La santa Juana, tercera parteLa santa Juana, tercera parteTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen don LUIS y CÉSAR,
como de noche
LUIS:
¿Hay más de eso?
CÉSAR:
¿Es esto poco,
don Luis, para obligaros
a la razón que os provoco?
¿No basta para apartaros
de ese pensamiento loco
el saber cuán adelante
ha estado mi amor constante
y que fui favorecido
poco menos que un marido
y mucho más que un amante?
¡En un año que he gozado
el dulce entretenimiento
que ya niega a mi cuidado,
mil veces mudé el asiento
desde la silla a su estrado,
y en él dando a mis amores
esperanzas en favores
de cintas, guantes, cabellos,
he alcanzado otros por ellos,
no sé si diga mayores.
Esto es cierto; averiguadlo,
y si veis que vuelve atrás
vuestro crédito, dejadlo.
LUIS:
¿Tenéis que decirme más?
CÉSAR:
Harto os he dicho, miradlo.
LUIS:
Ya lo he visto, y como es
el amoroso interés
feria de cambios y trazas,
sabéis mucho en sus trapazas,
que sois, César, ginovés.
Ya sé que vuestras porfías
por remediar vuestros daños
inquietan las dichas mías;
que son propios los engaños
en guerras y en mercancías,
y como es guerra el amor
y mercancía la mejor
que pone el gusto en su tienda,
por quedaros con la hacienda
dais hoy en enredador.
Pero no habéis de tener
mucha ganancia conmigo,
que es necio, a mi parecer,
quien fía de su enemigo
o cree a su mercader.
Doña Inés es principal
y discreta, y siendo tal,
cuando algún favor os diese
no haría cosa que estuviese
a su reputación mal,
y a hacerla vos, en efeto,
de cuatro eses con que han dado
fama al amante discreto,
la mejor habéis borrado,
que es la "ese" del secreto;
y a quien no sabe guardalle
hace bien en desprecialle
y echar de la voluntad
a quien, quizá sin verdad,
sus faltas echa en la calle.
CÉSAR:
Refrenad la lengua airada,
que en un caballero es mengua
el no tenerla enfrenada,
y contra una libre lengua
suele ser lengua la espada;
que no sin causa parece
lengua el acero que ofrece
venganza que a la honra sigue,
porque una lengua castigue
lo que otra lengua merece.
Y si el término os provoca
de mi trato cortesano,
responded por lo que os toca
con la lengua de la mano
y dejad la de la boca.
Yo ha un año que a doña Inés
pretendo y sirvo y después,
puede ser que por venganza
de celos o de mudanza,
que es mujer, y ella lo es,
dicen que da en admitiros
y en olvidarse de mí.
Yo he venido a persuadiros
con término honrado aquí,
mas pues no basto a advertiros
cosas que pusieran tasa
en el amor que os abrasa,
a ser más considerado,
hoy vengo determinado
a que no entréis en su casa.
Mi resolución es ésta,
la vuestra haced manifiesta
luego, que de no lo hacer,
la espada sola ha de ser
quien me ha de dar la respuesta.
LUIS:
A estar en otro lugar
y no en la calle y la puerta
de mi casa, sin hablar,
respuesta os diera tan cierta
como lo es vuestro pesar;
pero en otro más capaz
a vuestro amor pertinaz
responderé por borralle,
que es el reñir en la calle
llamar a quien ponga paz.
CÉSAR:
Yo no tengo sufrimiento
para tanta dilación,
y así, aquí vengarme intento.
LUIS:
Castigara mi razón
vuestro mucho atrevimiento.
Riñen.
Sale don DIEGO, viejo
DIEGO:
¿Qué es esto? ¿Agora pendencia,
y en la calle? Don Luis,
ten respeto a mi presencia.
Señor, tened, si os servís,
a mi vejez reverencia.
Loco, sosiégate ya,
mira que tu padre está
embotando a tu rigor
los filos. Señor, señor,
sosegaos.
LUIS:
Entraos allá,
padre, no deis...
DIEGO:
Tente inquieto.
LUIS:
Si os pierdo el respeto.
DIEGO:
Impida
mi amor tu enojo indiscreto.
LUIS:
¡Oh!
DIEGO:
No pierdas tú la vida
y piérdeme a mí el respeto;
y vos, señor caballero,
templad el airado acero;
si a esto un viejo padre os mueve
en esta agua, en esta nieve.
LUIS:
Ya yo os advertí primero
que no hace el valor alarde
cuando riñe donde acuda
gente que su vida guarde,
y que siempre pide ayuda
de aquesa suerte el cobarde.
Ya veis de eso prueba llana;
yo os avisaré mañana
donde, sin impedimento,
nos veamos.
CÉSAR:
Soy contento.
DIEGO:
De su mocedad liviana
algún mal suceso espero.
LUIS:
¡Oh, qué importuna vejez!
DIEGO:
Tenme respeto.
LUIS:
No quiero.
Vase don LUIS
DIEGO:
¡Quiera Dios que alguna vez
no lo pagues! Caballero,
no os vais, esperad un poco,
si con ruegos os provoco.
CÉSAR:
Ya yo os espero admirado
de que a padre tan honrado
desprecie un hijo.
DIEGO:
Es un loco.
