La situación económica
<< Autor: José Batlle y Ordóñez
Martes 15 de septiembre de 1891, EL DÍA
Editorial
LA SITUACIÓN ECONÓMICA
No ha faltado quien, hace pocos días aún, diseñara en la prensa espléndidas perspectivas del porvenir. La manera de discutir no podía ser más simple: exportábamos por valor de tanto al año, e importábamos por valor de tanto: la diferencia anual de seis u ocho millones, era saldo a favor de la República; nos enriquecíamos, pues, a razón de seis u ocho millones por año. Y esos millones, capitalizados, harían cada vez más grandes los saldos a nuestro favor. –La vaciedad de estas argumentaciones la hemos hecho notar ya anteriormente.
La diferencia entre la exportación y la importación es realmente esa, decíamos, en estos tiempos en que reducimos nuestros gastos a la menor expresión, privándonos de todo. Pero esa diferencia, ¿queda efectivamente en el país o se va tan pronto como ha llegado? –No debamos una contestación categórica; pero hacíamos notar la enorme exportación de oro que se produce anualmente en el país. Primero los intereses y las amortizaciones de nuestras deudas publicas; luego los dividendos o ganancias de las sociedades y propietarios que tienen su domicilio en el extranjero; en seguida el envío de pequeñas cuotas que hace mensualmente a los parientes que residen en el exterior la población extranjera radicada en el país, así como los pequeños o grandes capitales de los que se reempatarían; y la absorción de oro, por ultimo, que ha empezado a efectuar en nuestro país la República Argentina por las enormes ventajas que ofrece el cambio del papel. Hecha esta numeración, y no deseando que se nos tildase de pesimista, suponíamos aún que hubiera un saldo favorable al país. El hecho, al fin y al cabo, es que hay algunos millones de pesos oro en él, aún cuando no sea fácil resolver si provienen del exceso de la producción sobre el consumo, o de los grandes empréstitos que se han hecho.
¿Qué papel juegan esos millones que nos restan? ¿Dónde están ¿ Qué beneficios prestan a las industrias y al comercio? He ahí cuestiones dignas por todos los conceptos de la consideración de un hombre de estado. Sin pretender serlo, tratemos nosotros de resolverlas.
Por lo pronto los hechos culminantes, los hechos que saltan a los ojos y se entran en ellos, son estos: el país agobiado, empobrecido ,y abandonando sus industrias de día en día por falta de capitales para hacerlas fructificar ,-y esos pocos millones encerrados en fuertes cajas de hierro sordo a las necesidades públicas, y prontos solo a salir de ellas para comprar por uno lo que vale diez. –De un lado el hombre de progreso, que amante del país y confiado en la grandeza de su porvenir, ha invertido en tierras o en el planteo de industrias sus capitales; del otro, frente a él, el pequeño grupo de los hombres conservadores, a oro, sentados sobre sus bien cerradas cajas, con los brazos cruzados, esperando a que la posición de aquel sea insostenible para adquirir cuanto posee por un precio baladí ...Un diario ha dado como único remedio para esta situación, la paciencia y la fuerza de voluntad para esperar. Ciertamente es el mejor remedio para que esos capitales egoístas se apoderen de la mitad de la República.
La historia de uno es la historia de todos, y puede hacerse en pocas palabras, porque es bien sencilla. Ha confiado en el porvenir del país; ha querido contribuir a su engrandecimiento en la esfera de su actividad: -en consecuencia, ha empleado su capital, su riqueza en plantear una industria, por ejemplo. Aquello representa algo; aquello es un valor; cuando la obra esté concluida le servirá para obtener el capital necesario para ponerla en movimiento. El momento llega, por fin; pero el país esta empobrecido: el medio circulante; el capital que el necesita se ha ido al extranjero por las puertas que hemos enumerado al principiar estas líneas. Solo queda una pequeña parte; pero esa ha sido acaparada por algunas casas fuertes, cuyas puertas estan cerradas con siete llaves. -¿Qué hacer?... Espera – ¿Esperar, que?... Pasan los meses .Llegan los vencimientos de algunos compromisos contraídos. Las exigencias de la vida han aumentado esos compromisos. Y la forzosa inactividad continúa... Por fin, el hecho fatal y previsto se produce. El matillo de rematador cae sobre los materiales de la industria, y como no hay capitales con que pagarlos, la mejor oferta, aunque sea baja, bajísima como es la de los señores acaparadores de oro... Se ha cegado a una fuente de producción nacional! Un hombre progresista ha caído!... En cambio, ellos han hecho su botín!.
