La tradición de Pavón: 3

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

III

Sordo rumor lejano primeramente, aumentando luego, creciendo y creciendo hasta retemblar toda la tierra, se aproxima, llega y pasa como tromba devastadora. Espeso terragal entenebrece los aires, y gritos, ayes y exclamaciones aumentan confusión. ¡Es la caballería de Buenos Aires que se dispersa! A pesar de rebalsar las dos alas de la contraria, deserta del campo sin disparar un tiro ni cruzar una lanza.

El Comandante Ortega en su última noche había dicho en el fogón de la gran guardia avanzada, desconfiando de milicos novatos, los mismos que dispararan en Cepeda:

— Al soldado que dispare debe rasurársele un bigote, semejando el castigo con que Wéllington afrentó los cazadores ingleses, vistiéndoles con polleras en España, al doblarse frente las águilas imperiales.

Y ambos jefes, éste y el Coronel Benavente, beneméritos en la Cruzada Libertadora con Lavalle, cayeron los primeros al arrojarse á detener fugitivos. Estaba reservado al decano hoy del ejército argentino, Teniente General Alvarez, volver el lustre de la caballería porteña sobre el extranjero, reviviendo las hazañas de los Granaderos de San Martín con el regimiento de ese nombre y en los cenagosos esteros paraguayos.

Las infanterías, calzando guantes blancos jefes y oficiales, sonreían con desprecio al ver desapareciendo el poncho flotante que corría á esconderse en los confines del desierto.

Ese primer contraste lejos de ser precursor de otra derrota, sirvió para hacer resaltar el triunfo de los disminuidos, pero no apocados. No á pie firme, sino con paso acelerado llegaron éstos á apoderarse de baterías á su frente, después de un fuerte cañoneo que conmovió la línea de los federales. El Coronel Paunero, jefe de Estado Mayor, recibió orden de avanzar con los batallones del centro, apoderándose de la infantería y cañones, secundado por los batallones al mando de los Coroneles Agüero y Mitre. Este saltando sobre un segundo caballo (muerto el primero por bala de cañón), trataba de persuadir con su voz de trueno á los entusiastas del 2.° de línea de que avanzando precipitadamente desviaban la muerte, pues descendiendo de la loma más pronto salvaban la zona peligrosa, cruzando las balas por elevación. El Comandante Gainza, espada y revólver en mano, enderezaba á caballazos los reclutas de Zarate y don Mateo Martínez ensayaba el «2 de Oros» para sus hazañas en la guerra de cinco años.


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Una hermosa carga de diez mil caballos lanzada á media rienda sobre la verde pampa pasó con alas de huracán entre torbellino de tierra: los clarines tocando a degüello, choque de vainas, retintín de espuelas, gritos y órdenes de mando, rozó el costado de los cuadros de la reserva, persiguiendo fugitivos la famosa caballería entrerriana, reguero de muertos y heridos; hombres y caballos rodaban en confuso tropel.