CÉSAR:
Quien tan poca reverencia
tiene a su padre no hay duda
que morirá en la pendencia
mañana, pues en mi ayuda
ha de ser su inobediencia.
¿Qué es, señor, lo que mandáis?
DIEGO:
Que la causa me digáis
de este enojo. ¿Es por el juego?
CÉSAR:
Todo es uno, luego y fuego,
si una letra les mudáis;
fuego es amor, y amor es
ocasión de esta pendencia.
Yo quiero a una doña Inés,
tan bella, que en su presencia
el sol se postra a sus pies;
tan rica, que su caudal
es a su belleza igual;
tan noble, como notable
en hacienda, y tan mudable,
como bella y principal;
un año ha que la he servido
dando el fuego que me abrasa
tantas muestras, que he tenido
en su calle y en su casa
parabienes de marido;
porque, aunque es tal doña Inés,
la corte sabe quién es
mi linaje y la nobleza
que se iguala a mi riqueza.
DIEGO:
¿No sois César, ginovés?
CÉSAR:
Para serviros.
DIEGO:
La fama
que en Madrid todos os dan
tanto os celebra, que os llama
rico, discreto, galán,
y digno que cualquier dama
de vuestro amor sea testigo.
CÉSAR:
Hacéisme merced.
DIEGO:
No digo
sino sólo lo que sé.
CÉSAR:
Estos favores gocé
un año; pero, en castigo
de lo que nunca he pecado,
mudóse por persuadirme
la variedad de su estado;
mas, mujer y un año firme,
¿a quién no diera cuidado?
Supe que quien eclipsaba
la luz que mi amor gozaba
era don Luis; pedíle
me escuchase, persuadíle
cuán mal a su honor estaba
su pretensión amorosa,
porque amar a doña Inés
y no amarla para esposa
no es posible, y esotro es
empresa más peligrosa.
Fue la respuesta, en efeto,
no con el justo respeto
y valor que merecía
mi término y cortesía,
mas no hay enojo discreto;
obligóme a desafialle,
no reparando en que estaba
a su mesma puerta y calle;
llegastes, y aunque bastaba
vuestra vista a sosegalle,
hizo su cólera prueba
de la inobediencia nueva
con que ciego os respondió,
y quien a vos se atrevió,
¿qué mucho que a mí se atreva?
Éste es, señor, el suceso
y ocasión de esta pendencia.
DIEGO:
Luis es mozo y travieso;
y de su poca experiencia
se arguye su poco seso;
y pues en vos resplandece
lo uno y otro, si merece
obligaros mi vejez,
tened a raya esta vez
la furia que os embravece,
que yo haré que don Luis
no hable con esa dama
por quien con él competís.
CÉSAR:
Mal reprimiréis su llama,
pues que tan mal reprimís
la libertad con que os trata.
DIEGO:
No importa, que amor dilata
las leyes entre hijo y padre,
y en su rostro el de su madre,
que esté en el cielo, retrata.
Es mi único heredero,
y aunque me pierde el decoro,
no os espante si le quiero,
que en su juventud de oro
dora mi vejez su acero.
Si esta razón es bastante
no ha de pasar adelante,
César, aquesta quistión.
CÉSAR:
Como la reputación,
que a un hombre es tan importante,
no pierda en mí su valor,
y él deje su intento, digo
que, por serviros, señor,
desde hoy en nombre de amigo,
trueco el de competidor.
DIEGO:
Dadme esos brazos por él,
y de este enojo crüel,
una amistad nazca nueva.
CÉSAR:
Y el alma en ellos, en prueba
de que soy su amigo fiel
y hijo vuestro, si por vos
deja aquesta competencia.
DIEGO:
No la tendréis más los dos.
CÉSAR:
Yo fío en vuestra prudencia.
DIEGO:
Bien podéis.
CÉSAR:
Adiós.
DIEGO:
Adiós.
Vase CÉSAR
DIEGO:
Si la imagen al espejo
causa amor tan excelente,
como a la experiencia dejo,
siendo sólo un accidente
que pinta el cristal reflejo,
¿qué mucho llegue a querer
un padre a un hijo en quien ver
pueda, no como en cristal,
su retrato accidental,
sino su sustancia y ser?
No tengo más de este hijo
y si la vejez desea
hacer que en tiempo prolijo
su memoria eterna sea,
y, como Séneca dijo,
"Por eso el viejo edifica
para que en lo que fabrica
viva su memoria quede,"
¡con cuánta más razón puede
si en hijos su amor aplica
eternizar su blasón
sin que el olvido le ultraje,
pues solos los hijos son
para gloria de un linaje
su eterna conservación!
Mil travesuras consiento
a don Luis, y aunque siento
que lo hago mal, el amor
de las manos de el rigor
quita el castigo violento.
Salen LILLO y don LUIS
LILLO:
No estuviera yo delante
y de carrillo a carrillo
llevara un pasa volante
con que diera al diablo a Lillo
y olvidara el ser amante.
LUIS:
¿Eres valiente?
LILLO:
¿Eso dices?
¿No he hecho yo porque autorices
mis lacayas maravillas
que, como hay adoba sillas,
hay aquí adoba narices?
¿Qué cara no he sobreescrito
cual si fuera sambenito,
donde quien verlo desea
en sus puntadas no lea
Lillo me fecit escrito?
