La santa realidad
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¡Inés! Tú no comprendes todavía
el ser de muchas cosas.
¿Como quieres tener en tu alquería,
si matas los gusanos, mariposas?
Cultivando lechugas Diocleciano,
ya decía en Salermo
que no halla mariposas en verano
el que mata gusanos en invierno.
¿Por qué hacer a lo real tan cruda guerra,
cuando dan sin medida
almas al cielo y flores a la tierra
las santas impurezas de la vida?
Mientras ven con desprecio tus miradas
las larvas de un pantano,
el que es sabio, sus perlas más preciadas
pesca en el mar del lodazal humano.
Tu amor a lo ideal jamás tolera
los insectos, por viles.
¡Qué error! ¡Sería estéril, si no fuera
el mundo un hervidero de reptiles!
El despreciar lo real por lo soñado,
es una gran quimera;
en toda evolución de lo creado
la materia al bajar sube a su esfera.
Por gracia de las leyes naturales
se elevan hasta el cielo
cuando logran tener los ideales
la dicha de arrastre por el suelo.
Tú dejarás las larvas en sus nidos
cuando llegue ese día
en que venga a abrasarte los sentidos
el demonio del sol de mediodía.
Vale poco lo real, pero no creas
que vale más tampoco
el hombre que, aferrado a las ideas,
estudia para sabio y llega a loco.
Tú adorarás lo real cuando, instruida
en el saber de las cosas,
acabes por saber que en esta vida
no puede haber, sin larvas, mariposas.
¡Piensa que Dios, con su divina mano
bendijo lo sensible,
el día que, encarnándose en lo humano,
lo visible amasó con lo invisible!