La reina de la noche

LA REINA DE LA NOCHE

No quiero saber el nombre con que distinguen los botánicos á esta flor de cactus de la India [1]. Horrorizada tal vez de ella alguna alma poética, le encendió la soberanía de las sombras. Nace envuelta en los velos de la noche, y las gasas de la aurora la sirven de mortaja. Parece que la matara la vergüenza, la virgen más honesta, si descubre su belleza al rayo de la luna...

Quien dude de los amores de las plantas y las flores, no conoce la pal- mera de los trópicos. La mimosa de América, es más impresionable que la mujer más nerviosa. Abruma el empeño de darse cuenta exacta de los misterios de esas naturalezas delicadas, de sus goces y de sus dolores. Las flores jamás desmienten su origen. Unas son modestas y delicadas como el hubieren nacido en el jardín de Margarita: otras embriagadoras y voluptuosas, como si hubieran sido regadas en el serrallo, por la mano de la favorita del sultán. Hijas espléndidas del Mediodía éstas, pálidas hijas del Norte aquellas, todas oculten las espinas de la senda del hombre.

La reina de la noche parece formada de alas de mariposas blancas. Viéndola destacarse de la oscuridad del jardín, podría decirse que es una flor que acude recatadamente á la cita de otra flor. Ella trata de tapadillo, como los reyes, los casos amorosos. Sin embargo, denuncia su presencia un delicado y penetrante perfume, semejante al aroma de los cabellos de las mujeres prolijas. Tal vez la vió Mefistófeles en el jardín de Margarita, cuando le asaltó la idea de conjurar las flores, para que coadyuvaran con la embriaguez de sus perfumes á consumar su influjo seductor.

Cuando pretendáis, poético lector, encontrar una compañera á esa hija de las sombras, colocadla en el velador de la novia en la noche de sus bodas. Sorprenderála la aurora mustia como la corona de azahares de la desposada.

Semejante á la ilusión, la reina de la noche brilla y pasa. La he visto marchitarse en las primeras horas del año nuevo. El vaso de cristal que la sostenía estaba rodeado de las copas del festín. Así vemos marchitarse caras ilusiones en mundana tiesta, y así mueren también las dichas soñadas en el albor de un día esplendoroso.

Esa flor debe vivir, debe sentir.

Una mano cariñosa, la pasada noche, colocó una en la mesa en que escribo. Cuando traté de echarme á descansar, quise alejarla, aconsejado por el recato. La coloqué en el antepecho del balcón, dejé abierta la celosia y maté la luz. Un rayo de luna penetró en la alcoba. La flor, pálida como Julieta, parecia el espíritu de una mujer enamorada, suspendido en la atmósfera azul.

S. Estrada.


  1. Cereus grandiflora