Vive Dios, si el ginovés
delante de mí te hablara
que de un tajo o de un revés
la cabeza le envïara
rodando hasta doña Inés.
LUIS:
¡Ay, fanfarrón!
LILLO:
No profeso
menos que hazañas...
DIEGO:
¿Qué es eso,
Luis? ¿Dónde vos tan tarde?
LUIS:
Voy a buscar un cobarde.
DIEGO:
Si fueras a buscar seso
no hicieras mal. ¿Qué locuras
son estas que, a mi pesar,
y por matarme procuras?
¿Qué es esto? ¿En qué han de parar,
Luis, tantas travesuras?
¿Por qué usas mal de mi amor?
¿Por qué malogras la flor
de tu edad desbaratada
para que, en agraz cortada,
me des vejez con dolor?
Trújete de Torrejón,
donde naciste, y mi hacienda
te ha dado su posesión
por verte correr sin rienda
tras una loca afición
de una villana, instrumento
de mi deshonra y tormento,
pues de suerte te ha cegado
que me dicen que la has dado
palabra de casamiento.
Este peligro evidente
remedié, que tu muerte era,
porque en Torrejón su gente
ni libertades espera
ni atrevimientos consiente.
DIEGO:
Trújete a Madríd, y apenas
limpié a mis primeras penas
el llanto, cuando ya fundas
mi muerte con las segundas,
que darme la muerte ordenas.
Como sin madre quedaste
en edad tierna y temprana,
casi en brazos te crïaste,
Luis, de la Santa Juana,
en quien mejor madre hallaste.
No te espantes si me espanta,
hijo, que de virtud tanta
sacases tan poco seso
y salieses tan travieso
de los brázos de una santa;
aunque de esta justa queja
tu contraria inclinación
desengañado me deja,
que no es oveja el león
por darle leche una oveja.
En cuantas cartas me escribe
esta santa me apercibe
el riesgo y peligro en que anda
quien como tú se desmanda
y tan sin prudencia vive.
Dice que no te consienta
tanta libertad, que impida
con tus locuras mi afrenta,
y tema el dar de tu vida
a Dios rigorosa cuenta;
mas mi paterna afición
rompe por todo, razón
es que de tu vida loca
te duelas.
LUIS:
Otra vez toca
con tiempo, padre, a sermón,
y predica algo más corto;
¡quizá me convertirás!
DIEGO:
Cuando con amor te exhorto
¿esa respuesta me das?
¿Tan poco, Luis, te importo
que verme muerto deseas?
Ruego al cielo que lo veas
presto, pues te canso tanto.
LUIS:
¡No faltaba más de un llanto
agora!
LILLO:
Señor, no seas
de esa condición; ya ves
que le enojas si replicas;
llega y bésale los pies.
LUIS:
Pues ¿también tú me predicas?
DIEGO:
¿Quién es esta doña Inés
que de nuevo te enloquece,
y con pendencias te ofrece
la muerte?
LUIS:
¿Quién ha de ser?
¿Querer bien a una mujer
es milagro?
DIEGO:
Bien parece,
que eres mozo.
LUIS:
Y tú eres viejo.
¿Parécete real consejo
si me casa mi ventura
con la hacienda y la hermosura
de una mujer que es espejo
de toda la corté? Acaba.
DIEGO:
En mujer empleas tu gusto
de quien otro hombre se alaba
más de lo que fuera justo;
ya esto sólo te faltaba.
LUIS:
César esa fama ha echado
por verse menospreciado,
que doña Inés no es mujer
que le había de aborrecer,
habiéndole una vez dado
prendas ilícitas.
DIEGO:
Muda
de parecer y afición,
pues mi experiencia te ayuda,
don Luis, que no es razón
casarte tú en esa duda.
La honra es luz de la vida
que hace la fama lucida;
mas con tal riesgo se trata,
que un soplo sólo la mata
si no está bien encendida.
César a probar se obliga
lo que no es bien que yo crea;
pero, para que se siga
tu afrenta, cuando no sea,
basta, Luis, que se diga.
Esta vez tu afición ciega,
pues tu padre te lo ruega,
hijo, tienes que dejar.
Damas hay a quien amar;
sirve, ronda, gasta, juega
y desperdicia mi hacienda,
como no arriesgues la vida,
que corre a morir sin rienda.
César me tiene ofrecida
su amistad como no ofenda
tu amor el suyo. Por mí,
¿no harás esto?
Habla aparte LILLO a don LUIS
LILLO:
Di que sí,
y después nunca lo hagas.
DIEGO:
¡Qué mal, Luis, mi amor pagas!
LUIS:
Digo, señor, que por ti
ni a doña Inés veré más
ni con César reñiré.
DIEGO:
Júralo.
LUIS:
En pesado das.
DIEGO:
Jura, acaba.
LUIS:
En buena fe.
DIEGO:
¿Ahora escrupuloso estás?
LUIS:
¿No juré? Déjame, pues.
DIEGO:
Dios te libre de ocasiones.
¿Dónde vas, que la una es?
LUIS:
A jugar unos doblones.
(A ver voy a doña Inés.) (-Aparte-) Vase
DIEGO:
Quedaos, Lillo, vos.
LILLO:
¿Quién, yo?
DIEGO:
Vos, pues.
LILLO:
¿No he de ir con él?