Y ni siquiera ser hombre de empresa es necesario para marchar derecho a la ruina. Basta tener algo. Un propietario por ejemplo. Sus inquilinos pagan, debido a la crisis, irregularmente. Su presupuesto se ha desequilibrado. Ha tenido, quizás, gastos extraordinarios. En fin , tiene deudas que es necesario solventar. No encontrará el dinero que necesita sino sobre hipotecas, aforando el bien hipotecado a bajísimo precio, y abonando un interés elevado. Ya está en camino. Llevara el vencimiento y se comprometerá más para evitar la ejecución. Podrá retardarla, pero no evitarla. El gavilán caerá al fin sobre su presa. La propiedad hipotecada quedara en sus manos por menos de nada. De estas historias hay una doquiera que se dirija la vista.
Es claro, es evidente que una situación económica de este género es insoportable y que el patriotismo debe protestar contra ella. Si. Pero es claro , es evidente, que los que hacen en ella su abundosa cosecha han de afanarse porque se perpetúe. Y es también claro que este empeño no ha de ser vano, desde que, si bien su numero es escaso, no son escasos los recursos de que disponen. Por lo pronto ejercen la dirección efectiva de todo el comercio importador; este le ejerce a su vez sobre el comercio al menudeo, y el comercio al menudeo sobre los consumidores, que son el país entero. Hemos visto lo que ha pasado recientemente con el papel del Banco Nacional. Agentes bancarios visitaron una a una las casas de comercio para recabar de ellas el compromiso de rechazar el papel. El dilema era sencillos: o aceptaban el compromiso o se les negaba todo crédito. –Aceptaban el compromiso: no había otros capitales en el país. Cobrarían a oro a los comerciantes al menudeo. Los comerciantes al menudeo tendrían que cobrar a oro al pueblo. El papel quedaba excluido de la circulación: un papel que tenía detrás de sí la garantía del Estado y que debía convertirse en breve. Desde entonces el predominio de los señores oristas ha sido cada día más absoluto y más desquiciador.
Y que predominio! Ni si quiera el aplauso de la opinión pública les ha faltado! La prensa misma que se llama independiente e ilustrada, les ha hecho el caldo gordo. Y es que esa prensa depende de ellos en gran parte, por las condiciones de su existencia. Órgano sin base de circulación entre el verdadero pueblo nacional, han tenido que contemporizar con la gran mayoría, con la totalidad casi de sus sostenedores, suscritores del comercio que a buenas y a malas se ven ligados a la suerte de los partidarios del oro. Así , la opinión pública se ha visto sofisticada, engañada , encaminada, con una venda sobre los ojos, en dirección totalmente opuesta a la de sus intereses bien entendidos por los órganos de publicidad precisamente en que depositaba su confianza. Y la opinión pública así mistificada, se han impuesto a su vez alguno de nuestros hombres de estado, más cuidadoso quizás de conservar una reputación inmaculada, que desde propender real y efectivamente a la felicidad y engrandecimiento de la República.
Los hechos han hablado, no obstante, con su elocuente lenguaje: el mal a llegado a su período agudo y la venda a empezado a caer de lo ojos. Se ha empezado a reconocer que es necesario ir en ayuda de la masa de la población nacional, expuesta a verse despojada por la usura. Se ha visto que ese amor oro inculcado por los interesados en que se le desee, porque ellos lo tienen, no es más que el amor a la propia perdición. Se empieza a mirar con malos ojos toda tentativa de nuevos empréstitos que no harían más que agravar nuestra situación. Se cree que los privilegios del Banco de Estado no deben entregarse al primer venido. Y a desaparecido ya la ciega adversión que antes reinaba hacia el papel moneda, que no es más que el crédito de la comunidad puesto en acción para el bien de todos sus miembros.
Los poderes públicos no pueden, por su arte, permanecer inactivos ante una situación que cada vez se hace más grave. Es necesario habilitar a la industria nacional, que ahora no hace más que retrogradar para que se desenvuelva y progrese. De lo contrario, la producción se aminorará de día en día; con la producción el bienestar público y las rentas nacionales y con la disminución de las rentas nacionales, nos veremos nuevamente en la imposibilidad de cumplir nuestros compromisos; los presupuestos que van a ponerse al día volverán a atrasarse, y el desequilibrio, y el desorden primaran en todas la esferas de la vida.