La segunda parte de Lazarillo de Tormes/XI

Capítulo XI

Cómo, passado el alboroto del capitán Licio, Lázaro con sus atunes entraron en su consejo para ver lo que harían, y cómo enviaron su embaxada al rey de los atunes.


Esto passado, entramos en nuestro consejo para ver lo que haríamos. Algunos hubo que dixeron ser bien volvernos a nuestro alojamiento y hacernos fuertes en él, o contratar amistad y confederación con solos los que al presente teníamos por enemigos, y con vernos airados y ver nuestro gran poder, holgarían de nuestra amistad y nos darían favor. El parecer del bueno y muy leal Licio no fue este, diciendo que si esto se hiciesse que haríamos verdad la enemistad y mentira de nuestro enemigo, haciéndonos fugitivos y dexando nuestro rey y naturaleza, mas que era mejor hacerlo saber al rey nuestro señor; y que si su alteza fuesse bien informado de la mucha causa que hubo para lo hecho, mayormente aquella postrera y más peligrosa traición del traidor ser contra la voluntad y mando de su alteza, pues queriendo sobreser el negocio, como su alteza enviaba a mandar con el portero al alcalde, usó de mandado para que su maldad y no el querer del rey su señor fuesse cumplido. Y que visto esto por su alteza, y que no había sido desacato ni atrevimiento a su real corona lo hecho, sino servicio a su justicia debido, con este parecer nos arrimamos los más cuerdos.

Pues en este consejo acordamos de enviarle con quien bien lo supiesse a decir. Sobre quién había de hacer esto tuvimos diversos pareceres: porque unos decían que fuessen todos y le suplicassen se parasse a una finiestra a oír; otros dixeron que parecía desacato, y era mejor ir diez o doce de nos; otros dixeron que como estaba enojado, no se desenojasse en ellos. De manera que estábamos en la duda de los ratones cuando, pareciéndoles ser bien que el gato traxesse al pescueço un caxcabel, contendían sobre quién se lo iría a colgar. A la fin, la sabia capitana dio mejor parecer, y dixo a su varón que si servido fuesse, que ella sola con diez doncellas se quería aventurar a hacer aquella embaxada, y le parecía se acertaba el negocio: lo uno, porque contra ella y sus flacas servidoras no se había el real poder de mostrar; lo otro, porque ella, por librar a su marido de muerte, tenía menos culpa que todos; y lo demás, porque pensaba sabello tan bien decir, que antes le aplacasse que indignasse. A nuestro capitán le pareció bien, y a todos nosotros no mal. Y ella, apartando consigo a la hermosa Luna, que assí se llamaba la hermosa atuna su hermana, de quien ya diximos, y con ellas otras nueve, las mejores de hocicos y muy bien dispuestas, se fue a palacio, y llegando a las guardas, les dixeron hiciessen saber al rey cómo la hembra de Licio su capitán le quería hablar, y que su alteza le diesse a ello lugar porque convenía mucho a su real servicio, y para evitar escándalos y pacificar su corte y reino, y que por ninguna vía la dexasse de oír, y que si lo hiciesse haría justicia; porque ella y su marido, y los que con él estaban, lo pedían, y querían fuesse bien castigado el que culpado fuesse; y que si su alteza no la quería oír, que desde allí su marido Licio ponía a Dios por testigo de inocencia y lealtad, para que en ningún tiempo fuesse juzgado por desleal. Y de todo esto y lo demás que había de decir y hacer la señora capitana iba bien informada; y ella que sabía muy bien hablar, llegada al rey esta nueva, aunque muy airado estaba, mandó que le diessen lugar y entrasse segura. Y puesta ante él, haciendo el acatamiento, antes que començasse su habla, el rey le dixo: «¿Paréceos, dueña, que le ha salido a vuestro marido buena obra de entre las alas?» «Señor -dixo ella-, vuestra alteza sea servido de oírme hasta dar fin a mi habla, y después mande lo que servido fuere, y cumplirse ha todo lo mandado por vuestra alteza sin faltar un punto».