DIEGO:
No.
LILLO:
Alto, pues, quédome aquí.
DIEGO:
En mi casa os recibí
desde el día que murió
don Jorge, vuestro señor;
y aunque sin mi gusto fue,
como os tiene Luis amor,
mi propio gusto troqué
por el suyo; aunque mejor
fuera, según lo que veo,
no ejecutar su deseo
ni recibiros así.
LILLO:
¿Qué he hecho yo, pobre de mí?
DIEGO:
Que sois mucha parte creo
en todas las travesuras
de Luis.
LILLO:
¿Soy yo su ayo
que a mí culparme procuras?
¿Soy más de un pobre lacayo?
¿Puédole yo en sus locuras
ir a la mano?
DIEGO:
Los dos
os entendéis.
LILLO:
¡Plegue a Dios!
DIEGO:
Basta. De las mocedades
de don Jorge y libertades
os echan la culpa a vos;
ya sabéis que esto es verdad.
LILLO:
¡Si en amos soy desdichado!
DIEGO:
De la poca voluntad
que en Cubas os han cobrado
vuestros milagros sacad.
LILLO:
Mal me quieren sin razón;
mas como villanos son,
dicen que cuando cazaba
don Jorge gangas, andaba
tras ellas yo como hurón;
y alguna causa han tenido,
que no me quiero hacer santo;
mas después de convertido
y muerto don Jorge, es tanto
lo que estoy arrepentido,
que, a no importar encubrillo
y ser soberbia el decillo,
pienso, señor, que algún día
verás en la letanía
y calendario un san Lillo.
DIEGO:
Págome muy poco yo
de gracias; si no pensáis
mudar de vida, cesó
el salario que ganáis
en mi casa.
LILLO:
Aqueso no;
todo lo dicho, señor,
ha sido burlas; mi humor
sabes, yo prometo al cielo
ser desde hoy un san Ciruelo.
DIEGO:
Si no ofendiera al amor
que tengo a Luis, de casa
os echara.
LILLO:
No ha de ser
tu favor con tanta tasa.
DIEGO:
Que vais luego he menester
a Cubas.
LILLO:
Señor: repasa
por tu memoria que estoy
tan mal quisto, que si voy
me tienen de mantear
todos los de aquel lugar.
DIEGO:
Importa que llevéis hoy,
Lillo, a la beata Juana
un regalo y un papel.
LILLO:
Iré, aunque de mala gana.
(Mi sentencia llevo en él. (-Aparte-)
¡Oh, qué bellaca mañana,
Lillo, esperáis, si no huís
y a costillas prevenís
las trancas que considero!)
DIEGO:
De la santa Juana espero
el remedio de Luis,
que, si cuanto pide alcanza
de Dios, en quien su esperanza
pone, teniendo afición
a Luis, de su oración
se ha de seguir su mudanza.
La carta a escribirle voy.
LILLO:
¡Oh, cuberos enemigos!
temblando de aquí os estoy.
DIEGO:
Gran cosa es tener amigos
con Dios.
Vase
LILLO:
Afúfolas hoy.
Vase. Tocan chirimías. Arriba se aparece CRISTO con una túnicela encarnada, como resucitado, y la SANTA Juana junto a él. Música
CRISTO:
Ya llegó de mi Asención
el día por ti esperado;
ya las llagas te he quitado
de mi sagrada pasión.
Si por tu importunación,
esposa cara, no fuera,
de por vida te las diera;
mas no las quieres, y ansí
quiero volverlas a mí,
que soy su divina esfera:
SANTA:
Eterno Esposo, no están
en mí con vuestra licencia
con la debida decencia
que a su inmenso valor dan.
Francisco, que es capitán
de vuestra iglesia, ése sí
que es digno de el carmesí
de esa amorosa librea,
porque el mundo en ella vea
el fuego que encierra en sí.
En él sus joyas engasta
justamente vuestro amor,
que a mi sentir el dolor
de vuestra pasión me basta.
CRISTO:
Juana humilde, esposa casta,
aunque sin llagas estás,
mis dolores sentirás
todos los viernes que vivas.
SANTA:
Mercedes son excesivas.
No hay, mi Dios, que pedir más.
CRISTO:
Y pues hoy es mi Acensión
y al cielo glorioso vuelo,
quiero dejarte en el suelo
de mi sagrada pasión
las insignias. Éstas son. Aparécese la cruz y sobre ella la corona de espinas y tres clavos
SANTA:
Todo el mundo os engrandezca
CRISTO:
Justo es que te las ofrezca.
¿Quiéreslas?
SANTA:
Dulce amor, sí.
CRISTO:
No hallo fuera de mí
quien como tú las merezca. Pónele la corona de espinas en la cabeza
Esta corona de espinas
sembró en mi cabeza amor.
SANTA:
¡Ay mi Dios, qué gran dolor!
CRISTO:
Mayor que el que en ti imaginas,
sintió en mis sienes divinas
mi cabeza delicada. Dale la cruz en la mano derecha
Esta cruz, esposa amada,
te doy por más noble prenda.
SANTA:
Con tu divina encomienda,
rica quedaré y honrada. Dale los tres clavos en la mano izquierda
CRISTO:
Los tres clavos, Juana cara,
son éstos que a mis esclavos
libraron.
