Carrillo. Otro joven, José Tible Machado, que escribía páginas a lo Bourget, el Bourget bueno de entonces, y que después sería un conocido diplomático y actualmente redactor de Le Gaulois, de París, y otros.

Hice lo que pude de vida social e intelectual, pero ya era tiempo de que viniese mi mujer y acabásemos de casarnos. Y así, siete meses después de mi llegada, se celebró mi matrimonio religioso, siendo uno de mis padrinos el doctor Fernando Cruz, que falleció después de ministro en París.