La vara de Moisés
La vara de Moisés, envanecida,
decía al pueblo hebreo:
-«Oye, Israel; si por decreto santo,
»buscando lenitivo a tu quebranto,
»volvieses a la tierra prometida,
»no corones con lauro
»la frente de Moisés, ni del Levita;
»el triunfo de tantísimo prodigio
»y la gloria infinita
»de los hechos que un día te asombraron
»se deben solamente a mi prestigio.
»Yo destruí los móviles arteros
»de aquellos hechiceros
»que a Faraón falaces engañaron
»con sus encantos y su ciencia impía.
»Yo los hierros rompí con que te ataron
»en duro cautiverio;
»yo, cumpliendo un sublime ministerio,
»que me llena de orgullo todavía,
»te abrí paso en las aguas del Mar-Rojo,
»que cruzaste a pie enjuto,
»cuando el egipcio, esparramando luto
»y respirando sangre,
»de cerca, con furor, te perseguía.
»Yo atraje a tus contrarios,
»moviendo su venganza y su egoísmo,
»ganosa de salvarte;
»y cuando ya sus huestes belicosas
»creían alcanzarte,
»yo desaté las olas procelosas
»y las hice tragar por el abismo.
»Yo luego, en el desierto,
»a tus ruegos mostrándome clemente,
»herí la dura piedra,
»que convertida en regalada fuente
»dio el agua en abundancia
»que tu sed apagó. Después, más tarde...»-
-«¡Oh! basta de jactancia;
-dijo una voz.- No así, tan falsa, arguyas
»hazañas meritorias;
»ni revindiques glorias
»que nunca fueron tuyas;
»desciende de ese trono
»en que te diste inmerecido asiento.
»Tú no obraste jamás ningún portento,
»débil caña indiscreta;
»tú solamente fuiste el instrumento
»del Cielo y del Profeta.»-