SANTA:
Todos tres clavos
poned, Señor, en mi cara,
que ya mi ventura es clara,
pues para que esté a mis pies
la Fortuna, que al través
da con todo, hacéis que pueda,
mi Dios, poner en su rueda,
en lugar de un clavo, tres.
Para alivio de la pena
que siento ausente de Vos,
buenas memorias, mi Dios,
me dejáis.
CRISTO:
Sí, que eres buena.
SANTA:
Parezco una Santa Elena.
CRISTO:
Darte sus insignias quiero.
SANTA:
¿Váisos, Pastor verdadero?
CRISTO:
Sí, Juana.
SANTA:
¡Ay, prenda querida!
CRISTO:
¡Ay mi esposa!
SANTA:
¡Ay, mi vida!
CRISTO:
¡Ay, mi oveja!
SANTA:
¡Ay, mi cordero! Encúbrese CRISTO y baja la SANTA con las insignias, y aguárdala abajo el ÁNGEL de la guarda. Toquen chirimías
ÁNGEL:
¡Juana mía!
SANTA:
Mi ángel fiel,
guarda damas de mi casa,
fénix de amor que se abrasa
como salamandra en él.
ÁNGEL:
¿Contenta estás?
SANTA:
Mi laurel,
¿no le he de estar si me ha dado
las joyas mi enamorado
que costaron lo que Él vale,
pues porque el precio le iguale
le han costado su costado?
ÁNGEL:
Pues, porque puedas gozar
el bien que en ellos apoyas,
quiero ser tu guardajoyas.
En mi poder han de estar.
SANTA:
Pues vos las queréis guardar
mi hacienda estará segura.
ÁNGEL:
Dios regalarte procura.
SANTA:
¿Vaisos, Ángel?
ÁNGEL:
Juana, sí.
SANTA:
Vamos, que no estoy en mí
no viendo a Vuestra Hermosura.
Vanse.
Sale ALDONZA, labradora, con una cesta de garlamoras, unos manojos de trébol y poleo y otros de pajuelas, y con ella PEINADO, pastor
ALDONZA:
Persiguióme don Luis
de la suerte que te cuento,
un año, tiempo bastante
para aun quien sintiera menos;
criámonos casi juntos,
y empezando de pequeño
el amor, dicen, Peinado,
que se vuelve en parentesco.
Refrené mi inclinación
por ver que era caballero
y yo labradora humilde,
puesto que Amor es soberbio;
pero como el resistirse
diz que es echar leña al fuego,
abrasábase don Luis
y amábale yo en extremo.
Dióme un martes en la noche
palabra de casamiento,
palabras pagué en abrazos;
mas fue en martes--¡mal agüero!--
Vino a saber a este.punto
nuestro amor su padre viejo,
y remedió con ausencias
sus daños. ¡Caro remedio!
Cuatro, leguas de distancia
mil en su memoria han puesto,
que es niño Amor y se olvida
con cualquiera tierra en medio.
A una doña Inés, que vive
en esta casa, hace dueño
del alma que ya era mía,
y así por mi hacienda vuelvo.
Ésta es la causa, Peinado,
de mis celosos desvelos;
que han de costarme la vida
como me cuesta el sosiego.
PEINADO:
Pardiez, Aldonza, que echastes
vuestro ciego amor a censo
en tan malas hipotecas
que no heis de cobrar a tiento.
Es caballero don Luis,
y pagan los caballeros
tan mal ya deudas de amores
como deudas de dineros;
pero, pues no os ha gozado,
¿qué hay perdido?
ALDONZA:
El sufrimiento,
las esperanza, los sentidos,
la vida, el alma, el seso.
A doña Inés haré creer
que es mi esposo.
PEINADO:
Mas, ¡qué presto
sabe una mujer forjar
cuatro docenas de enredos!
Mas, pues vive aquí la dama
que le quillotra, entrad dentro
y obrad siquiera en pajas;
que en Santa Cruz os espero.
ALDONZA:
Prevénme en ella, Peinado,
si no le obligo, mi entierro.
PEINADO:
¡Qué de ellos mueren de amores,
y qué pocos vemos muertos!
Vanse.
Salen don LUIS y doña INÉS llorando
LUIS:
Enjugad, mi bien, los ojos
sin negarme la luz de ellos,
que, pues son soles, no es bien
que lloren soles tan bellos.
Volvedme a mostrar sus niñas,
pues es niño Amor, juguemos,
que no es bien que se levanten
cuando por ellos me pierdo.
César mintió, ya lo sé,
que alabarse es argumento
de las mentiras, que sabe
fingir el pesar y celos.
¡Ea, no haya más, amores!
INÉS:
¿Cómo, si con vida veo,
don Luis, a un mentiroso
que mi honor y fama ha muerto?
¿Joya es de tan poca estima
la honra, que en detrimento
de su reputación noble
el término que la ha puesto
una lícita afición
había de pasar? ¡Qué presto
os creísteis don Luís!
Poco amáis y poco os debo.
LUIS:
Por la luz de aquesos ojos,
doña Inés, que no lo creo,
y que le desafié
sólo por ese respeto,
y he de matarle esta tarde.
¡Ea, mi bien, acabemos!
¿Somos amigos?
INÉS:
No sé.
LUIS:
¿Quién lo sabe?
INÉS:
Lo que os quiero.