El rey dixo que dixesse, aunque tiempo de más reposo era menester para oírla. La discreta señora, cuerda y muy atentamente, en presencia de muchos grandes que con él estaban, los cuales a aquella sazón debían de estar bien pequeños, començando del comienço, muy por extenso dio cuenta al rey de todo lo que hemos contado, contando y afirmando ser assí verdad, y si un punto dello saliesse en todo lo que decía, fuesse della cruel justicia hecha, como de inventora de falsedad ante la real presencia; y assí mismo, Licio, su marido, y sus valedores fuessen sin dilación justiciados. El rey le respondió: «Dueña, yo estoy al presente tan alterado de ver y oír lo que se ha hecho; por agora no os respondo más de que os volváis para vuestro marido, y decille heis, si le parece estalle bien, que levante el cerco que sobre mí tiene, y dexe a los vecinos deste pueblo sus moradas; y mañana volveréis acá y daráse parte del negocio a los de mi consejo, y hacerse ha lo que fuere justicia».

La señora capitana, aunque desta respuesta no llevaba minutas, no le quedó en el tintero la buena y conviniente respuesta, y dixo al rey: «Señor, mi marido, ni los que con él vienen, no tienen cerco sobre vuestra real persona, y assí mismo, él ni nadie de su compañía en casa alguna ha entrado, sino en la de don Paver. Y assí los vecinos y moradores de aquí no se quexarán con razón que en sus casas les han hecho menos una toca. Y si están en el pueblo, es esperando lo que vuestra alteza les manda hacer, y para esto es mi venida. Y no quiera Dios que en Licio ni en los que con él vienen haya otro pensamiento, porque todos son buenos y leales»; «Dueña -dixo el rey-, por agora no hay más que responder».

Ella y sus dueñas, haciendo su debida mesura con gentil continente y reposo, se volvió a nosotros, y sabida la voluntad del rey, a la hora salimos de la ciudad con muy buena ordenança, y nos metimos en el monte; mas no muy muertos de hambre, porque dimos en nuestros enemigos muertos, y aún mandamos llevar a los desarmados bastimentos para nuestros tres o cuatro días, con quedar tanto que tuvo toda la ciudad y corte hartazgo, y mal pecado no rogassen a Dios que cada ocho días echasse allí otro tal nublado, guardando al que rogaba.

La ciudad desembaraçada de los nuestros, los moradores della cada cual se volvió a su posada, las cuales hallaron como las dexaron, y el rey mandó que le truxessen lo que en la posada del muerto gran capitán hallassen: y fue tanto y tan bueno, que no había rey en el mar que más y mejores cosas tuviesse, y aun fue esto harta parte para que el rey diesse crédito a sus maldades, por parecelle no podía tener lo que se halló con justo título, sino habido mal y cautelosamente, y hurtándoselo a él.

Después desto entró en su consejo, y como quiera que a do hay malos alguna vez se halla algún bueno, debiéronle decir que si era assí como la parte de Licio decía, no había sido muy culpado en su hecho, mayormente pues su alteza había mandado no hiciessen dél al presente justicia hasta ser bien informado de su culpa. Junto con esto, el portero que el mandato llevó, declaró la cautela que el cauteloso con él había usado; y cómo le metió en su posada y engañó diciendo estar ahí los jueces, y cómo no los dexó salir della, y la diligencia que hizo allí. Y los alcaldes ante el rey dixeron cómo era verdad que el capitán general les había enviado a decir que su alteza les mandaba que luego, a la hora, hiciessen la justicia, y por dar en ello más brevedad no le truxeron, como se suele hacer, por las acostumbradas calles; y que ellos, creyendo que aquel fuesse el mandado de su alteza, lo habían mandado degollar. Por manera que el rey conoció la gran culpa de su capitán y fue cayendo en la cuenta; y cuanto más en ello miraba, más se manifestaba la verdad.