La ventana
Oh temps évanouis! O splendeur éclipsées,
Oh soleils descendus derrière l'horizon!
Al frente de un balcón, blanco y dorado, obra de nuestro siglo diez y nueve hay en la estrecha calle una muy vieja ventana colonial. Bendita rama adorna la gran reja, de barrotes de hierro colosales, que tiene en lo más alto un monograma hecho de incomprensibles iniciales. A la lumbre postrera del sol en occidente, ¿quién no espera, mirar allí, sombría, medio perdida en la rizada gola, la cabeza severa de algún oidor, o los oscuros ojos de una dama española de nacarada tez y labios rojos, que al venir de la hermosa Andalucía a la colonia nueva el germen de letal melancolía por el recuerdo de la patria lleva? ¡Pero no, ni las sombras le han quedado de los que vio perderse en el pasado; loca turba infantil la invade ahora, uno ríe, otro llora; a la palma bendita la niña arranca retejida rama, y mientras uno al compañero llama con incansable afán el otro grita. No guarda su memoria de la ventana la vetusta historia y sólo en ella fija la atención el poeta, para quien tienen una voz secreta los líquenes grisosos que al nacer en la estatua alabastrina, del beso de los siglos son señales, y a quien narran poemas misteriosos las sombras de las viejas catedrales! Hoy hace más de un siglo, ha muchos años, ella escuchó la cántiga española que tristes desengaños, o desventuras amorosas narra de la alta noche en la quietud serena, acompañada en la gentil guitarra, por noble caballero a quien tornara con la estrofa grata el recuerdo de alegre serenata dada en la aristocrática Sevilla, cabe el Guadalquivir, do en claras noches la calada Giralda se retrata y la luz de la luna limpia brilla. La brisa, dulce y leve, como las vagas formas del deseo, llevó al pasar por los barrotes duros, aroma de azahares y de lirios, en las risueñas fiestas de himeneo, juramentos de amor, santos y puros, de mortuorios cirios el triste olor, las plácidas historias, conque la noble abuela al rubio nieto adormeció en la cuna y la oración que hacia los cielos vuela suave como los rayos de la luna. Inútil, allí, a solas, ella miró pasar generaciones, como pasan, con raudo movimiento, sobre la playa las marinas olas en la sombra los coros de visiones y las aristas leves en el viento; y ora mira la turba de los niños de risueñas mejillas sonrosadas, que al asomar tras de la fuerte reja sonriente semeja un ramo de camelias encarnadas! ¡Ay! todo pasará, -niñez risueña, juventud sonriente, edad viril que en el futuro sueña, vejez llena de afán... ... Tal vez mañana, cuando de aquellos niños queden sólo las ignotas y viejas sepulturas aún tenga el mismo sitio la ventana.
Agosto 1º de 1883.