LUIS:
Dadme aquesa hermosa mano,
honraré mis labios. Asómase al tablado ALDONZA
ALDONZA:
Bueno,
porque, celos, cierto veis
dice el mundo que sois ciegos. Sale ALDONZA
ALDONZA:
¡Ay de mi! ¡Y a las pajuelas!
¿Quieren trébole y poleo,
pajuelas y zarzamoras?
INÉS:
¿Qué es esto?
ALDONZA:
¿Quieren poleo?
INÉS:
¿No hay zaguán en esta casa
para que pregonéis eso
sin entrar aquí?
ALDONZA:
¿Por qué entra,
si sabe, en la igreja el perro?
Porque halla la puerta abierta;
pues ¿es mucho haber yo hecho
lo que un perro sabe hacer?
¿Quieren trébole y poleo?
INÉS:
¡Ola! salíos allá fuera.
ALDONZA:
¡Ola! digo que no quiero,
que también sé yo olear
sin ser cura ni haber muertos.
INÉS:
¿Quién os mandó entrar aquí?
ALDONZA:
Naide, que no hay manamiento
de no entrarás en la casa
de tu prójimo. ¿Ah, mancebo?
Todos estamos acá.
LUIS:
¡Oh Aldonza! Pues ¿qué tenemos?
ALDONZA:
¿Qué sé yo? Pena de ver
que habléis con Costanza. ¡Puerros!
A ella digo. ¿No me compra
zarzamoras?
INÉS:
¡Qué molestos
que son siempre estos villanos!
Ya os digo que no las quiero.
ALDONZA:
Pues compradlas vos, buen hombre,
que zarzamoras os vendo,
porque amor en zarzas mora
y ansí tan picada vengo.
LUIS:
Aldonza, no seas pesada.
INÉS:
¿Conocéisla?
LUIS:
Mucho tiempo
ha que la vi en Torrejón.
ALDONZA:
¿Mucho tiempo, caballero?
Más ha que murió mi agüelo.
Pero dejémonos de esto
y compradme zarzamoras;
que en mi tierra yo me acuerdo
que andabais en busca de ellas,
y entre las zarzas y enredos
de promesas incumplidas
y favores lisonjeros
llegastes a coger una
que el comerla por lo menos
causó pena y costó gritos.
Súpoos bien y amargóos luego.
LUIS:
¡Oh, qué bachillera estás!
ALDONZA:
Y vos sois un majadero,
pues a la corte os venís
por zarzamoras, sabiendo
que aquí no las hay con flor
que se les pierde en naciendo;
y después de desfloradas
andan a la flor del remo;
mas como las zarzamoras
que comistes en mi puebro
la voluntad os mancharon,
y vuestro gusto cumplieron,
y para quitar las manchas
de moras no hay tal remedio
como buscar otras nuevas,
querréis quitarle al deseo
la mancha con esta verde.
¡Huego en vos y en ella huego
si os creyere como yo!
INÉS:
Geroglíficos son éstos,
don Luis, no de villana.
LUIS:
(¡Qué esto sufro, vive el cielo! (-Aparte-)
Loca, ella me enreda aquí,
si la escucho y me detengo.
Quiero ausentarme por ver
si me sigue, que sospecho
que el infierno la ha traído
para fin de mi sosiego.)
Mi padre me está esperando,
yo volveré presto a veros;
no creáis rusticidades
de villanos.
Si como zarzas los celos
despedazan las entrañas,
zarzas están deshaciendo
mi engañado corazón
con espinas de tormentos.
¿Qué enigmas son los que has dicho?
ALDONZA:
¿Soy yo tienda de barbero
que de enigmas se compone?
La verdad deciros quiero.
Sabed que a una zarzamora
picó este tordo en mi pueblo
dándola antes de picarla
palabra de casamiento.
Si empalagado procura
con promesas y embelecos
picar en vos, ¡oje allá!
zarzamora, tened seso,
que tien ya este tordo torda
y os quiere burlar aquesto.
Basta, y ¡á las zarzamoras!
INÉS:
Escucha.
ALDONZA:
¿Quieren poleo? Vase
INÉS:
¡Oh engañoso don Lúís!
De tu natural travieso
y mudable condición
no te esperaba sino esto.
Aunque tanto te he querido
no viene tarde el remedio;
a César dejé por ti,
desde hoy por César te dejo.
Hoy daré satisfacción
a mi venganza y sus celos
y a mi mudanza disculpa.
¡Ay hombres, plumas al viento!
Vase doña INÉS.
Salen la SANTA y CRESPO, MINGO y BERRUECO, pastores
CRESPO:
Madre Juana, esto ha de ser,
que es amparo de Toledo.
SANTA:
Nada valgo y poco puedo.
CRESPO:
No hay que habrar. Ha de saber
que si Mari Crespa da
en rezongas y en porfías,
aunque habre veinte días
arreo no callará
si todo el pueblo se junta
y con cura y campanilla
va en procesión a pedilla
que calle un poco.
MINGO:
Despunta
de habradora, y es gran mengua
que una mujer habre tanto.
CRESPO:
¡No la diera el cielo santo
almorranas en la lengua!
Vine de la arada ayer
cansado, si en ocasiones
cansan tanto los terrones
como hablando una mujer,
y dije, "¿Qué hay que cenar?"
