La serrana de la Vera

La serrana de la Vera
de Autor anónimo
Allá en Garganta la Olla,  
en la Vera de Plasencia,
salteóme una serrana,  
blanca, rubia, ojimorena.
Trae el cabello trenzado  
debajo de una montera
y, porque no la estorbara,  
muy corta la faldamenta.
Entre los montes andaba  
de una en otra ribera,	
con una honda en sus manos  
y en sus hombros una flecha. 
Tomárame por la mano  
y me llevara a su cueva;
por el camino que iba  
tantas de las cruces viera.
Atrevíme y preguntéle  
qué cruces eran aquellas,
y me respondió diciendo  
que de hombres que muerto hubiera.
Esto me responde y dice,
como entre medio risueña: 
Y así haré de ti, cuitado, 
cuando mi voluntad sea. 
Diome yesca y pedernal 
para que lumbre encendiera, 
y mientras que la encendía,  
aliña una grande cena;
de perdices y conejos  
su pretina saca llena,	
y después de haber cenado  
me dice: —Cierra la puerta. 
Hago como que la cierro,  
y la dejé entreabierta.
Desnudóse y desnudéme 
y me hace acostar con ella. 
Cansada de sus deleites 
muy bien dormida se queda,
y en sintiéndola dormida  
sálgome la puerta afuera.
Los zapatos en la mano  
llevo porque no me sienta, 
y poco a poco me salgo 
y camino a la ligera.
Más de una legua había andado 
sin revolver la cabeza, 
y cuando mal me pensé 
yo la cabeza volviera.
Y en esto la vi venir, 
bramando como una fiera,
saltando de canto en canto, 
brincando de peña en peña. 
Aguarda [me dice], aguarda, 
espera, mancebo, espera, 
me llevarás una carta 
escrita para mi tierra.
Toma, llévala a mi padre,  
dirásle que quedo buena. 
Enviadla vos con otro, 
o sed vos la mensajera.