Dijo, "Olla." "No quiero olla,"
respondí, "si con cebolla
la vaca podéis picar
y her un salpicón." "No quiero,"
respondió, "si que cenéis
olla." "No me repriquéis
ni andemos al retortero,
Crespa de la maldición,"
dije. Y dijo "Heis de cenar
olla, no hay que porfiar."
"No ha de ser si salpicón,"
respondí. "Pues no hay sino olla."
"Pues salpicón ha de ser."
"Pues olla habéis de comer."
Subióse el humo a la cholla
y levantando las haldas
del sayo, con un bastón,
haciéndola salpicón
los güesos en las espaldas,
por más que anduvo la folla
sin decir "Dios sea conmigo,"
daba gritos. "Olla digo,
olla quiero, no hay sino olla."
CRESPO:
Y darle que le darás,
ella olla, yo salpicón,
hasta que quebré el bastón
y ella no pudo habrar más.
Pero aunque no pudo habrar,
por salir con su interés,
arrastrando cuerpo y pies
se hué derecha al vasar,
y aunque no podía gañir,
dijo después que se echó
entre las ollas que halló,
"Entre ollas he de morir."
Hice matarla una polla,
por vella tan mal parada
y llevándosela asada,
dijo, "No ha de ser sino olla."
Y tanto en su tema dura,
que habiendo el cura venido,
por decir, "Confisión pido,"
le dijo, "Olla, señor cura."
Ella queda, en fin, de suerte
que hoy se irá, a lo que me fundo,
por ollas al otro mundo
y a mí me piden su muerte,
si no es por vos, madre Juana,
curádmela de tal modo
que, porque sane del todo,
la dejéis la lengua sana.
SANTA:
Crespo, el hombre que se casa,
a sufrir está obligado
los defectos de su estado
y las faltas de su casa.
La cabeza no maltrata
ni menosprecia los pies;
curadla, y ved que no es
mala la mujer que trata
bien su honor y le respeta,
y llevad con más amor
faltas que no son de honor;
que no hay cosa tan perfeta
que alguna falta no tenga
en el mundo; regaladla,
hermano Crespo, y curadla,
porque a morirse no os venga.
CRESPO:
Si es la lengua cruel veneno
en la mujer, madre Juana,
y éste con otro se sana,
remedio para harto bueno
por quitarla este quillotro
que la hiciéramos comer
la lengua de otra mujer,
sanara un veneno al otro;
mas, pues no hay tienda de lenguas
y me puso esta cruz Dios,
pedid que la sane, vos,
que yo sofriré mis menguas.
Sale LILLO
LILLO:
(La madre Juana está aquí; (-Aparte-)
con no poco temor llego.)
SANTA:
¡Oh, hermano Lillo!
LILLO:
Don Diego,
mi señor, que sólo en ti
puesta su esperanza tiene,
aquesta carta te envía
y para la enfermería,
mientras que a verte no viene,
un regalo y cien ducados
de limosna.
SANTA:
Siempre da
con largueza. ¿Cómo está?
LILLO:
Con infinitos cuidados
en que don Luis le ha puesto.
SANTA:
Algún mal le ha de venir
notable por consentir
que viva tan descompuesto.
Y el hermano, ¿no escarmienta,
en dos amos que ha tenido,
a quien tan mal ha servido?
¿No sabe que ha de dar cuenta
delante el tribunal mismo
de Dios?
LILLO:
Soy un mal cristiano
que, pecando en castellano,
he de dar cuenta en guarismo;
pero yo juro la enmienda
si el perdón de Dios me alcanza.
CRESPO:
¡Hao! ¿Ésta es la buena lanza
por quien nuestro honor y hacienda
don Jorge habría destruído
a no morir?
MINGO:
¡Que se atreva
venir aquí!
BERRUECO:
Si no lleva
el castigo merecido,
no somos hombres de bien.
CRESPO:
Uno trazo que no es malo.
LILLO:
En el torno está el regalo
y los dineros también.
SANTA:
Vaya, pues, hermano, al torno,
y respuesta llevará.
CRESPO:
Y en volviendo por acá
le daremos el retorno
de las burlas que nos debe.
SANTA:
La salud pediré a Dios
de vuestra mujer, y a vos
os pido, si la ira os mueve
otra vez, que no deis muestras
de vuestra necia crueldad;
sus faltas disimulad,
pues ella sufre las vuestras.
Vanse la SANTA y LILLO
CRESPO:
Yo juro no hella más daño
por que más no nos inquiete;
y nos pague este alcagüete
lo de antaño y lo de hogaño,
un castigo le he de her
con que se acuerde de mí.
Una purga compré.
MINGO:
¿Sí?
CRESPO:
Para dar a mi mujer,
que la recetó el dotor
y ella recibir no quiso.
MINGO:
Hizo bien.
BERRUECO:
Eso la aviso.
CRESPO:
Hagamos que este hablador
la tome, y purgue con ella
todas las bellaquerías
que quillotró en tantos días.
BERRUECO:
Bien decís.
CRESPO:
Pues vo por ella.
MINGO:
Andad y buena pro le haga.
CRESPO:
En saliendo he de esperar,
que, pardiez, ha de purgar
las entrañas por de zaga.
Vase CRESPO.
Sale LILLO
LILLO:
(Con la Santa he despachado (-Aparte-)
lindamente. Quiera Dios,
Lillo, que os escapéis vos
de este pueblo conjurado;
pero, aquí están; ¿qué he de hacer?)
BERRUECO:
¿Qué hay por acá, señor Lillo?
LILLO:
(Hay harto ungüento amarillo (-Aparte-)
si quieren llegar a oler.)
MINGO:
¿No mos responde?
LILLO:
(No puedo, (-Aparte-)
que cierta prisa me avisa
que me vaya, y una prisa,
si es de tripas y con miedo,
no repara en cortesías.)
BERRUECO:
Pues hoy ha de reparar
en ellas a su pesar. Detiénenle
LILLO:
(¡Acerté, desdichas mías!) (-Aparte-)
Déjenme ir, que siento en mí
temerario desconcierto.
MINGO:
No se ha de ir, aquesto es cierto.
LILLO:
¡Por Dios, que me vaya aquí
si no me dejan, señores!
BERRUECO:
Alléguese, socarrón;
agora sabrá quién son
de Cubas los labradores;
que no hay plazo que no llegue
ni deuda que no se pague.
LILLO:
Ni mujer que no se estrague,
ni sarna que no se pegue... Sale CRESPO con un vaso
CRESPO:
¡Hao, par Dios, que viene entera!
Buena a mi mujer hallé,
y callando, que no hué
poco milagro.
BERRUECO:
Aquí espera
un amigo vuestro.
CRESPO:
¿Es Lillo?
Beso a vuesarcé las manos.
LILLO:
Líbreme Dios de villanos.
CRESPO:
¿Qué tiene, que está amarillo?
LILLO:
Corrimientos a traición.
CRESPO:
Deme ese pulso. ¡Oh qué malo!
LILLO:
Mas ¿qué hay receta de palo?
CRESPO:
Tenéis grande opilación...
LILLO:
¿Yo?
CRESPO:
...de socarronería.
LILLO:
¿Y querréis darme el acero?
CRESPO:
Al menos que purguéis quiero
toda esa bellaquería.
Haceos la cruz y bebed,
que seis reales me costó.
LILLO:
Veneno es; mi fin llegó.
BERRUECO:
¿No bebéis?
LILLO:
No tengo sed.
Beba vuesarcé primero;
que siempre fui bien crïado.
CRESPO:
Acabemos.
LILLO:
Ya ha llegado
mi muerte; bebiendo muero.
Castigos hay menos malos
sin que la muerte me deis;
riendas y azotes tenéis,
darme podéis dos mil palos;
pero matarme; ¿por qué?
CRESPO:
Que no es veneno, traidor,
sino purga que el humor
os cure; yo la compré
por seis reales con intento
de vuestro bien y quietud.
LILLO:
Tal os dé Dios la salud
como es vuestro pensamiento.
¡Lástima de mí tened;
mirad que es cruel castigo
el darme veneno!
CRESPO:
Digo
que no es sino purga, oled.
LILLO:
¡Puf, qué de ruibarbo
echó el ladrón del boticario!
BERRUECO:
Acabad.
LILLO:
Extraordinario
castigo el diablo inventó.
Aún no ha entrado y ya me urga
las tripas.
MINGO:
Beba.
LILLO:
¿Hay más graves
burlas? ¿Sin darme jarabes
quieren que tome la purga?
MINGO:
Ea, que no es más de un trago.
LILLO:
De mi muerte lo será;
mas, pues de cámaras va,
hoy de mi cámara os hago.
CRESPO:
Acabemos, o si no...
LILLO:
Allá va. ¡Jesús, mil veces! Bebe
MINGO:
¿Embocólo?
CRESPO:
Hasta las heces.
LILLO:
¡Mal haya quien te guió
y la especie que te echaron!
Ea, ya podrán dejarme,
pues me obligan a purgarme
en salud; bien se vengaron.
¡Ay! Ya empieza el apretura;
váyanse, porque me voy.
¡Ay, ay, Dios, qué hinchado estoy!
¿No se van? Que de madura
se va cayendo esta fruta.
CRESPO:
Sosiéguese.
LILLO:
¿Hay tal tormento?
MINGO:
Esmpiece a contar un cuento.
LILLO:
¿Qué cuento? ¡Pese a la puta
que me parió!
CRESPO:
Buenos pagos
nos da.
LILLO:
¿Qué os he de pagar?
CRESPO:
La purga.
LILLO:
Llegá a cobrar.
CRESPO:
¿De dónde?
LILLO:
De los rezagos.
¡Ay, ay! ¡Señores, señores,
pues que ya se han burlado harto,
déjenme! ¡Ay!
MINGO:
¿Está de parto?
LILLO:
Sí, hermano, y con los dolores.
¿No basta ya la matraca?
CRESPO:
¿Es niño o niña?
LILLO:
Será
el diablo, pues sabe ya
antes de nacer la caca.
¡Ay! ¿Mas que han de hacer que hieda
la burla? ¡Ay, no hay que esperar! Vase LILLO
CRESPO:
Un tarugo le he de echar
y atalle por que no pueda
hacer nada.
BERRUECO:
Acabad, dejalde.
CRESPO:
Venid, veréis lo que pasa.
¡Alcagüetes, alto, a casa,
que yo os purgaré de balde!